En la novela El gatopardo del genial Lampedusa, el Príncipe de Salina preguntaba: ¿A qué viene Garibaldi a Sicilia? Inmediatamente contestaba ante sus compañeros de casta, siempre atentos: a enseñarnos buenos modales. Y quizá a eso ha venido también Manuel Valls a estas tierras, fichado por Ciudadanos, para intentar, con pocos resultados, el asalto a la alcaldía de Barcelona. En estos tiempos, los políticos cambian de partido, son fichados igual que los futbolistas, como si el equipo importara poco, y su credo menos; es lo que ya podríamos definir como “política sin complejos”, así que no debemos extrañarnos que a alguien se le ocurra traer algún “jugador” del otro lado de las fronteras. Probablemente con ello demostramos la pobreza del banquillo patrio. Alguien tendrá que explicármelo, si es posible, con tiempo y razonamientos. Pero este tema sería objeto de otro párrafo, para más adelante, seguramente otro día. La verdad es que Manuel Valls lo ha sido todo en Francia, o casi: concejal, alcalde, ministro del interior, diputado, primer ministro, y por poco no ha llegado a presidente de la República. Salido de las filas del partido socialista, está ahora en postulados cercanos a una derecha que intenta al menos ser civilizada, razón por la que tiene desconcertados a la mitad de los españoles, y muy cabreados a los jefes de su partido de adopción.

Cabe preguntarse las razones por las que Manuel Valls, de formación francesa, y eso pesa más que el origen del nacimiento, se niega a oír hablar de un partido como Vox. Cualquiera que sepa un poco de la historia del país vecino lo entenderá inmediatamente. En Francia la extrema derecha, representada por el Frente Nacional, es la imagen de algo que subsiste en las memorias individuales de muchos franceses, y en la colectiva de una nación que tuvo que mirar de frente una página atroz de unos años no tan lejanos del siglo pasado. Y lo hicieron, muchos, con espíritu crítico. No como aquí desde luego. El Frente Nacional, equivalente de Vox (La líder francesa ya ha felicitado unas cuantas veces al español), es equiparable a aquella derecha que colaboró con los nazis durante la Ocupación del país vecino, durante gran parte de la segunda guerra mundial. Una Francia traidora, surgida de la derrota, con gobierno en la ciudad de Vichy capitaneado por el mariscal Pétain, antes héroe de Verdún, y después traidor a su patria. Es el recuerdo de aquellos franceses que delataron, incluso torturaron y asesinaron a compatriotas. Franceses que ayudaron alegremente al invasor nazi. Los que hoy niegan todavía los crímenes cometidos, la atrocidad de los campos de exterminio que ayudaron a alimentar con deportaciones masivas. Es una Francia con rostro terrible que tuvo que fusilar, después de la liberación, aproximadamente a diez mil colaboracionistas, y eso que no se quiso mirar muy a fondo para que el castigo no llegara a ser dantesco. Pero la Francia leal, la del General De Gaulle, tuvo que poner orden con bastante fuerza contra los que olvidaron su deber hacia la nación. Aun estando en contra de la pena capital, sería difícil pedir la amnistía para personajes como el periodista Brasillac, ejecutado inmediatamente a la reconquista del territorio, individuo siniestro donde los haya. O Pierre Lavalle, jefe del gobierno de Vichy, llevado al paredón después de un lavado de estómago por un intento de suicidio. La Francia leal tenía claro que los traidores debían caer por las balas y no con la cobardía del veneno.

Este es, resumido en pocas frases, el panorama que cualquier francés de bien, o persona con formación francesa lleva en su mente, seguramente también en el corazón. Por esa razón, en unas presidenciales – y será solo un ejemplo de lo que pasa en el país vecino – en las que Chirac quedó para la segunda vuelta con la candidata del Frente Nacional, los socialistas galos votaron al candidato de la derecha tradicional, más moderada, evitando la elección de una aspirante cuyo racismo, xenofobia, antisemitismo y violencia verbal (de momento), serían un riesgo para un país con una larga tradición democrática.

No se puede pedir a un francés, perteneciente a la derecha moderada, o a cualquier partido con actitudes más o menos normales que pueda pactar, ni tan siquiera sentarse a hablar, con la extrema derecha. En Francia eso es un pecado mortal que nadie cometería. El Frente Nacional es el enemigo de Francia, de Europa, de una ciudadanía que aspira a vivir en paz, a cultivar valores humanistas, a crear espacios de diálogo (con los que estén capacitados para dialogar, claro está), a un reparto lo más coherente posible del bienestar. Por eso el ciudadano Valls, hijo intelectual de la Quinta República, está dispuesto a dar una lección de doctrina política, de saber estar, de diálogo entre los que tienen que hablar, dejando aparte los que buscan la desestabilización de una situación que necesita generosidad, y no violencia verbal, entendimiento y no soflamas peligrosas. El siglo XX dejó constancia de algunas actuaciones de esa parte del espectro político. No sabemos cuánto tiempo aguantará el ciudadano Valls en las filas de Ciudadanos. Pero efectivamente ha venido a enseñarnos buenos modales, buenos modales políticos. Mucha falta nos hace.