Salir de algún sitio, bien de una discusión bien de un puesto de trabajo, de manera decorosa o proporcionada al mérito realizado no siempre es tarea fácil. Dicho de otro modo, irse con dignidad de los sitios, sobre todo si es de un cargo público, no suele ser habitual. El que fuera uno de los hombres fuertes de Aznar durante las dos legislaturas que estuvo en el poder, Federico Trillo, no ha sabido hacerlo. Aunque tengamos la imagen amable, divertida casi, del “manda huevos” que este señor pronunciara cuando era presidente del Congreso de los Diputados, el recuerdo de este seguidor de Escrivá de Balaguer siempre será la nefasta gestión y la posterior investigación de accidente del Yakovlev 42.

El Yak-42 se estrelló la noche del 26 de mayo de 2003 en Turquía mientras intentaba tomar tierra en una noche de perros llevándose por delante la vida de 62 soldados españoles (40 del Ejercito de Tierra, 21 del Ejercito del Aire y 1 Guardia Civil)  junto con los 12 miembros de la tripulación de aquel vuelo subcontratado a Ucrania en el que los nuestros volvían de Afganistán. Su despedida sí que pudo ser digna pero no. La falta de dignidad había comenzado cuando el ministerio de Defensa con Trillo a la cabeza permitió que sus hombres se subieran a aquel aparato desvencijado y que a simple vista daba miedo, según un correo electrónico enviado por uno de los fallecidos antes de emprender el vuelo. Pero la infamia se cebó con aquella tragedia.

Sólo dos días después del accidente se producía un funeral de Estado donde 62 – sesenta y dos – ataúdes arropados por la bandera de España llenaban la pista de la base de Torrejón de Ardoz y allí, entre lágrimas, salvas de fusilería y la patrulla Águila haciendo un vuelo rasante pudieron oírse gritos de «¿cómo los hacéis viajar en esa chatarra?», «Asesinos». Aún hubo más. Casi dos años después de aquello se descubrió que 21 cadáveres estaban mal identificados. La indignidad más absoluta provocada por las prisas por cerrar el asunto. Pone los pelos de punta. Imagínense llevando flores a una tumba en Granada y descubrir que su ser querido está enterrado – si no incinerado –  en Vigo o Zaragoza y viceversa. Este desastre provocó el desgarro total de las familias.

Con todo, el máximo responsable de Defensa, Federico Trillo, no se disculpó, no pidió perdón y hoy cuando el Consejo de Estado aclara trece años después su responsabilidad, poco más que se sacude el polvo y sigue a lo suyo. Es indigno de toda indignidad, infame y nauseabundo. La cuestión es que en este país estas cosas pasan demasiado. Ocurrió con el accidente de Spanair, con el descarrilamiento del Alvia o del metro de Valencia. No lo entiendo. No pasa nada por reconocer los errores y así, de paso, tratar con dignidad a las víctimas y a los que los lloran.