FIRMA INVITADA: Alejandro Muñoz 

 

A mis hijas, Marta y Carla,

para que continúen las noches de Mediterráneo.

Y a mi mujer, Sara,

por esas noches de Mediterráneo.

 

De ir, y volver.

De veranos, inviernos, otoños…y primaveras.

Y de noches,

Muchas noches, de Mediterráneo.

De volver y no querer irte.

De mensajes con mensa manía.

Y de llamadas perdidas para quedar.

De amigos, los que algunos, no volverán.

 

El pueblo tiene algo, que no se encuentra en ningún otro lugar. Una esencia simpática que te hace retornar a momentos pasados, aquellos que habitualmente han sido mejores que los presentes al olerlos con aire de nostalgia.

Recuerdo que en cada puente, fin de semana largo, o vacaciones, mi cabeza solo pensaba en una cosa: el pueblo. Aunque no haya nacido en el pueblo, uno siempre ha vendido ese lugar a sus amigos como “mi pueblo”. Y no tanto por lo terrenal, sino por su gente. Porque mi pueblo es el único lugar del planeta donde nada más llegar, la gente te pregunta que “si ya has llegado” o que “cuando has venido”. Aunque, seguido de la conocida coletilla como “y cuándo te vas”.

La vuelta al entorno rural desde la ciudad en momentos puntuales del año ha sido, es, y será, un privilegio que solo los que somos de fuera podemos llegar a disfrutar. En la infancia uno recuerda la libertad que suponía ir al pueblo, no ya por que pareciera que no existieran los límites terrestres, sino por las deshoras jugando a torito en alto en la plaza, o por los dolores de barriga por el alto consumo de sustancias azucaradas (véase, chucherías). No había día o noche en que alguna actividad o juego, por simple que pareciera, fuera diferente a la rutina de la ciudad. Y eso, solo se ocurre en el pueblo.

Pero en el pueblo, además de su gente, siempre hay un evento al que acudir, sobre todo a partir de cierta edad. Llámese verbena con barra chapa, feria de algún producto agroalimentario, evento musical de verano, o guisao. Sí, “guisao”, que quizás a alguien que no ha tenido la oportunidad de ir al pueblo, le pueda sonar raro. Así que, para que me entiendan mis colegas de ciudad, un Guisao es ir a ponerse “hasta el palillo” de comer y beber a cualquier lugar que pinte con los amigos o la familia. Pero en el pueblo, claro. Y es en estos eventos donde cuando creces te das cuentas que has desarrollado una parte importante de tu persona, ya que las vivencias que ahí ocurren suelen quedarse marcadas.

En verano calor, y en invierno frío (mucho, frío). Daba igual, éramos jóvenes y teniendo siempre a mano un saco de hielos y unos refrescos espirituosos, estábamos como en brazos (otra expresión del pueblo). En verano las ferias, de los otros pueblos, por supuesto. Las noches de nuestras madres y padres en vilo por nuestras cabezonerías de tener que ir a la feria más chiquitita de todo el valle, porque había que ir. Y en invierno, las navidades. Y es precisamente en esos inviernos donde quizás uno haya podido vivir uno de los retornos más deseados de su juventud. Porque en el pueblo lo interesante no es comerse las uvas o irse de cotillón. Al pueblo en navidad, uno quería ir porque la pandilla alquilaba una casa vieja y vacía para hacer sus fiestecillas. Pero lo interesante no estaba en la fiestecilla de tu casa, sino en la de los demás.

Y es ahí donde aparece el Mediterráneo. Tuvo que ser antaño un pub de nombre donde los y las del pueblo acudían a socializar. Pero ya cerrado desde hace años, se hizo de nuestro lugar de referencia para fiestas y eventos navideños. Con el Mediterráneo, ya no hacía falta ir a las otras casas de fiesta; eran los demás quienes querían venir al Mediterráneo. Con sus correspondientes cabreos, ya que siempre pagábamos los mismos, y ni hielos dejaban en la puerta alguno al entrar. Pero eso da igual, al final de la noche siempre nos traía empanada nuestro Ángel. Así, el Mediterráneo se convirtió en un lugar de referencia hasta que nos hicimos aburridos, y decidimos dejar de hacer cosas divertidas.

Puede ser que sea por hacerte adulto, por buscar nuevos tipos de eventos, porque te echas novia o novio, o tienes niños y niñas. No lo sé. Pero todos hemos tenido un Mediterráneo, que difícilmente volverá. Igual que amigos que se fueron, para no volver, pero que han estado contigo en el Mediterráneo, y el recuerdo del momento te permite volver a disfrutar de esos momentos con ellos. Porque, aunque esos tiempos y amigos hayan pasado, el pueblo sigue, y seguirá siendo mi pueblo. Ese lugar al que volveré a buscar recuerdos, y a crear otros nuevos.