Por Juan Andrés Molinero Merchán

 

Desgraciadamente, lo que no suena ni mete ruido no existe. Resulta más contundente que nunca la manida frase de que quien no sale en la foto no existe. En los tiempos que corren, de redes sociales y mass media que conforman el escaparate general, los ciudadanos y colectivos estamos embargados en la inercia de la búsqueda de imagen continua; requiriendo al minuto el protagonismo en términos colectivos e individuales. Toda la sociedad está volcada (políticos, empresarios, trabajadores y educadores, centros culturales, etc.) en encontrar un sitio en el candelero (algunos y algunas).

Ciertamente se consigue alguna exposición, que puede resultar grata y necesaria en ocasiones, pero apenas si nos percatamos de que quienes lo consiguen en su totalidad son los potentados económicos, políticos y eminencias sociales; quienes pueden llegar a todos los rincones en cuestión de segundos: porque la tecnología y las redes nos son equitativas (por muy universales que sean), en absoluto, aunque lo parezcan. Nuestro pequeño protagonismo paga muy caro el peaje en otras esferas que a nadie deberían ser desconocidas (aprovechamiento de datos, manipulación, control social, etc.). Más allá de la mirada actual, siempre hubo en el mundo tradicional estridencias, voceros y tópicos que se expandieron como la espuma, que nos han perseguidos durante muchas décadas. Andalucía ha sido en eso cabeza de turco por diferentes razones. En lo más próximo de las últimas centurias –ya lo hemos hablado en muchas ocasiones–, la literatura romántica y los viajeros al uso (George Borrow, W. Irving, Richard Ford, Dumas, Gautier…) sentenciaron imágenes que han perdurado con largura: desde las estampas históricas (medievales, islámicas moras, etc.) a las costumbres y actitudes equívocas (hedonismo, holgazanería…), estereotipos y prejuicios (vagos, festeros, chistosos, flamencos, incultos…).

Dicho imaginario se encuentra muy trastocado en las últimas décadas, arrastrando aún parte de aquel poso en el que a veces nos recreamos nosotros mismos en cautivar ciertos mitos de esta tierra. Andalucía, sin embargo, es bien distinta y distante a esas proyecciones acrisoladas por el tiempo. La diversidad de Andalucía, de siempre, y las nuevas ráfagas culturales, emocionales y científicas de los últimos tiempos liman con mucha fricción el imaginario distorsionado de un Pueblo tan complejo como el andaluz. Paulatinamente se van cauterizando heridas de viejos estigmas tópicos, virando hacia horizontes más realistas, más verídicos.

La Andalucía silente del día a día, la más verdadera, conforma a diario sin estridencias una nueva imagen desde diferentes prismas, porque la sociedad ha cambiado, y lo hace la economía, la ciencia y nuevas mentalidades. Se trata de una cuestión compleja, porque los tópicos están muy asentados en el imaginario nuestro y de los demás (del resto de España, Europa, el mundo…), pero día a día y en silencio, en el tráfago de nuestras vidas se avanza a espuertas en la esfera de valores que nos definen con mayor sinceridad sobre lo que somos y queremos ser. La juventud preludia horizontes esperanzadores, porque se identifica completamente con la de otros lares sin remilgo alguno: nuestros jóvenes viven y se preparan con principios de modernidad y progreso; en los ámbitos profesionales prevalece el esfuerzo, la profesionalidad y empeño en destacar en formas económicas satisfactorias que nos permitan ser visionados por nuestros valores; asimismo la ciencia y los avances en los diferentes campos de investigación y crecimiento, dejando atrás la vieja mochila imaginaria de dejadez, fiesta continua y el arte por bandera de una realidad infausta. El cambio de mentalidad de la Andalucía silente burbujea sin prurito de pandereta ni emociones hiperbólicas o estentóreas, siendo una realidad cada vez más consistente.

Resulta evidente que se avanza paulatinamente, no sin fuertes peajes, en los entresijos del tópico tradicional y la díscola disonancia de las nuevas tecnologías, que son poliédricas y pendulean al son que más suena. La realidad andaluza, la más sincera, busca en silencio su camino por la senda de la diversidad, progreso económico, potencia social y la mentalidad abierta.  Siempre resulta difícil definir la identidad de un Pueblo, sobre todo cuando es un organismo vivo y complejo que se nutre de pasado, presente y futuro; cuando camina por la senda estrecha de una nueva modernidad sin tener que perder las raíces y señas de identidad. Elegir entre aquello que nos distingue, lo que nos definieron y lo que realmente somos y queremos es difícil. El tiempo da y quita razones, de antaño y de ahora, pero hay una Andalucía silente que habla muy claro una nueva lengua, sin perder un ápice de su esencia.