Querida Luci:

No puedo recordar con certeza si el descubrimiento de animales que hablan y sienten se produjo en la agonizante enciclopedia Álvarez o en los flamantes libros de texto que la sustituyeron, en mis años de primaria. Desde luego, el encuentro ocurrió mucho antes de la aparición de los dibujos animados de Disney. En aquellos años de escolar conocí a un burro flautista, a una tortuga que ganaba una carrera a la engreída liebre, a una cigarra que cantaba… Estos días me he topado con la fábula de nuestro ilustrado Tomás de Iriarte: “Los dos conejos”. Esos que, en lugar de ponerse a salvo, prefieren discutir acerca de la raza de sus perseguidores. Supongo que no ha sido casualidad y que la cabeza, que no se cansa de correlacionar los asuntos más peregrinos, me llevó desde algún acontecimiento de la actualidad hasta esta historia de trágico final, si bien, Iriarte evitó regodearse en cómo los perros descuartizaban y devoraban a sus víctimas, dando por supuesto que escribía para lectores inteligentes.

Me costó superar las operaciones concretas y, aunque mis maestros me advirtieron que en las fábulas, detrás de los inocentes animales, se encuentran los verdaderos protagonistas: seres humanos malvados, interesados, tenaces,… o, sencillamente, estúpidos, durante bastante tiempo, no supe ver más allá de conejos parlantes y perros de caza, en el ejemplarizante relato.

Cuando, fiados de nuestra perspicacia o bagaje experiencial o porque, tristemente, no damos para más, alcanzamos el nivel de la certezas absolutas y, como les ocurría a los dos conejos, no estamos dispuestos a conceder espacio a puntos de vista distintos a los propios, el debate relajado, la charla amable, la serena contraposición de ideas, la necesarias precisiones y matices,… carecen absolutamente de sentido. En demasiadas ocasiones (me pongo el primero de la lista) abrazamos posturas encastilladas que defendemos hasta el delirio y de las que no consentimos que nos muevan, posiblemente, por miedo a que se tambaleen nuestras convicciones de toda la vida o se desordenen determinadas siglas y filiaciones.

Por si me quedaba alguna duda de que estoy envejeciendo, al releer la fábula compruebo que, en la actualidad, no puedo ver ni casi imaginar (como en mi infancia) a los conejos discutiendo cortésmente, sino que, en su lugar, solo me veo a mí mismo y a otros como yo, enzarzados en discusiones de poco peso, sin hincarle el diente a lo verdaderamente relevante.

Vivimos encadenados a una interminable campaña electoral, ahora justificada por nuevas elecciones, esta vez: 4M, de Madrid. Debo de ser una persona muy mayor pues, ante la relajación de gran parte del personal, observo signos que me producen escalofrío: racismo puro y duro, y consentido; la mentira impune como un elemento más de persuasión; las consignas partidistas, cual estandartes, por encima de las ideas y el pensamiento de las personas de bien; la justificación de la violencia si sirve a determinados intereses; la concesión de grandes cotas de poder a grupos de ideologías extremas, cuya contribución -desastrosa para la humanidad- puede leerse en los libros de historia o visionarse en numerosos documentales;… Soy una persona muy mayor y podía inhibirme, aplicarme el viejo refrán de: Para lo que vamos a estar en este convento… pero no lo haré porque, entre otras responsabilidades, ahora, soy abuelo: le pongo cara y nombre a una persona, entre otras que tú conoces y quieres, que va a heredar la Tierra que, provisionalmente, disfrutamos nosotros.

Querida Luci, como ya hice en alguna ocasión, desde aquí, vuelvo a gritar con Raimon y con todas mis fuerzas: “No, jo dic no / Diguem que no: / Nosaltres no som d’eixe món…”: Representantes de partidos con capacidad y vocación de gobierno dejen de vivir la política como una competición interesada, infantiloide y estéril. Dejen de hablar de estupideces, de jugar con nuestras vidas. Dejen de sacar a relucir, permanentemente, sus groseras diferencias y pónganse, de una vez, a trabajar juntos, en serio y en el mismo lado: el de la ciudadanía de este país. Y si no saben o no quieren, dejen su sitio a otros y ¡Lárguense! La historia y nuestros nietos se lo agradecerán. 

Mientras discutimos las ridículas y falsas disyuntivas a las que nos arrastra la canalla de propagandistas y diseñadores de esta cadena perpetua de campañas electorales a la que nos han condenado -colocando la razón (su razón) por delante de la paz- asistimos a unas  inequívocas señales. Y me temo que ni don Tomás de Iriarte logrará, con fábulas de conejos que discuten en verso, si sus perseguidores son galgos o podencos, edulcorar ni evitar el final catastrófico y sangriento, cuando lleguen los perros sin raza ni pedigrí que nos acosan.

Sin importarme la raza y siempre tuyo.

 

Gracias a todas las personas que en estos tiempos nos hacen la vida más fácil con su trabajo y su esfuerzo generoso. Y a quienes sufren por la Covid-19 en nuestros pueblos de Los Pedroches, un fuerte abrazo y todo mi ánimo.