A Luci Naciones 3

19-marzo-2015

Querida Luci:

Entre los muchos reconocimientos, títulos y titulillos que se nos otorgan, sin aportar para ello otro mérito que el de haber nacido o ser ciudadanos de determinado país, se encuentra el de electores. Y claro, como es gratis y no engorda, pues ya se sabe, le concedemos poca importancia. Otra cosa es venir al mundo como duquesa de Alba, por ejemplo.

Muchos de los ciudadanos de nuestra querida España nacieron con una urna debajo del brazo (lo del pan era cosa de nuestros abuelos) tal vez por ello les cuesta más trabajo entender que la alternativa a cargar con la urna en momentos de bienestar o de crisis o de descreimiento y depresión absoluta, la alternativa, es decir, tirar la urna y salir corriendo es infinitamente peor. Comprendo que muchos días es lo que más nos apetece. Basta con seguir los medios de comunicación, asomarse a las redes,… o dejarse uno llevar por su olfato y perspicacia, para considerar que ese objeto es un lastre del que habría que deshacerse cuanto antes. ¡No somos de piedra!

Yo he vivido el final de una época en la que los niños venían de París y con un pan debajo del brazo (nada de urnas) y la opinión de los ciudadanos no interesaba a los gobernantes y, además, no se la pedían. He conocido el final de aquella época y el inicio y consolidación de la que ahora tenemos. El inicio se parecía a un niño que siempre anduvo descalzo y un día estrena zapatos. Sólo desea lucirlos y enseñárselos a todo el mundo: ¡Mira, tengo una urna limpia y reluciente y puedo votar! ¡Tengo elecciones nacionales, autonómicas y locales!… ¡De asociación de vecinos, de AMPA, de sindicato, de la peña, del grupo de “Guasap”…! pero los zapatos se hacen viejos y ya nada es lo mismo. Ya no te acuerdas de cuando ibas descalzo o nunca anduviste así o te tiras un farol a lo Rocío Jurado: Se nos rompió el amor de tanto usarlo…

Hoy, lamentablemente, vivimos la impresión de que a nuestros gobernantes, o mejor, a nuestros elegidos: los que tienen el poder y los que quieren tenerlo, (de los elegidos hablaremos otro día) tampoco les interesa para nada nuestra opinión ni lo que sentimos ni lo que nos duele. Lo percibimos por su acción (tantas veces desvergonzada y censurable) u omisión (demasiadas de silencio cómplice). Lo percibimos en su afán por pedir continuamente (en eternas e interminables campañas electorales, cual series de televisión en las que termina el último capítulo de una temporada y comienza el primero de otra y todo sigue igual) nuestro voto para… ¿Para qué?

Sí, querida Luci, también a mí se me han deslucido los zapatos pero (será que, como me he hecho mayor, comienzo a valorar lo que se quiere a un zapato viejo) te diré una cosa: Por nada del mundo despreciaré ni romperé mi urna y seguiré votando mientras pueda. Disfrutando (aunque no dé brillo ni currículum) mi titulillo de elector. Muchas veces tapándome la nariz (como tantos ciudadanos de esta bendita tierra). Otras con pocas esperanzas. Demasiadas con el miedo a que -con la salvaguarda de mi voto- se realicen pactos o coaliciones que no comparto. Bastantes más de las que quisiera, sospechando que algunos de los que van en la lista sólo buscan lucrarse y se carcajean cínicamente de las ideas que dicen representar,… y, mientras voto de esta forma, seguiré esperando a que nuestros elegidos se bajen de la moto y de sus pedestales y se decidan a acortar (¡de verdad!) la distancia entre ellos y nosotros. Seguiré esperando el milagro de que aparezcan esos mirlos blancos inteligentes y buenas personas que decidan hacer de la política un acto de servicio y que el aparato de su partido se lo consienta… seguiré proclamando que la democracia (¡nuestra imperfecta democracia!) es el sistema menos malo que conozco y que las alternativas inventadas hasta la fecha me parecen muy peligrosas e infinitamente peores.

Mientras llega ese momento, he decidido realizar ejercicios para revitalizar la memoria por no sucumbir al olvido y no hacer mucho caso a las consignas que se inventan los servicios propagandísticos de los partidos pues, como soy tan ingenuo, todos terminan convenciéndome de que todos (los otros) son malos, muy malos, “y-tú-más” y, por supuesto, mucho peores que ellos… y ya tenemos el lío.

Tuyo afectísimo.