Querida Luci:

Lo comprendí más tarde, El pastor mentiroso fue un joven dotado de gran imaginación, con tiempo para pensar y convencido de que la realidad no era del todo como se la habían contado. Acostumbrado a pasar horas y horas solo con sus ovejas, terminó por construir un mundo a su medida y cuando se desgañitaba con su: ¡Que viene el lobo! no pretendía burlarse ni engañar a nadie, aunque su risa nerviosa lo diera a entender. Cada vez que gritaba, el pastorcillo revivía la certeza de que un lobo nos iba a devorar. Su trágica muerte, sin recibir ayuda de los pastores, convencidos de que mentía, nos privó de conocer los detalles de un relato fantástico ideado por (lunático para la mayoría) un fértil creador de fábulas al que pocos supieron escuchar. Hoy, todavía me pregunto ¿Qué lobos vería a su alrededor aquel muchacho para gritarlo con tal desespero?  

Seguramente algunos de sus cuentos junto con otros recogidos por Perrault o los hermanos Grimm son los que ahora se pretende retirar de librerías y bibliotecas, dada su extrema peligrosidad sexista o sus modales políticamente incorrectos. Al asistir a tan bienintencionadas prohibiciones uno se pregunta si, al fin, autoridades y educadores se sacuden los complejos con que nos marcó aquella rotunda pintada del 68: “Prohibido prohibir” y, para la protección de la tierna infancia, cual ángeles de la guarda se afanan en apartar a niños y niñas de los peligros que les acechan. Si tal cosa (prohibir) se les hubiera ocurrido a los padres, el hecho habría sido denunciado por más de un profesional de la psicología, como inadecuada conducta sobreprotectora.

No sé a dónde vamos a llegar. Quién puede conocer el final de la historia, y si éste será cómico o trágico, cuando apenas ha empezado a escribirse. No obstante, es mucho más fácil prohibir un cuento que contarlo y más simple que leerlo en los ojos de cada niña y de cada niño. Quitar algunos de en medio resulta más cómodo que enseñar a los hijos a distanciarse de la creación literaria y bastante más asequible que contestar a sus preguntas y, qué duda cabe, muchísimo más descansado que suponerlos inteligentes (al menos tanto como nosotros) y concederles la oportunidad de valorar e interpretar. “Que decidan por ellos, que se equivoquen”no es ningún derecho reconocido por la ONU y prohibir algunos cuentos es más sencillo que todo lo anterior y me atrevo a decir que más hipócrita, conociendo lo que pasa a diario por las manos de nuestros niños y adolescentes. Tapemos las vergüenzas de las obras de arte y enmendemos la plana a los artistas, cual vigilantes Braghettones y si en nuestro credo se ha colado este versículo: “Muerto el perro se acabó la rabia”, prohibamos. Realicemos una gran hoguera (¿De qué me suena?) de cuentos mentirosos e inapropiados, a nuestro modo de ver.  

Querida Luci, dudo que, por ese camino, logremos forjar almas inmaculadas e impermeables a la burricie. Otros lo intentaron sin éxito, despreciando la rebeldía de los seres humanos y su capacidad para contar lo que perciben a su alrededor. Después de todo, puede que el pastorcillo no fuese tan mentiroso y que, tal vez, todo comenzase el día en que alguien le vino con el cuento de este terrorífico relato breve: Érase una vez la realidad. Fin.

Aunque venga el lobo, siempre tuyo.