Una ola de humo rosáceo –no sé si el color fue para mitigar el susto- fue lo que me recibió el pasado domingo cuando me disponía a cubrir el partido que midió al Pozoblanco contra el Mairena. Lo vi antes de entrar al campo, imposible no hacerlo, y voces muchas voces. Partido movidito, pensé. No se caracteriza la afición del Pozoblanco por ser excesivamente atronadora, ni tan siquiera por hacerse oír, así que las voces de ánimo debían de venir de otro lado.

Efectivamente. Una vez pisada la grada una treintena de hinchas del Mairena me recibió. Enfundados en sus bufandas y banderas se disponían a animar a los suyos, inmersos en la lucha por entrar el los play off de ascenso. ¿Lo primero? Envidia, no lo voy a negar. No deja de ser emocionante ver como un equipo tiene el aliento de los suyos y más si los resultados acompañan, quien sabe de lo que hablo no me podrá negar que la dinámica y las relaciones entre afición y equipo son otras. Curiosidades de la vida, ambos equipos coincidimos en Zaragoza en la última fase de play off que disputó el conjunto dirigido desde los despachos por José Antonio Bravo.

Menos mal que esa envidia se fue diluyendo con el paso de los minutos, no hicieron falta muchos, porque el retrato que dibujaron la treintena de jóvenes que se desplazaron hasta nuestra localidad dejó pasó a la desolación y a la vergüenza. Siempre he reivindicado que el deporte tiene que educar en valores en las categorías base y después seguir ese camino en todas sus etapas. No entiendo el deporte como un combate más allá de la victoria que se quieren anotar los equipos o personas que se miden. La grada está para animar y también para respetar.

Me da y me dio vergüenza como personas que no sobrepasan la treintena y que igual no llegaban a la veintena hacen gestos obscenos, insultan y provocan a quienes semana tras semana acuden a ver a su equipo y les triplican la edad. Me dio pena. No creo que para animar a los tuyos haya que gritarle a un jugador “tu madre es una puta y tu padre un cabrón” –lo reproduzco de manera literal y vayan mis disculpas por delante-. No creo que para que los tuyos se sientan apoyados tu tengas que hacer “peinetas” al público contrario, que paradójicamente empieza a sentirse más visitante que local. Y, por supuesto, no entiendo que haya que tirar al terreno de juego objetos. Y mucho menos entiendo que las bebidas alcohólicas estén prohibidas en los terreno de juego y la Guardia Civil allí presente obviará los llamados “vasos largos”.

En una época en la que todo lo arreglamos con la contratación o la llamada urgente a “coach”, una empieza a entender que esto se nos está yendo de las manos y que igual cuando se nos entrega las llaves de una casa se debería ya incluir al coach en el paquete. Me dio vergüenza y pena, mucha pena.