Hoy iba a hablar de dinero. Y de la felicidad de la solvencia, pero lo dejo para otro día. La economía es una ciencia despiadada que no hace prisioneros; y es normal.  Sin embargo, el amor no deja a nadie en pie: los imperios caen, los ejércitos desfallecen, los espías traicionan y las vírgenes dejan de procesionar. La guerra. No es que sea difícil: es que es verdad. La verdad de los matices de una foto en blanco y negro en tu perfil. Nada y todo.

Me subvierto: veo la vida como una clase de spinning, Julio, en la que parece que no llegas al final: pero sí. Una guerra civil entre bambalinas. Estar. Cerrarlo todo en un jadeo. Mentirte a ti mismo y correr: la decencia. Un matrimonio malherido que resiste. El amor al fin.

Todo se resume en eso último: el amor al fin. No es fácil, pero lo atas; o lo intentas: o si no lo haces te recreas. Es normal. La vida de los enamorados es la mejor, bueno, casi; la del desamor es más conspicua e interesante aunque duermas solo. Sin tilde. A veces un amor se resume en el instante en el que se cierra la puerta: justo cuando tu cara se apoya en el marco: la única conversación posible, la del rellano, la de verdad. Y la verdad es el matiz.

Llevo demasiado tiempo sin leer poesía pero no hay sitio donde no aparezca el poeta. El amor es claudicar o decir que sí todo el rato al otro y luego darte cuenta de que tenía razón; y disfrutarlo y callar. Eso es el amor: callar. Callar cuando todo está mal y lo intentas arreglar. Insisto: los que te rompen el corazón no piden perdón aunque lo intenten. Es como cuando se te cae la tortilla al darle la vuelta, que lo arreglas pero todo está roto. Faltan huevos. Igual que los vocativos sin coma. El horror. La bohemia. Lo gitano.

No me gusta Joaquín Sabina. Pero tras la muerte de Almudena Grandes he aprendido a escuchar una canción suya que habla de todo esto, del amor: Noches de boda. Mi respeto. La canción cuenta la historia de la escritora y de su marido, el poeta Luís García Montero. Ese marido besó un libro antes de dejarlo caer en la tumba de quién más quiere (y hablo en presente): ese libro era Completamente viernes. Se lo escribió a ella y por ella en 1998; y lo enterró con ella: nunca he visto mayor afirmación de amor que esa. “No hay amor sin admiración” rezaba un enorme retrato de la escritora en su funeral. Pues ahí está: libro con más de veinte años de admiración. Quizá por esto llevo pensando días en esto, en el amor, digo. Dijo: «Supongo que estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre”.  Lo he leído en el HOLA. Lo imposible y es.

Las segundas oportunidades son peligrosas. Emilio me dijo esto hace muchos años; y llevaba razón: pero hay que ser valientes y jugársela. Lo siento, Puto. Es como fumar. Combustir lo que se va a acabar pero con la sabiduría de que hay más. Cuando estás enganchado hay que hacerlo: fumar, digo; perdón: amar. Si estás entendiendo toda esta tropelía: bienvenido/a, si no: no es mi culpa. Te falta vivir (sin acritud).

La certeza del amor es imposible e inevitable a la vez. Inevitable. No es melancolía: es la llegada del invierno. Atizar la candela. Nuestro perros ladrando. Tengo una foto de mis padres frente a mí cuando escribo esto. Tienen poco más de veinte años: son sílfides. Están sentados en un prado verde. La foto está descuadrada a la izquierda y mi madre se apoya en el hombro de mi padre, que va con gafas de sol, gorro, flequillo y bigote; mientras lo achucha – nunca he visto a mi padre con gafas de sol, gorro, flequillo y bigote– . Llevan vaqueros y botas: una romería; y miran a la cámara con cariño y chulería (hay que tener veinte años para eso). Mi madre lleva el pelo demasiado largo y descolocado para ser mi madre. La piel tensa por el sol. Los dos juntos son un poema de Ángel González. El germen de Me basta así. Ojalá pudiera ser Dios e inventarlo todo para mí.

No digo más. Si llegas a esto último pasados los sesenta seguramente pienses lo mismo que yo. La envidia. Los besos “inventados por mí, para tu boca” de Gabriela Mistral. Ella. Él. Tú y yo discutiendo: peleando por un beso. Amor.