Decía no hace mucho tiempo una delegada en el seno de la Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches que los recursos son limitados y las realidades de los territorios las que son, es decir, que habría que acostumbrarse a un nuevo reparto de esos recursos. Lo decía en una comarca que está acostumbrada desde hace tiempo a esa realidad y que vive en su día a día claros ejemplos de que al final somos meros números para la administración.

Número que hablan de un territorio cada vez menos poblado y con una población más envejecida. El eterno problema. Hace unos años me reunía con padres y madres de El Guijo que vivían con angustia la reducción del profesorado en del CEIP Virgen de las Cruces, lo que hacía plantearse a muchos de ellos el traslado de sus hijos a núcleos de población mayores, es decir, a Pozoblanco. Este año, esas reivindicaciones también se han dado en el colegio Virgen de la Peña de Añora para que no se una en una misma clase el alumnado de 3 y 4 años. Más recientes son las protestas del AMPA San Pedro de Villaralto en torno también a la pérdida de maestros y a la unificación de ciclos.

Eso es una parte de lo que ocurre en el ámbito de la educación porque hay otros muchos ejemplos. En el de la sanidad ya hemos visto las últimas noticias, estamos en una zona «poco atractiva» para los profesionales y en lugar de poner mecanismos para que estos se sientan atraídos se sigue en la misma dinámica de recortes, de sobrecarga profesional y de pérdida de calidad asistencial lo que se traduce en una pérdida de nuestros derechos. Ni más ni menos. Porque a las listas de espera que se soportan, que al parecer entran dentro del marco estipulado y de la media -otra vez los malditos números- ahora hay que sumar que la falta de profesionales provoque la cancelación de intervenciones quirúrgicas.

Continuando para bingo podríamos hablar de las infraestructuras y de las deficiencias que encontramos conforme nos vamos acercando a nuestra zona vengas del norte, del sur, del este o del oeste. Aquí ni autovías, ni carreteras en condiciones que nos permitan una salida y entrada al territorio que permita abrir el abanico de posibilidades a nivel económico, empresarial o turístico. Somos meros números. Un núcleo de población disperso y envejecido que no da para la mejora de infraestructuras; donde el descenso de un solo alumno es motivo suficiente para unir dos ciclos; o donde no se estudia la casuística y el tipo de población para poner los recursos necesarios en materia, por ejemplo, de salud.

Esta es la realidad, la tangible. La otra es el discurso político que se atreve a mirarnos a la cara y decirnos que sobre la mesa hay políticas para el mundo rural, para que nuestros pueblos sigan vivos. Eso sí, cuando los números no cuadran aplicamos el tijeretazo o directamente el olvido. Pero hay otra realidad, la de una ciudadanía que parece que estar tan acostumbrada a esta situación que se resigna y calla. Nuestro pasado debería ayudarnos para entender que para hacernos oír hizo falta la unión de quienes nos gobiernan y el respaldo de la sociedad. Y si los primeros andan más preocupados en las citas electorales que se nos avecinan y en buscarse su porvenir en sus respectivos partidos, tendremos que ser la ciudadanía la que vuelva a tomar las calles para exigir que los olvidos se queden atrás, para exigir que no sigan mermando nuestros derechos y, sobre todo, para recordarles que somos algo más que números.