Antonio Machado escribió una sentencia a principios del siglo XX que está recogida en esa soberbia Biblia del ser y del alma de España que es Campos de Castilla: “¿Tu verdad? No, la Verdad,/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela”. La parte más importante de este breve poema es “y ven conmigo a buscarla”. La Verdad es un camino compartido. Una metáfora rota. La puerta que no se cierra.

Todo lo anterior quiere decir que la Verdad no es un sitio al que llegar sino el camino, como la vida. Y qué es la vida sino el matiz. Un instante de compresión y de entendimiento. Es justo ese momento en el que escuchando una canción que habías escuchado mil veces la entiendes. Ese momento en el que todo encaja, en el que se alinean los planetas y todo tiene sentido, ese momento que te hace ver el Universo desde arriba por un segundo. No hay más hasta el siguiente instante. Salvo el camino.

El problema es el primer verso del poema: “tu verdad”. Malditos sean los posesivos. El uso de nuestras verdades propias nos hace ser gente peligrosa. Y somos gente peligrosa porque reducimos la verdad al blanco o negro, y no. Insisto: la Verdad como la vida es el matiz. La gama de grises que nos hace ser mejores. Por eso después de una comida con amigos se toma café y por eso todos los cafés son distintos.

Aceptando que la verdad es un camino duro, arduo y compartido, en el que la empatía es un valor clave, logro entender el triunfo de la mentira en este mundo fútil y líquido que nos ha tocado vivir. La mentira resuelve problemas sin esfuerzo. La verdad obliga a pensar, a reflexionar, a esperar y seguramente a no resolver el problema y a tener que seguir caminando en su búsqueda. Jodida preposición, Adrián. La mentira es comprar algo por Amazon para resolver un problema que no tienes: la posverdad.

Javier Cercas dice – y lleva razón – que la posverdad es la mentira de toda la vida pero construida sobre un trocito de verdad. ¿Cómo te quedas? Yo, roto. Somos frágiles. Inevitablemente frágiles. Finjo que no; pero sí. El ser humano se equivoca siempre y necesariamente cuando cree alcanzar la verdad. El genio maligno de Descartes. El triunfo de la mentira.

A mi madre