Nota del autor: Perdón. Se hallaba escrita esta carta con anterioridad al atentado de Barcelona. Ahora, ningún sentido tiene hablar de ningún tema. Todos resultan banales cuando algo tan horroroso y triste para el ser humano nos ha golpeado. Solo puedo decir: lo siento por las víctimas y sus seres queridos y grito, con todas mis fuerzas, ¡Basta ya!

 

Querida Luci:

Al final, casi todo se reduce al peso de las palabras. A quién o cómo las decimos o las entendemos; al número de veces que nos las repiten; al contexto; al estado de ánimo de los interlocutores; a las que nos callamos;… Palabras, muchas veces, ancladas en frases hechas que cortan la respiración, o nos aplastan de manera inmisericorde.

Algunos aseguran que la escuela no pasa de ser un lugar donde se cuida a los niños y poco más y se generaliza con la frase: Para los padres, la escuela (y el IES) es una guardería. Cuando se simplifica de manera tan grosera y dañina, se nos amarga la sangre y acabamos convencidos de que nuestro trabajo se reduce al de niñeras y de que esa es la mayor tragedia que puede recaer sobre el profesorado (no solo maestros). Con los años, he comprendido que, por una parte, ser educador implica – ¡Además! – cuidar de los niños y niñas que han puesto a nuestro cargo. Guardar a quienes nos han entregado, depositando su confianza en nosotros. A nadie se le caen los anillos por eso y –es mi opinión- mal vamos si se nos olvida. Por otra parte, conviene acotar y ponerle un “algunos” delante de padres, aunque solo sea por hacer justicia.

Estos días (lo dará el tiempo y las olas… de calor) me martillea en la cabeza otra de esas frases que conviene poner en cuarentena y no dejarse aplastar por el amargo significado que se le asigna. Es a la que hace referencia el titular y que, al completo, reza así: ¡España es un país de camareros! No voy a cansarte con cifras de paro ni entraré en debate sobre la precariedad de las contrataciones en los meses estivales... y prometo no profundizar en el tema -¡Doctores tiene la iglesia!-. Yo, más bien, te propongo mirar a la cara a algunos de esos seres humanos (¿nuestros hijos?) que simplificamos en la palabra camareros y que incluye a taxistas, guías turísticos, recepcionistas, mozos de hotel, traductores, artistas,… que habitan (¡habitamos!) este país que, desde hace siglos, se encuentra en vías de conformar y asumir su identidad.

He pasado unos días en Torre del Mar. En una población de sus características, me gusta el ambiente tranquilo, para el descanso que busco. Cuando se acude de vacaciones a una ciudad costera intentando relajarse, en nuestra cultura, el hecho suele llevar emparejado tomar cervecitas con familia o amigos o comer pescaito frito o arroz en el chiringuito,… Actividades, todas ellas, que implican la presencia de una persona que te atienda y te sirva. ¡Camarero!

Los que somos un poco mayores y pasamos, cuando se puede, algunos días del verano en la playa, gozamos de cierta perspectiva y podemos apreciar (sin demasiado esfuerzo) determinados cambios notables: Hoy, las personas que nos atienden (por lo general) lo hacen con la clase y el estilo requeridos para ponerse de cara al público. Van uniformados con bastante pulcritud y limpieza. Algunos entienden y hablan algo de inglés. No agobian para que se consuma más allá de los deseos del cliente. No esperan ni exigen propinas de alguien que saben (el resto del año) es un trabajador como ellos, ni mucho menos (en la mayoría de los establecimientos resulta imposible pues todo se halla informatizado) tratan de falsear la cuenta,… Y -¡Muy importante!- nadie intenta asumir el papel del graciosillo andaluz (inevitable hasta hace no muchos años) y, aunque en otros ámbitos ya no se lleva, la mayoría tratan al cliente de usted. Observa y verás que los “camareros y camareras” son profesionales y los detalles que cito (y otros que podría añadir) han contribuido (espero que también el sueldo) a dignificar su trabajo. Subrayo: dignificar y trabajo.

Querida Luci, esos chicos y chicas (nuestros hijos e hijas y todos nosotros) que me sirvieron la cena, en sus horas libres, acuden a darse un baño o a tomar el sol a la orilla del mar, o hacen running, o van de compras… Te lo digo, porque he reconocido deportivamente uniformada a la joven que me preparó un helado o, vestido como un veraneante más, a aquel otro que me trajo a la mesa el plato de paella. Y, como ha ocurrido tradicionalmente, (no solo en nuestro país de camareros) para bastantes se trata de un empleo de paso o trampolín para terminar unos estudios o viajar con unos dineros en el bolsillo. Afortunadamente, aunque la frase tenga su mala uva, uno no es investido camarero como en la antigüedad se era investido caballero: ¡Para toda la vida y en cualquier circunstancia! No se es camarero las veinticuatro horas del día: Hoy (no siempre fue así) muchos habitantes de este país de camareros nos lo podemos permitir.

Uno de los secretos radica en discernir entre servil y servir (en Andalucía, hay quién lo pronuncia igual pero…) y ponerlo en práctica. Con este concepto claro, tal vez comencemos a quitarnos los complejos y a que determinadas frases hechas nos resbalen, como gotas de agua en un chubasquero. La abeja Maya nació “en un país multicolor” y nosotros –dicen- en un país de camareros. ¡Qué le vamos a hacer! Aprovechemos lo bueno, que lo tiene, y apretemos los dientes en lo menos bueno, que a nadie le falta. Ya lo dijo el famoso torero: “¡Hay gente pa to!” y, seguramente, países pa to.

Camarero, para lo que desee. Persona a tiempo completo y siempre tuyo.