Las redes sociales han sido testigo estos días del adiós que muchos ciudadanos de Pozoblanco y de la comarca han querido dar a Los Godos, el mítico establecimiento que lleva siendo testigo del devenir del municipio desde hace 46 años gracias a su envidiable ubicación. Muchas han sido las personas que han querido tomarse un último café, compartir una última cena o acercarse para aglutinar los recuerdos de un negocio que ayer dijo adiós cerrando un ciclo. Probablemente ahora se abrirá otro, pero Los Godos pasaron en el día de ayer a la historia de Pozoblanco.

Con la emoción de poner punto y final a toda una vida dedicada al negocio de la hostelería, Godofredo Jurado no puede disimular la emoción que le embarga a pesar de querer rehuir a cualquier tipo de reconocimiento público. De la mano de su hermano Antonio, que se mantiene en un segundo plano, consiguió poner en pie un Bar-Restaurante y una pensión con diez habitaciones en 1968, unos inicios que aunque duros le permitieron convertir esa pensión en «el primer hotel de una estrella de Pozoblanco» una década después del arranque de un negocio que siempre ha partido y ha sido concebido como familiar.

«¿El transcurrir de los años? Qué te voy a contar. Pues que hemos pasado muchas fatigas pero que hemos llegado hasta el 2014 y por aquí ha pasado toda la gente grande que podría venir a Pozoblanco, toreros, artistas, ganaderos, políticos. Hemos conseguido darle nombre a Pozoblanco y a todo el Valle de Los Pedroches y una de la satisfacción más grande que tenemos es el reconocimiento de toda la comarca», relata Godofredo en uno de los salones del Restaurante, que no es ajeno al adiós y es testigo de ese cambio de ciclo.

Las habitaciones de Los Godos han visto pasar a artistas de la talla de Tony Leblanc, Pepe Marchena, Manolo Escobar, Camarón de la Isla o Antonio Molina. Eran otros tiempos y la hostelería otro tipo de negocio. La cercanía del Teatro San Juan convirtió a Los Godos en el centro de hospedaje por excelencia de todos los artistas que pisaban la localidad y Godofredo y Antonio se convirtieron en sus anfitriones. «Era gente con poderío pero sencilla.   Eran otros tiempos, el agua corriente no existía, el orinal estaba debajo de la cama y todas las cosas eran de otra forma pero ellos sabían lo que había», relata para añadir que «solo nos exigían que tenían media hora para comer entre función y función y les reservábamos mesa y servíamos los primeros, incluso alguna vez hemos tenido que pedir favores para hospedar a alguien en alguna casa particular».

La fórmula del éxito

Entre los ilustres clientes siempre se colará un nombre, el de Francisco Rivera «Paquirri». El torero pasó sus últimas horas en Los Godos y ese hecho también «nos ha dado», no solo a nivel comarcal y provincial. Pero Los Godos son algo más, es un día a día durante casi cincuenta años y su supervivencia ha sido posible gracias al «trabajo, no voy a decir sufrimiento porque un oficio te tiene que gustar pero el éxito reside en el trabajo, la honradez y el dedicarte al público».

Los hermanos reconocen sentirse raros sin mirar un mañana en el que tener que ponerse detrás de la barra y la recepción y atender a sus clientes. Mientras recogen las llaves y sirven las últimas copas, los recuerdos se aglutinan y es tiempo de tener que «recomponer muchas cosas». Reconocen que el ciclo se acaba porque «no tenemos continuidad y no es plan de morirnos aquí, también hay que ver otras cosas y dejar todo listo». Llegó la hora de una jubilación que llega acompañada del adiós de un establecimiento mítico cuyos dueños han intentando mantenerse al margen de cualquier polémica pero que no dudaron en sumarse al no de la peatonalización porque «hizo mucho daño».

Godofredo y Antonio dicen adiós tras 46 años de historia y de historias. Entre fotos y preguntas se sienten abrumados porque eso no va con ellos, más en un día complicado en el que la emoción los consigue embargar. Una emoción que probablemente alcanzó su momento más álgido a la hora del cierre, como un día cualquier pero siendo un día totalmente diferente. Eso se quedará para ellos como tantas otras historias que encierra esa bendita esquina que, a buen seguro, alguien retomará para dar vida pero que ya nunca volverá a ser Los Godos.