Hace unos cuantos meses nadie hubiese dado un duro por la carrera política de Pedro Sánchez. Un complot interno, de “cabos chusqueros”, como lo definió el hoy ministro Borrell, acabó con cualquier posibilidad y esperanza del flamante Secretario General elegido, por primera vez, por las bases del Partido. No hay nada más peligroso que el fuego amigo, es decir los auténticos enemigos que forman parte de la misma organización. Los demás, los que están en otros Partidos, son simplemente, como decía el lúcido Churchill, adversarios con los cuales uno podrá coincidir o no, pero simplemente contrincantes de ideas, de modelos. En los recintos interiores de las organizaciones políticas están aquellos que, al igual que Bruto y sus secuaces, esperan a Cesar en la entrada del Senado para acabar con el hombre y con el símbolo.

En el caso que aquí nos ocupa, un ramillete de lo mas granado de un Partido con mas de un siglo de historia: un expresidente con acusado síndrome de Dios, y unos barones autonómicos capitaneados por una baronesa cuya ambición personal estaba en un proceso expansivo. Una muerte rápida, con razones y justificaciones de lo más ocioso para ser dignas de crédito, y donde subyace el único fin fácilmente identificable del “quítate tú para que me ponga yo”. Muerte y entierro – figurado pero efectivo – todo en un mismo día, sin agonías largas ni duelos innecesarios. Todo ello para que el Partido que supuestamente había sido siempre de izquierdas, no se arrimara demasiado al color morado de esos antisistema de nuevo cuño que tanto asustan a las almas bien pensantes; y de paso ayudar a afianzar una derecha desgarrada por tanta corrupción, sobre todo en algunas regiones, con excesivos nombres en las listas de imputados.

Con la caída de Pedro Sánchez, tan alabada por la prensa más cavernícola, muchos pensaron que la tapa del sarcófago nunca mas se levantaría. Pero hay dos cuestiones que perdieron de vista algunos de los conspiradores. La primera es que Pedro Sánchez había llegado con los votos de los militantes de base, esos hombres y mujeres que nadie ha escuchado durante décadas, que solamente han servido para pegar carteles y otros trabajos mientras el líder de turno se hacía la foto o tomaba posesión del cargo. Hombres y mujeres que sienten el verdadero socialismo, el de toda la vida, sin mutaciones extrañas ni aditivos debido a los intereses particulares del momento; los que lo han vivido y sufrido a partes iguales, han trabajado a fondo y nunca han recibido nada, a menudo ni las gracias. Pero, además, nunca entenderé esa necesidad que tienen algunos verdugos de humillar a las víctimas. Existió una operación real de humillación gratuita hacia Pedro Sánchez que esos militantes que lo habían apoyado nunca aceptaron. En una vuelta de tuerca, pocas veces vista en política, aprovechando una posibilidad de expresarse libremente con su voto, sin ningún intermediario, resucitaron a Pedro Sánchez de unas injustas cenizas causadas por un fuego obsceno, alimentado por intereses que será mejor no desmenuzar aquí.

Y era solo la primera etapa de un regreso cuyo final, hoy ya lo sabemos, termina en la Moncloa. No deja de ser curioso como la primera fase de esta guerra, es decir el regreso a la Secretaría General fue propiciado como respuesta a las formas  indecorosas de unos conspiradores más que por una confianza sin límites hacia Pedro Sánchez. Fue la reacción lógica de los que entienden que el sistema feudal/piramidal debe dejar paso a un sistema más horizontal de democracia interna. En cuanto a la llegada a la Presidencia del Gobierno, no cabe la menor duda de que responde a una situación insostenible del Partido Popular. La sentencia del caso Gürtel marcó un giro decisivo para la puesta en marcha de una moción de censura que nadie se creía que pudiera salir adelante, seguramente ni el mismo candidato. Pero se dio eso que pocas veces ocurre – por desgracia -, la acumulación de votos de sectores dispares que entiendes que la situación no puede seguir mas por el bien de un país y de todos sus ciudadanos. Un gesto de valentía del candidato, y una lección de patriotismo para recuperar la imagen interior y exterior de un país en el cual todos estamos interesados.

Y nuevamente Pedro Sánchez, en contra de todo pronóstico, gana una votación tan complicada, mas por lo mal que lo hicieron los que gobernaban que por la confianza que pudiera generar el candidato en ese momento. Ahora el gran reto del nuevo presidente es demostrar que esas dos operaciones de rechazo se pueden convertir en un auténtico movimiento de adhesión; que verdaderamente tenemos un estadista que nos representa a todos, a los que lo votan y a los que no lo votarán nunca. De momento parece que el nuevo gobierno, una vez solucionada la anomalía del ministerio de cultura hace pensar en una posibilidad real para enderezar el curso de la Historia en un país que ha sufrido demasiado en estos últimos años.

No le vamos a pedir milagros. No queda tiempo para eso, y además la composición de las cámaras no deja demasiado margen. Pero sí es imprescindible exigirle que los tonos, las formas, el respeto hacia los ciudadanos adquieran otros tintes distintos a los vistos hasta ahora. Decisiones que apacigüen un ambiente demasiado cargado; al mismo tiempo la resolución de algunas contradicciones históricas con las que este país no puede seguir viviendo. En definitiva, solo pedimos, aportando el grado de confianza imprescindible – que nunca será un cheque en blanco – que este país se convierta de nuevo en una nación de la cual todos, absolutamente todos, podamos sentirnos orgullosos.  Y eso no depende ni del tamaño de las banderas ni de la proliferación de los himnos. De lo que hablo es de una sociedad en la que el equilibrio entre la ley, la justicia y el imprescindible respeto, venga marcado por esa vieja idea – para muchos vigente y necesaria – de un humanismo verdadero. No es tanto, y si todos ponemos algo de esfuerzo y el gobierno lo entiende, estoy seguro que este país será de nuevo un territorio para todos y no un coto privado para privilegiados y compinches.