No, no, no llegué a tanto. El día, mi día, a pesar de un molesto dolor de garganta, había sido fantástico hasta ese momento, así que en ningún momento me sentí como Bill Foster, el personaje de Un día de furia interpretado por Michael Douglas. No obstante, debo reconocer que cogí un buen cabreo al ver en una web la numerosa asistencia de personalidades públicas a la Exposición Permanente del Teatro El Silo. Por la mañana, ninguna de ellas, ni una sola, estuvo en la presentación de la XXXI Olimpiada Matemática en el IES Los Pedroches. Mientras apagaba mi furia fregando los primeros platos de la comida del mediodía, pensaba el bien que hubiera hecho a los chicos que una autoridad les hablara de la importancia de las Matemáticas en el desarrollo y bienestar de las sociedades. Se hubieran sentido importantes. Llegado el momento de enfrentarme con las ollas y las sartenes, me convencí de que mi furia no tenía sentido: ¿acaso no estaban quienes debían estar? ¿Qué hacía allí un político aparte de decir cuatro frases hechas y visitar lugares comunes? Con el vileda en la mano restregando la suciedad incrustada, comprendí que si queremos llegar a algo como sociedad, si queremos que los chicos mejoren y nos hagan mejores al resto, deben saber que el Estado debe entrometerse lo mínimo en sus vidas, que tienen que ser ellos, con su talento y esfuerzo, quienes construyan su futuro. Que el bien que se les hace a los chicos es decirles que el Estado no puede hacerlo todo y que nada es gratis en la vida. Pasando el paño a la encimera, estaba eufórico, sonaban en los auriculares Starry Eyes de los Records y sobra decir que se me iban los pies por gres del suelo. Minutos más tarde, cuando atronaba el Shake some action de los Flamin’ Groovies, estaba que me subía por las paredes y casi daba gracias por las ausencias. Fue un buen día, sí. Un día fantástico.