Querida Luci:

Cuando leo o escucho a personas de contrastado criterio y un largo trecho de su existencia cumplido, que afirman estar seguros… seguros de que la duda es el camino por el que se han movido muchos seres humanos, que aportaron grandes logros a la humanidad, no sé si te ocurre a ti, siento un gran alivio. Volví a experimentarlo con la lectura del artículo “No lo dudes”, de Manuel Vicent. Consuela leer que, con ochenta y tres años de hacer caminos, el escritor de Castellón se refiera al archicitado: Pienso, luego existo, asegurando que, para él, “Dudar equivale a pensar”.

Los ejercicios de pensamiento, existencia y duda pueden resultar muy recomendables para los que nos vamos haciendo mayores y pueden servir, además, para que asumidas y expresadas, ante los más jóvenes, nuestras dudas razonables y las otras, les ayudemos a sentir la tranquilidad de saberse seres humanos completos, precisamente, por tener dudas. ¡La duda ofende! es una frase hecha que, en ocasiones, queda muy bien para exponer que nos autoproclamamos intachables en nuestro proceder o incondicionales ante alguien, sin embargo, prefiero y me serena, bastante más, asumir que no sufro merma alguna porque se tengan dudas sobre mí y que resulta muy saludable dudar de los demás. A todas las personas se les debe siempre “el beneficio de la duda”.  

Da miedo la iluminada certeza con la que, por ejemplo, determinados líderes políticos (algunos demasiado tiernos aún y otros que ya no van a madurar) tratan de enardecer a las masas con consignas aprendidas de memoria o soflamas poco reflexionadas pero efectistas y me preocupa mucho más como, sin el menor asomo de duda, son tragadas y repetidas sin digerir por sus seguidores más fanáticos. No me tranquiliza que cualquiera al que el azar o la ambición le puso delante un puñado de micrófonos te grite: ¡No lo dudes! y tú, sin rechistar, lo incorpores a tu carpeta de certezas inviolables. Considero razonable que, si pertenecemos a determinado grupo, no podemos exigir que se desconfíe permanentemente de lo que nos reúne y demandar que los acuerdos adoptados por la mayoría se hayan de corregir a diario. Esa actitud paraliza cualquier actividad colectiva. Pero, desde luego, no significa que debamos renunciar a nuestro derecho y obligación de pensar por nosotros mismos, de dudar. La duda favorece la revisión, la mejora y el avance. Ya me dirás cómo hemos llegado hasta aquí. La certeza ampara al inmovilismo y a ese peligrosísimo “nosotros pensamos por ti” que cada día se nos va metiendo por los poros y por las ventanas que, con desidia e indiferencia, dejamos abiertas. Me digo para mis adentros que, si la duda ofende, la certeza asusta.

Querida Luci, Vicent concluye su texto asegurando que Solo los muy débiles están seguros de todo, porque hay que ser muy fuertes para no estar seguros de nada. Me quedo con mis dudas al respecto y, mucho más básico, me conformo con un silogismo, construido al modo de los que me enseñaron en el instituto y cuya conclusión no puede ser otra que: Dudo, luego existo.

¿Siempre tuyo?