A la memoria de Pilar Durán, luchadora hasta su último aliento

Querida Luci:

A veces -demasiadas veces- uno escucha en distintos foros que la escuela no evoluciona, que sigue anclada en el pasado y, tal afirmación, se ilustra con el supuesto de que si alguien que vivió, pongamos en la Edad Media, tuviera la oportunidad de regresar y asomarse a nuestro tiempo, no lograría identificar muchos edificios, instituciones, servicios,… de los que hoy se alzan en nuestras ciudades y pueblos pero, sin duda, a primera vista reconocería la escuela, porque –dicen- ha cambiado muy poco a lo largo de los siglos. Y lo afirman, en ocasiones, con la intención de zaherir a los que cada día se empeñan en ella, por desarrollar un trabajo digno y decente, que no es asunto menor en los tiempos que corren.

Para empezar, un sencillo (y hasta simplón) recordatorio: La escuela no es solo un edificio; no se conforma únicamente de aulas; no se fundamenta en exclusiva en nuevas tecnologías o libros o no-libros de texto… la escuela -te lo dice alguien que lleva toda la vida en ella- necesita ser, además, alma y a esa, muchos no la reconocen a simple vista. En países de regímenes totalitarios, en edificios ruinosos, con clases de frío glacial o calor asfixiante, con libros tristones y maestros serios y hasta zafios, nadie se explica qué magia o qué prodigio acontece para que un niño o una niña sonría, se emocione, tenga amigos, aprenda,… y se empeñe en volver cada mañana a su escuela. Algo tendrá esta rancia institución, más allá de lo que se aprecia tras una ojeada somera. A ver si va a resultar verdadera la frase de Malala Yousafza (premio Nobel de la Paz) y solo “Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”

Hace unos días acudí con un grupo de alumnos de ESO a presenciar un espectáculo musical, en el que se trataba de que el alumnado –más allá de pasarlo bien- comprendiera de manera práctica en qué consiste eso de la fusión y el mestizaje en la música. La función comenzaba con una gitana repartiendo romero entre el público, con este bonito pregón: ¡Romero! ¡Romero! ¡Pa que salga lo malo y entre lo bueno! (Ella y todos lo repetimos hasta que se cansó de demandárnoslo). Por desgracia, como estamos tan poco acostumbrados a conceder algún margen a otras culturas, nos pasan desapercibidos saludos y bienvenidas tan hermosas como esta. No te cansaré: los cantes de ida y vuelta, los tangos rioplatenses, los tangos flamencos, los tanguillos de Cádiz y en medio, cultura, información, música, alegría, palmas, cantes, bailes, emociones,…

A lo que íbamos, en un momento dado de la función, la gitana bailaora invitó a que subieran al escenario, chicos y chicas del público, para marcar unos compases flamencos y -como la cosa más natural del mundo- subieron, y entre ellos, dos alumnas de una clase de educación especial que se encontraban sentadas en primera fila. Sí, dos jovencitas con discapacidad intelectual y ¿quieres saber lo que ocurrió? Pues -aunque yo lo escriba ahora como algo excepcional- no ocurrió absolutamente nada digno de mención.

La maestra y la educadora, al ver las manos levantadas de sus alumnas, las apoyaron y animaron a que subieran al escenario. La bailaora las acogió con el mismo cariño que al resto y sin aspavientos de excepcionalidad. Los compañeros y compañeras les hicieron sitio y se repartieron el espacio a ocupar en el escenario y, entre todos, se marcaron unos pasos y un zapateao (según la gracia y el arte de cada uno). Mientras el público, improvisados palmeros, seguía el compás como si tal cosa. Cuando terminó, bajaron del escenario y la función continuó.

Querida Luci, en esta escuela –dicen que igual a la de hace siglos- un día se comenzó a hablar de inclusión, de integración, de visibilidad,… y muchos educadores creímos en ello. Puedo entender que alguien opine que el avance es demasiado lento pero, si mantiene que continuamos anclados y sin progresar nada, es que no ha visto lo mismo que yo.

Como todos los días son de aprender, nos enseñaron que el palo flamenco tarantos recibe su nombre de cuando los mineros salían de las galerías después de una dura y peligrosa jornada, se miraban unos a otros con los ojos deslumbrados aún por la claridad y se preguntaban: ¿Tarán tos?

Ignoro si tarán-tos de acuerdo conmigo o no, aunque no es mi principal preocupación que los centros educativos se reconozcan como un lugar que parece estar ahí, igual que siempre, considero que es indispensable formarse para mejorar, realizar autocrítica,… (de colegios y educación, en profundidad, mejor podemos discutir otro día). Esta escuela con alma, a la que tanto le debo, necesita urgentemente, además, frescura y ternura, no renunciar a las utopías y, por supuesto, ¡Romero! ¡Mucho romero! ¡Pa que salga lo malo (que lo hay) y entre lo bueno! (que nos hace mucha falta).

Sin perder el compás y siempre tuyo.