La foto es de escasa calidad pero muy significativa. Una niña coge un vaso de agua medio lleno y se lo pone en la cabeza. Hace seis horas ha visto hacer lo mismo con un cántaro a 48 adultos, uno por cada uno de los equipos que han competido en las Olimpiadas Rurales de Añora. No conozco a la pequeña y sin embargo estoy seguro de que su abuela porteó cántaros con agua desde el pozo de la ermita de la Virgen de la Peña hasta su casa. Que una niña de unos ocho años, que puede pensar que el agua llega al grifo por obra y gracia de la estructura propia del globo terráqueo, sepa que, en el pasado, la vida resultaba tan difícil como sostener ese inestable recipiente sobre su rubia cabellera, es un ejemplo del tremendo valor que atesoran las Olimpiadas Rurales. Y, sobre todo, que cientos de niños y de jóvenes sueñen con ser atletas del pingané y la soga, de la comba y los mizos, de la carretilla o la cucaña y que sientan que hay vida más allá de la pantalla táctil constituye un ejemplo de que los valores de las Olimpiadas Rurales son el gran beneficio, el retorno real, de este trinomio de tradición, competición y fiesta. Si a esto le sumamos que las nuevas generaciones conviven en perfecta armonía con sus mayores y escuchan atentos sus explicaciones y anécdotas en relación a los usos, costumbres y juegos del pasado tenemos la ecuación perfecta para convertir estas Olimpiadas en una especie de Día del Orgullo Rural.

¿Y por qué es necesario reivindicar el orgullo rural? ¿Por qué jugar al pingané teniendo una tablet? Sergio del Molino, autor del libro la España Vacía, nos cuenta en esta obra, antológica y muy recomendable, cómo después de la Guerra Civil se propició la emigración a los grandes núcleos de población de España. Hacían falta brazos para poner en marcha la estrategia tecnócrata de la Dictadura. Nuestros vecinos pasaron del arado a la fábrica en apenas quince años y en los pueblos resistieron los que tenían el motivo para quedarse o el temor que suponía marcharse. En paralelo a esa emigración, se fomentó la imagen del cateto en la televisión y en el cine. Alfredo Landa, José Sacristán, Fernando Esteso, Gracita Morales, Lina Morgan o Paco Martínez Soria, entre otros, nos mostraban al palurdo, bruto y pueblerino de la Ramona pechugona, a Jenaro el de Los Catorce, a la criada casta de pueblo, a Pepe el de Alemania o al abuelo rijoso de los pollos y de la Chivi, que ofrecía la picadura de sus cigarros frente a los porros de sus nietos urbanitas. Debido a esa imagen, a esos estereotipos perfectamente estudiados, todo el país empezó a pensar que el listo era el de Madrid y el tonto el de Los Pedroches. Que el avanzado vivía a cuerpo de rey en la SEAT mientras el hermano menos dotado se había quedado ordeñando vacas en Añora. Urgía industrializar España. En realidad, el de la SEAT malvivía en un piso de 50 metros cuadrados en Martorell y tenía la urgente necesidad de volver al pueblo en verano. Buscaba la libertad que supone bañarse en una alberca que el de Añora no necesitaba porque gozaba de la amplitud y del fresco de su casa abovedada. Pero como nos hicieron ver que el éxito sólo residía en el progreso catalán o madrileño en contraposición al atraso de lo rural, pensábamos que el pueblo era el símbolo del subdesarrollo. Y ahora sufrimos la cruda realidad que ha supuesto que España sea hoy un país mucho menos vertebrado que aquél que reflejó Ortega y Gasset hace justo un siglo.  El pueblo se fue a transformar la ciudad mientras se esquilmaban sus campos con abonos químicos y con obras faraónicas sin razón ni estrategia de futuro. Productividad contra sostenibilidad.

La grandeza de las Olimpiadas Rurales reside en la ruptura radical de esos tópicos, todo ello en un municipio con fibra óptica y con unas instalaciones y una oferta de servicios pública mucho más avanzada que la de cualquier distrito de cualquier ciudad. Estamos, por tanto, ante el verdadero retorno de inversión de este encuentro. El famoso Return On Investment (ROI) que tanto buscan hoy las empresas. Por ello, no debemos pensar sólo en la repercusión económica, que también existe, sino en la social. El sentimiento de pertenencia, la convivencia, el civismo, la recuperación de las tradiciones con un formato tan avanzado como el que más, la generación de una identidad común y el orgullo de pertenencia hacia lo rural constituyen el mejor antídoto contra los aspectos negativos que plantean debates tan actuales como la despoblación, la educación que estamos dando a las generaciones futuras o el abuso de las nuevas tecnologías frente a las relaciones interpersonales.

Las Olimpiadas Rurales rompen además clichés que perturban a muchos jóvenes de hoy y, en general, a la sociedad actual. Aquí no se discrimina nadie por razones de edad, sexo, físico, posición económica, raza o procedencia. Se puede ser olímpico siendo bajito, con unos kilos de más y sin zapatillas de marca y ganar al garrote, no existen superficialidades estéticas ni clases sociales en la competición. Todos tienen su sitio y su rol perfectamente aceptado. Por tanto, nadie se siente menospreciado. En un tiempo en el que pasar de los 45 ya no es cool, se venera a los mayores y se reconoce a la señora de 75 años que cuenta cómo portaba a su hijo liado en una sábana junto con dos cántaros: uno en el brazo y otro en la cabeza. Y mientras tanto, la crispación política que agobia a quienes estamos cerca de los responsables públicos no existe porque nadie habla de ello, por lo que uno se plantea si, en realidad, vivimos en dos mundos paralelos: la sociedad rural que quiere ser visible y luchar por lo suyo y quienes plantean una permanente batalla campal por el poder perturbando y generando problemas en vez de poner soluciones.

Este peculiar Día del Orgullo Rural que son las Olimpiadas exhibe un tremendo músculo de razones que deja al descubierto la hipocresía de quienes hablan con palabras hueras de despoblación y de desarrollo rural. Si de verdad están comprometidos con la salvación de la España que se desintegra –al menos así lo han planteado todos en las recientes campañas electorales-, durante el fin de semana deberían haber visitado Añora desde el presidente del Gobierno hasta el de la Junta pasando por el de la Diputación. Pero no, sólo tres alcaldes: Añora, Dos Torres y El Viso, han acudido a la inauguración y a la clausura. Aquí, es evidente, hay debate.

Afortunadamente hemos conseguido una importante cobertura de medios de comunicación que, para mí, aún es insuficiente según la potencia del evento, pero luchamos, precisamente, contra la tremenda hipocresía y las contradicciones que imperan en el mundo de la comunicación. Un sistema de postureo y morbo que debate constantemente sobre el futuro del mundo rural, pero que sólo se interesa por los pueblos cuando se producen asesinatos, accidentes, desapariciones, incendios y ruinas variadas. Sin embargo, no nos rendiremos y, poco a poco, con un gran esfuerzo, vamos a ir dando visibilidad a las Olimpiadas, una cita de la España que se está vaciando porque es invisible y, hoy, lo que no se ve no existe. Tanto es así que en este mundo virtual es ya más importante ser visible que ser real. Y las Olimpiadas Rurales tienen tanta verdad, tanta autenticidad, que acabarán por imponerse como referente del Orgullo Rural en España. Estoy seguro.

Las ideas se pueden copiar pero el talento, el compromiso y la constancia, no. Cualquiera puede idear una olimpiada rural pero hacen falta un Bartolomé, un Sabino, un Antonio Luis, una Loli y una Lola, un Ángel, una Inma, dos Juanes Madrid, una Isabel, una Esther, una Jose, una Tere, un José Reyes, una Guía, una Mari Ángeles, un grupo de borrachuelos –léase en su acepción dulce- y más de 1.000 amigos para hacer posible cada año este chute de energía de pueblo.

La España rural está viva, pero sufre aquejada de la falta de compromiso y del olvido por parte de quienes mandan en los centros donde se decide. Y a poco que uno organiza una competición de juegos tradicionales, algo tan sencillo y a la vez tan complejo, aflora el orgullo rural, un sentimiento que debe ser palanca de cambio y objeto de lucha para recuperar el enorme capital perdido. Sólo hace falta que crezca y que tenga relevancia el clamor que ha surgido estos días de Añora durante el gran Día del Orgullo Rural.

 

*Francisco Javier Domínguez, coordinador de Comunicación de las Olimpiadas Rurales de Los Pedroches.