No es un domingo cualquiera, es el domingo más esperado del año en Villaralto. Por una ventana electrónica se ve un altar, un sinpecado y Ella en su capilla, donde recibe a tantos hijos en la parroquia. Es el lugar en el que la Divina Pastora atiende tantas peticiones, que luego se devuelven entre lágrimas, flores y vítores. Un amor incondicional que se aprende desde pequeños, que se lleva con orgullo y al que se corresponde con una simple caricia a una flor de papel en una carroza, que se convierte en un carro de arte.

El coronavirus no sólo nos ha arrebatado la libertad de movimientos, el consuelo de despedir a nuestros muertos o de abrazar a nuestros seres queridos. Este año también nos ha quitado la tradición, pero no nos ha conseguido robar el corazón. Seguimos pudiendo sentir, amar y creer en Ella. Saber que nos cuida y nos protege, que no hay virus que la pueda separar de nosotros, ni el día de su romería ni en cualquier otro del año. No habrá pandemia que pueda con la devoción de un pueblo entero y con la ilusión de volver a caminar junto a Ella entre la primavera.

Confinados, sólo se le ha podido ver media hora entre el blanco y dorado de las paredes de su camarín. Un directo en redes sociales para una misa extraña con una iglesia que sonaba a vacía, porque no han llegado sus hijos desde toda España para adorarla en el campo. Hasta hemos echado de menos los que se meten detrás del altar para hacer fotos a la carroza. Las familias no se han unido debajo de una encina para brindarle su fraternidad, ni el coro ha cantado las oraciones de un pueblo fiel.

Ella también está confinada. No ha subido a su carroza, no se le ha cantado a la salida del pueblo y tampoco ha sido seguida por su cortejo de sueños efímeros hechos con el trabajo de meses de decenas de fieles. No habrá fuegos artificiales a su llegada, ni vítores, ni tampoco salves esta noche. Aunque nadie olvida que es el Primer Domingo de mayo. Hay pancartas en los balcones, vecinos unidos para cantar el «Salve bellísima aurora», altares improvisados y carrozas hechas por los más pequeños. No hay romería, pero sí hay Divina Pastora. Siempre la habrá. No hay pandemia que nos la pueda quitar.