En los albores de nuestra democracia los que defendían la corona, ante la ausencia de sentimiento monárquico de la ciudadanía, se definían como “juancarlistas” pues no había forma democrática de justificar la monarquía impuesta por la mano del dictador.

El régimen surgido de la transición se sustentaba en el bipartidismo y la monarquía, ambos llevan unido su destino y es evidente que  bipartidismo y  monarquía pasan por sus horas más bajas.

En 1996 los datos del CIS daban a la monarquía una valoración del 7,48 mientras que en 2014 solo llega al 3,68.

El bipartidismo en las elecciones generales de 2008 era apoyado en las urnas por más de un 83%  y en las pasadas elecciones europeas solo contó con un respaldo del 49%.

La transición ha estado amparada en grandes mentiras como que la monarquía trajo la democracia, que el rey fue el responsable de que “el tejerazo” no triunfase o que la constitución era intocable etc.

No voy a profundizar, por innecesario, de la herencia que nos han dejado los borbones pues está al alcance de cualquier persona que le interese, pero si reseñar su procedencia francesa y su imposición de un régimen centralista que supuso la abolición de los regímenes propios del antiguo Reino de Aragón, la supresión de las Cortes de Cataluña y la pérdida de Gibraltar por no hablar de la cesión de la soberanía nacional a Napoleón, la connivencia con las dictaduras del siglo XIX y XX, el enriquecimiento personal y la vida alegre  como constantes permanentes desde Felipe V hasta Juan Carlos I.

El bipartidismo se desploma y es ahora cuando la monarquía anuncia la abdicación. Se abre un tiempo nuevo en el que más del 70% de las personas que actualmente tenemos derecho a voto no pudimos refrendar la Constitución del 78 por lo que somos mayoría los que tenemos derecho a decidir sobre el modelo de estado que  queremos.

La abdicación  de Juan Carlos intentarán venderla como un relevo natural para la modernización del país, pero hay que entenderla en este contexto de desprestigio de la monarquía y pérdida de apoyo de los partidos que la sustentan,  no es una decisión voluntaria, es una salida para  intentar apuntalar un régimen salpicado de corrupción que se desmorona.

La actual crisis social requiere un cambio más profundo y más amplio que un simple lavado de cara, la mayoría social no entiende cómo en una democracia del siglo XXI el Jefe del Estado sigue dependiendo de factores hereditarios y no de la voluntad ciudadana.

La soberanía reside en el pueblo y es la hora de caminar hacia un “proceso constituyente” entendido, como concepto político que englobe la posibilidad de construir nuevas reglas democráticas para el juego político y abra las puertas a un nuevo proyecto de país donde todos los poderes estén al servicio del pueblo y sean elegidos por el pueblo.

¿Qué puede haber más democrático que dejar a la gente votar? Por eso queremos y tenemos derecho a  decidir en referéndum entre  una monarquía obsoleta  y clasista o una república donde todas las personas sean iguales y tengan los mismos derechos.

Lamentablemente todo apunta a que a Felipe VI no será un rey puesto por el pueblo, si no por los partidos del régimen PP y PSOE que ya tienen pactada la ley de sucesión que tramitarán de forma urgente con premeditación y coincidiendo con el mundial de fútbol para que  tenga poca contestación en la calle.

El aparato del estado ya ha puesto en marcha todo su poder para ensalzar las bondades de la monarquía y del sucesor al trono, es el momento de los mercenarios de la pluma, tertulianos a sueldo y los pelotas de turno que configuran la España oficial.

Por otro lado está la España real, la que hoy se ha manifestado en todas las ciudades pidiendo un referéndum, la que con su esfuerzo diario consigue sobrevivir y sacar el país adelante, la que está harta de  políticos corruptos, de instituciones que no la defienden, de  la degeneración de la democracia y de los poderes públicos que le dan la espalda gobernando para las élites y las minorías que controlan el poder económico.

Es probable que antes de fin de mes tengamos un nuevo rey, pero  lo que no tendremos es un Jefe del Estado legitimado democráticamente por el pueblo.

Los poderes fácticos están preocupados,  no las tienen todas consigo, no saben si el cambio de imagen será suficiente para acallar el clamor democrático de la calle. Saben que la voluntad popular no se puede negar por mucho tiempo.

Tenemos que estar preparados para los nuevos tiempos que se avecinan, tiempos de cambio y de más democracia. La historia no está escrita, la escriben los pueblos cada día.