*La Ilustre y Noble Villa de Hinojosa del Duque fue publicada por el Padre Juan Ruiz Ramos en 1923. El artículo que hoy publicamos parte de esa obra y lo hace para poner en valor la historia de Hinojosa y también para acercarla a aquellos que la desconocen. Miguel Ángel Pérez Pimentel se acerca a esta obra usando su estructura general y algunos datos curiosos que animen a la gente a acercarse a un libro casi de obligada lectura.

 

Tirándole de las orejas a la novelista Fernán Caballero comienza el libro del Padre Juan Ruiz donde  habla de la “Situación y Estado actual de la Villa […]”. De la situación de la villa, en su novela La Farisea, la “ingenua” escritora describe una Hinojosa triste, aislada y apartada. Esto debió irritar al fraile, que tenía que ser de armas tomar, porque si algo le gustaba era su pueblo, sus gentes, su naturaleza y vitalidad.

Avanzan las páginas y aparece la lista de las 72 calles y 7 plazas de la Hinojosa de principios del XX. Aquí apunta los nombres oficiales y los oficiosos del plano hinojoseño muchos de los cuales usamos hoy día: Caños Verdes, Costanilla, Olleros, Fontanilla, Aviones… Aunque el dato, sin duda, es que la población hinojoseña hace casi 100 años rondaba los 12000 habitantes, ¡12000!. Qué pena, coño. También penoso y “bochornoso”, dice el cura, que en esos años el 70% de los hinojoseños eran analfabetos y aquí, menos mal, sí hemos mejorado.

Después de hablar de la geografía e hidrografía de la zona, trata el tema geológico donde afirma lo mal explotado que estaba el subsuelo en la época dando ejemplo con las mal trabajadas canteras cercanas a la ermita de la Virgen de la Antigua. Mejor atendidos estaban los hoy perdidos yacimientos mineros de plomo o cobre que circundaban nuestra zona.

Refranero describe su entorno natural y sobre los vientos que nos traviesan (el Cierzo, el Calabrés [de la Calabria, Sta. Eufemia], el Cordobés, el Ábrego y el Gallego) apunta que “el Cordobés la mueve; y con el Ábrego llueve” o “cuando sierra Trapera tiene gorra; no hay arroyo, ni cañada que no corra”, y es que la sabiduría popular no falla. Así, y en un ejercicio que preludia el ecologismo – según Antonio Gil que anotó esta obra – clasifica con detalle flora y fauna: desde las “plantas medicinales” y “el monte” hasta los tipos de caza o los “animales amigos del  labrador”. Un puntazo.

De labranza, ganadería o de la industria del momento demedia esta primera parte. Fanegas de cereal u olivar, cabezas de ganado “lanar”, “de cerda” o “mular”. Todos datos muy interesantes sobre la economía de principios del siglo pasado y más por la comparativa con los que recopiló aquel ministro de Hacienda de Isabel II, Pascual Madoz, que durante el Bienio Progresista aprobó – cosas del liberalismo – otra ley desamortizadora y con la que nuestro cura no comulgaba. La comparativa ofrece a simple vista como en 50 años la superficie de cultivo se había duplicado o como las cabezas de ganado habían aumentado considerablemente. Dos puntadas con hilo da el carmelita a nuestras industrias agrícolas: la primera sobre elaboración de nuestros “excelentes quesos; que, aun cuando sin nombre propio, tienen, […] aceptación y son acaparados para revenderlos después como manchegos”; y la segunda trata de nuestro producto estrella: el jamón o “los jamones” de los que afirma: “que compiten […] con los más afamados de Extremadura, con cuyo nombre circulan en el comercio”. Cada vez menos pero esta música la hemos escuchado otras veces en el Llano de las bellotas.

Por supuestísimo retrata las ferias – ganaderas – de Hinojosa. Una “de escaso interés […] que se celebra en los días del 15, 16 y 17 de mayo” y la otra “la tradicional de San Agustín, o la Gran feria, como la llaman los gitanos, unicamente comparable con la de Sevilla”. Ojo al dato y a los datos. En la feria de San Agustín de 1920 se movieron unas 30000 cabezas de ganado de las cuales se vendieron más de la mitad. Termina el cura cabreado y sin cortarse exclamando: “¡lástima que los naturales no la estimasen más e hicieran más agradable acogida a los feriantes!”. Lo dicho un tipo de carácter.

Ya en los últimos capítulos desgrana con detalle las “pocas y de escasa importancia” vías de comunicación que Hinojosa padecía y, como no, reclama: “la estación (¡cuando se haga!) junto al Mármol, en la vía férrea de Almorchón a Córdoba”. Lo de las carreteras y compañía sí que llevamos demasiado tiempo escuchándolo los vecinos del batolito.

La caridad, la vida piadosa y la instrucción pública cierran el repaso al estado de la cuestión de aquellas primeras décadas del siglo XX. Me quedo con el título de la “Instrucción Pública”, que no es lo mismo que educación y cuyo significado deberíamos revisar para nuestro bien, pero en fin no me lio… Cuatro escuelas graduadas de niños y cuatro de niñas había en 1923 a las que hay que sumar la escuela de párvulos y dos escuelas particulares más. Y claro está, no se olvida del Convento de San Diego. Un extraordinario edificio reconstruido en 1890, con dos claustros donde se instaló un colegio enseñanza secundaria, de bachillerato y seminario; hoy desaparecido por la especulación inmobiliaria. Si el Padre Juan hubiera visto aquella salvajada no habría dejado títere con cabeza.

 

[Continuará]