Por Juan Andrés Molinero Merchán

 

Qué cosa más difícil, en la actualidad, aunque parezca mentira. Cuando nos quieren hacer lo blanco negro, y lo negro blanco; cuando observamos diariamente que quienes dirigen el mundo están bien escondidos; cuando la tecnología y las redes nos tienen completamente atrapados, haciéndonos creer que somos libres como una paloma. Hoy día cualquiera puede acceder en nuestro mundo occidental (es un decir) a la Educación, cultura, mass media, medios tecnológicos, etc., y podemos alcanzar una panorámica elevada del mundo, mucho más –claro está– que las personas de hace décadas. Son tantas las posibilidades, casi infinitas, que hemos llegado a pensar erróneamente que estamos más formados y educados que nunca. La ignorancia es muy atrevida. Estamos convencidos de que el orbe se mueve fantásticamente hacia el país de Jauja, de la universalización de medios, educación (formación, cultura…) y desarrollo. Nadie discutiría en nuestro tiempo la bonanza de todos esos avances de la comunicación, técnica y el progreso facilitado en casi todas las esferas de nuestra vida. Sin embargo, tanto hemos avanzado por esos cauces que estamos completamente embargados y nos damos cuenta de sus perversidades en no pocos extremos.

Como decía George Orwell, hace falta un gran esfuerzo para ver lo que se tiene delante de los ojos. Efectivamente. Tanto nos obnubila la realidad embargante en la que vivimos que somos incapaces de apreciar el tremendo peaje que pagamos a diario los seres humanos en la nueva sociedad tecnologizada y en las redes con todas sus derivadas. Que son infinitas, y muy graves a niveles económicos, políticos o sociales en términos de uso y manipulación, pero no lo de mayor gravedad. Lo auténticamente perverso es que estamos perdiendo la identidad y humanidad que habíamos heredado del legado histórico. Ahora todo tiene que pasar por los filtros de la tecnología. Desgraciadamente hay mucha gente que piensa, y son tozudos en ello, de que “la vida va por ahí”. Con indigencia intelectual utilizan dicho eufemismo para subirse sin dilación en el carro del aborregamiento, la manipulación humana y el pensamiento crítico. Resulta increíble que algo tan elementas –pero muy difícil, claro, a lo que se ve– no sepa entenderse. El ser humano va por donde quiere y no por donde le marcan algunos la carretera. Aquí no hay nada decidido y todos nosotros lo podemos decidir cuando queramos. La vida no va por ahí, ni deja de ir. Somos nosotros los que decidimos sin dejarnos llevar como los rebaños de ovejas.

Me niego cada vez más entrar en un mundo donde las personas se diluyen en las redes con mensajes de artificio; donde todos tenemos que estar controlados desde la primera hora de la mañana y la noche; donde la publicidad se mete hasta en la sopa (comiendo solo) para orientar nuestras mentes hacia un sistema económico que todos conocemos muy bien. Desgraciadamente, repito, no somos conscientes de que se nos están yendo a pasos agigantados los rasgos que más nos definen como personas: ya no conversamos, hacemos lo que nos dicen, miramos lo que quieren que miremos, y sentimos lo que dicen ellos que hay que sentir. Ya no tenemos mirada propia de las cosas. No tenemos opiniones de la vida, porque los sesudos medios y comentaristas de oficio nos facilitan (ay, qué bien…) todos nuestros juicios.

Hoy miro desde mi ventana una terraza de la calle, con catorce comensales, y están todos (todos y todas) al teléfono en sus mundos de Yupi. Qué felicidad tienen, sin cruzar ni una palabra creyendo que hablan con los del más allá, sin tener nada que decirse con los que tienen al lado. Ya sé que es un discurso manido, cansino y aburrido, pero no somos capaces de entenderlo. Miren por la calle, observen y hagan. Si, hagan lo contrario, porque la auténtica conciencia viene de la mano de la acciónpara demostrar que se aprende. Me niego a que nuestros niños se enfrasquen también (que ya lo están) en la escuela e institutos en una enseñanza tecnologizada y que ya no hablen con los maestros: porque como dicen los sesudos tecnócratas (pedagogos de escaparate), todo se puede hacer on line. Claro, que sí. Lo que no se puede es hacer personas. Los seres humanos precisamos de potenciar nuestros rasgos más identitarios (sin renunciar por  supuesto a las bonanzas de la tecnología a otros muchos usos), que no son otros que el hablar, pensar y valorar. Eso no lo dan las máquinas ni de la más alta definición, al menos en los términos en los que se hace uso de ellas.