Voy a contar una historia de amor. De las que dan envídia. Lo siento, pero es así. Manuel y Carmen se cruzaron la mirada por primera vez en 1999. Eran dos críos. Manu era un chico guapo e insomne que vio la luz por primera vez en la cara de aquella mujer de piel pálida y ojos claros. Tímido como él sólo. Era un sol en una mañana nublada. Carmen era ingobernable, era siempre primavera.

Aquel día, Carmen, se arregló para otro; pero no sabía que se peinaba para Manuel. Se vieron por primera vez. Esos tirabuzones rubios como el mar de trigo de su pueblo atados a unas trenzas interminables fueron para él como sentir el suelo frío bajo sus pies descalzos. Era el frío del mar que te entierra los pies en la orilla. Esa mujer era la playa.

Carmen pensaba que venía de vuelta. pero no, aquel tipo callado, interesante y un poco idiota le dio curiosidad. El puro enemigo de la fidelidad. Era su primera vez y el listo de Manuel no lo sabía o no lo intuía o quizás no quería verlo. Cuando no sabes donde poner la chulería llega la inocencia. No existía Gran Hermano, ni Instagram; y los Back Street Boys publicaron su tercer disco. Sonaba La flaca de Jarabe de palo y La raja de tu falda de Estopa acababa de estrenarse.

Todo lo que pasó después pasó porque era inevitable e inocente. La inocencia no justifica el engaño pero lo atenúa. Lo atenúa como esos besos que van despacio y sin querer y que luego se convierten en una catarsis desquiciada mientras ambos se tiraban del pelo y se mordían los labios con la mirada clavada en los ojos. Aquel portal fue una boda. Se amaron 100 años en 10 minutos.

Era verano. Y los veranos de finales de los 90 eran otra historia. La culpa era de las Vespino ochenteras: te quemabas; y de los SMS: un poema costaba 50 pesetas. Manuel iba a misa los sábados por verla. Un hombre enamorado traiciona a la ciencia, al Universo o al mismo Cristo rey. Manuel la veía leer la segunda lectura y aun no pudiendo se arrancaba la piel. Ella, desde el altar, sólo lo miraba a él. Aquel salmo era erótico. Los párpados caídos de Carmen, fijos en el Nuevo Testamento, eran su delicia y los dos lo sabían. Relamerse en la distancia y en público se convirtió en vicio. Se esperaban en la puerta de la parroquia para no mirarse al despedirse.

Era agosto y todo saltó por lo aires. Carmen le rompió el botón de la camisa y él le quitó el coletero en ese mismo instante: se mordían y los pillaron. Aquella falda de tablas a medio subir en un rincón de una tarde noche de agosto era un pecado. En las casetas, de fondo, sonaba el Mambo number 5 de Lou Bega. Casi tenían18. Qué feria. Robarse besos en agosto es un arte y ellos los hacían genial. Nunca hubo unos churros con chocolate de madrugada con tan poca vergüenza: se beasaban a cada bocado. Qué mirar sin mirar.

El desaire fue una idotez. Podían haber seguido toda la vida, sin embargo, era septiembre. Dicen que abril, pero, maldito sea el enero de los enamorados. Se oía el 19 días y 500 noches de Sabina. Ella lo sabía. Él quiso esperarla. Los veranos se acaban, pero el amor no, al menos para uno de los dos.