Por Juan Andrés Molinero Merchán

 

Con frecuencia se nos olvidan las cosas buenas de la vida. Los grandes males del mundo son acuciantes casi siempre, porque media humanidad no come, las guerras y conflictos no faltan y deterioramos el medio ambiente sin mesura, a pesar de nuestras buenas intenciones de boquilla. Tampoco el devenir diario acompaña en percepciones satisfactorias, ni en lo más próximo a lo más lejano, desde la imparable factura de la luz a los insolentes jefes vocingleros que solamente ven lo negativo; los problemas políticos con los que desayunamos y los insolentes e insolidarios que redoran sus fortunas relamiéndose de su suerte sin mirar para los lados. Sin embargo, es simplemente una cara de la moneda de la percepción humana que se impone ante nuestros ojos de forma equívoca, que yerra muy de lleno. Los medios de comunicación tienen en ello no poca culpabilidad, porque engruesan sus tintas (preferentemente) con las desgracias y maldades de noticias que resultan más espectaculares. La realidad es sin embargo, como digo, bastante diferente.

El mundo no funcionaría ni un instante si todo o la mayoría fuera malo, negativo o perverso. A nuestro lado tenemos siempre, en lo más próximo, personas que sustentan nuestras vidas con fuertes dosis de optimismo, ayuda y alegría; nuestros vecinos son mayoritariamente personas buenas que cumplen religiosamente con sus trabajos, y diariamente están abnegadas cuidando sus hijos, salvando los desaliños de la vida y tirando para adelante con la mayor energía del mundo. Olvidamos a menudo y no valoramos lo suficiente las asociaciones (institucionalizadas) que trabajan por los demás de forma altruista, para dar de comer a muchas y muchos, en la lucha con la violencia y el machismo, en la medicina de los países pobres y necesitados, en la ayuda a los emigrantes…; son realmente un soporte necesario para miles de personas que carecen puntualmente de la ayuda mínima que se le ofrece.

Existen también personas, que son muchas, sin reconocimiento, que no tienen cargos profesionales relevantes, ni ocupan puestos excelsos de la política; ni tienen nombres sonados ni reciben premios de esos que dan a los que (seguramente lo merecen) ostentan el relumbrón y la consideración de los políticos de turno; esas personas, digo, que no son conocidas ni reconocidas con los altavoces sociales constituyen sin embargo el mayor soporte de nuestras vidas, porque nos ayudan a diario en lo más doméstico, en alegrarnos la jornada, en impulsarnos en todo lo que no podemos y necesitamos de otros; esas personas que siempre están y aparecen cuando más lo requerimos, cuando el mundo se viene abajo y perdemos la confianza. Hay ciertamente, repito, muchas personas altruistas de natural que son realmente los pilares de la sociedad. Suenan menos. Son menos visibles. No las vemos o no las distinguimos a menudo, pero están. Resulta manida y tal vez romanticona la verdad referida en estas fechas, pero qué cierto es aquello de Bertolt Brecht que hay mujeres y hombres buenos que luchan a veces…y son buenos, pero hay otros que luchan toda la vida y son maravillosos e imprescindibles. Son gente altruista, la buena gente, que siempre está ahí sin reconocimiento y estamos obligados a mostrar nuestra gratitud.