A Luci Naciones 7

28-junio-2015

Querida Luci:

Al escribir esta palabra, “aldeano”, hacen acto de presencia la imagen de mi abuelo y, con ella, también la de mi tía Josefa. Ellos la pronunciaban enfatizando el hiato y con un sentido tan amplio, que yo, de pequeño, siempre fui incapaz de conocer con exactitud su significado. ¡Estás hecho un aldeano! Y podía significar tantas cosas…

Cuando crecí, aprendí el significado de esta y de otras muchas palabras y cuando crecí más aún, aprendí a poner en tela de juicio lo que había aprendido mientras crecía. Te digo esto porque ando dándole vueltas al concepto de aldea global, el que nos regalara el sociólogo McLuhan: Un visionario, capaz de ver a todo un planeta convertido en aldea, gracias a los medios de comunicación. (Perdona la simplificación)

Lo cierto es que, de entrada, pinta bien. Incluso parece sugerir un ambiente bucólico y pastoril, de casitas con chimeneas humeantes, sonidos de agua de arroyo y el balido de alguna oveja. Perfecto: ¡Toda la humanidad comunicada y hermanada!

Pero te decía que llevo unos días dándole vueltas al asunto porque tengo la impresión de que lo de la aldea va, además, por otro lado. No es tan sólo aquello de mírame el puchero que voy al caño a por agua o préstame unos huevos o toma una morcilla de mi matanza, para que la probéis… En cualquier caso, hasta la morcilla tiene su cara menos amable: se repite.

No soy muy aficionado a participar en las redes sociales pero, aún así, uno no puede sustraerse del todo a su influencia. De una u otra manera, te acaban enredando y te enteras de lo que ha dicho aquel y de lo que cuentan de aquella, de lo que pensaba fulano y de lo que un anónimo ha comentado acerca de lo que otro, que no da su nombre, asegura.

Y entonces comprende uno lo de la aldea: vecinos y vecinas entregados al chismorreo, cuando no a la difamación, cuando no a la calumnia, todos conocen y difunden (a velocidad de vértigo y, en consecuencia, sin tiempo para recapacitar demasiado) las desgracias y maldades ajenas y los éxitos y propios. Todo lo anterior salpicado de copio y pego, sin verificar ni citar la fuente, de patadas en el culo (voluntarias y cargadas de indiferencia) a la lengua española y de un lenguaje escrito al que en los libros de texto (actuales) aún se le concede la característica de que es reflexivo, pero que lo cierto y verdad es que con eso del wasapeo, tuiteo y retuiteo (se repite igualmente), esta característica (a mí me lo parece) ya no es patrimonio necesario de la escritura y, al paso que vamos, pronto puede dejar de ser patrimonio de la humanidad.

Cuántas barbaridades escritas en un momento de acaloro, de ofuscación o de euforia quedan -¡para los restos!- enredadas, circulando por el ciberespacio. Seguramente si alguna vez volvemos sobre lo que escribimos o algún lector atento (por la razón o los intereses que sea) nos hace caer en la cuenta de algo inconveniente, ya será demasiado tarde.

Querida Luci, no pienses, ni por un momento, que me opongo al progreso o a los avances de la técnica y, mucho menos, a que cada cual exprese libremente sus opiniones. Bienvenidas las redes sociales y todas sus bondades. 

Pero, ahora comprendo a mi abuelo, (un adelantado a su tiempo) ¡Estoy hecho un aldeano! y se me había ocurrido que lo mismo que en los paquetes de tabaco nos han tenido que poner con letras bien grandes: “Fumar mata” para que, al menos, no nos engañemos. Sería deseable que antes de que nuestros deos gordos se disparen sobre el teclado de la pantalla del móvil, se activara un texto que todos debiéramos leer para poder continuar. Podría ser algo así: “Recuerde: es muy importante poder decir lo que se piensa pero, mucho más importante, es pensar lo que se dice». La idea es de Antonio Machado, otro aldeano y adelantado a su tiempo. Yo sólo lo dejo caer.

 

Retuiteramente tuyo.