Bajo un clima que desde el inicio anunció una noche cargada de sentimientos, Antonio Garrido exaltó a la Virgen de Luna con un pregón al alcance de muy pocos. Caminando entre el sentimiento personal y el colectivo, trazó una romería compartida a través de la elegancia y sensibilidad con las que el pregonero impregna su pluma.

Antes de que la poesía de Antonio Garrido llamara a las almas de los asistentes al pregón, la emoción llegó a través de otras letras, las de su padre. El autor de las sevillanas de los “Amigos del pueblo” estuvo presente gracias a ese puñado de letras que son parte del ideario colectivo pozoalbense. La reunión de esos “Amigos del pueblo” marcó la noche recibiendo el caluroso reconocimiento de un público que disfrutó con las canciones de su ayer.

Y de las composiciones del padre a las del hijo, bajo una luna gigante que sirvió como única imagen de fondo. Sonaron también las notas del piano de Javier Alameda y la viola de María Luisa Blanco, que acompañaron a Antonio Garrido durante algunos de esos poemas que cerraron cada capítulo del pregón.

“¿Venís conmigo a la Luna?”, invitó el pregonero para luego iniciar el camino. Un recorrido que arrancó con “Piedra y cal, con otro particular” y la defensa de Pozoblanco como pueblo, bajo historias distantes en el tiempo pero con “un mismo latido”. Recordó Garrido que no se puede olvidar que “lo que somos es la suma de lo que fuimos y lo que nuestras manos pueden crear”. Reivindicó el pregonero ese papel colectivo conformado de nuestras pequeñas cosas, “de tu emoción de ayer y de la mía de hoy”.

Hizo el pregonero una parada en su camino para la familia, la imagen con la que se queda a pesar de las muchas instantáneas que año tras año observa en el santuario de “La Jara”. Se adentró después en las “lunas negras”, porque la oscuridad es parte de la vida y en ese preciso momento trazó vínculos y conexiones por todo el mundo a través de los llantos anónimos de quienes no tienen luz en su vida y tampoco la suerte de su lado. Fueron las primeras pincelas de crítica social que Antonio Garrido dejó en su pregón ante “afortunados beneficiados occidentales”.

Y tras las lunas negras, la cruz. El peso también de la tradición y el guiño a cambiar lo que no debe ser inamovible y en este punto el pregonero reivindicó una mayor presencia de la mujer en las tradiciones que envuelven a la Virgen de Luna. Hubo tiempo también para acordarse de su pasión por el costal y de los “soldados del amanecer”. El cuadro y el boceto dibujado por Antonio Garrido llegaba a su fin y los tonos amarillentos del pincel del inicio se transformaron en el “verde esperanza”.

La poesía, de nuevo, apareció para cerrar “…Y si el hombre es un niño, al fin y al cabo, un poco más mayor, me despido de ti, pueblo encalado, cordón umbilical al corazón, igual que terminé hace diez años, con un bando de amor apasionado al suelo donde piso, cual pregonero fiel de los de antaño. Gritando a Pozoblanco, a mi cielo, mi todo, mi capricho, con mi ser, con mi alma y mi pasión, un gracias, un te quiero y un he dicho”.