No puedo escribir porque me embarga la emoción. Mi mejor maestra se debate entre los límites del oficio, y lo entiendo. Cuando alguien lucha tanto —tanto, en decisiones tan difíciles—, es porque tiene auténtica madera de maestra. Es una de esas de las pocas que quedan, que será siempre maestra de las buenas, de las que prevalecen en el recuerdo a sangre y fuego en el corazón de niños. Es toda una vida, es una profesión singular. Es una vocación profunda que cala lo más hondo de la persona. Enseñar es lo más difícil de esta vida, en todas las vertientes, pero cuando el objetivo somos los seres más enriscados de la naturaleza, el oficio es abismal; el cometido es sobrecogedor. Más difícil resulta aún encontrar una maestra cabal que concite las cualidades que cualquiera pudiera considerar ideales: vocación, formación académica, profesionalidad, voluntad inquebrantable de trabajo, temperamento, compañerismo a ultranza y gentileza con los padres; y lo más importante, amor a los niños y deseo irrefrenable de que aprendan a ser personas de bien. Todo esto lo tiene mi maestra, porque es excepcional. Qué difícil es encontrar a personas que mantengan equilibrada la balanza en el rigor y la exigencia, la generosidad y la condescendía en el duro quehacer con los niños, y el afecto constante. Tantas Virtudes no se encuentran a menudo, y tu nombre lo tengo timbrado con letras de oro.
Mi maestra posee todas estas cualidades. Qué difícil es estar a la batuta del oficio durante tantos años con idéntica disposición, con mano firme sin disminuir un ápice en la voluntad de enseñar. Qué difícil es campear en un trabajo donde la administración no privilegia a los buenos de la docencia, donde la burocracia asfixia a los maestros, deslegitima y desautoriza en términos profesionales y personales todos los días. Mi maestra me ha enseñado a leer el mundo y a escribir la vida; me ha enseñado a mirar la naturaleza, y me ha dado clases de Historia con la amenidad de un mago para soñar lo que hemos sido, somos y queremos ser. Llegar a lo más hondo, que es sembrar la semilla de la curiosidad y el conocimiento, y la búsqueda de soluciones a los problemas, lo hacen solamente brillantes profesionales como mi maestra. Gracias. Claro, cómo puedo olvidar tus abrazos, los que nos das diariamente en la clase; cómo puedo ignorar el consuelo cuando lo necesito; cuándo la mesura en los enfados de mentirijilla; cómo puedo olvidar ese afecto que trasmites cuando hablas y dibujas en la pizarra, como los ángeles, porque eres una artista (de verdad); cuando bailamos todos y cantamos con fricción, para que amemos la música, que tanto te gusta; cuando decoras el centro con esas manos prodigiosas que Dios te ha dado; y con cuanta solvencia has integrado también los nuevos vientos de la tecnología sana, la que auxilia con mesura el aprendizaje, sin excesos vacuos de rimbombancia. No te gusta el postureo, maestra. No te gusta. Has sido maestra con Mayúscula, pero también has sido directora de escena de mi centro en los momentos más difíciles, cuando los tiempos exigían cambiar los trastes renovando la vieja casa por una moderna instalación material de una escuela cincuentona. El Ginés es tu casa, y te has dejado la vida en él.
Mi maestra no es anodina, pero tampoco vanagloriosa. Me gusta por su sencillez. Me gusta por su pasión y por hacernos ver el mundo grande; por hacernos soñar, desplegar la imaginación y volar como si fuéramos pajarillos; por enseñarnos a mirar desde nuestra pequeña ventana de la infancia, siempre con optimismo. La vida de una niña, de un niño, se hace en la familia, pilar fundamental de sustentación de la persona, pero mi maestra me ha dejado claro que ella es especial. Que el mundo no es lo mismo, ni lo sería, sin el cristal con que me lo ha hecho ver. Tus lecciones, maestra, son siempre de vida. Enseñarnos con renglones derechos y borrón al canto, cuando te equivocas, es el oficio que no todos hacen bien a diario. Saber mantener el punto justo entre todos los alumnos y alumnas de la clase, siendo tan diferentes, es difícil, pero el sentido del rigor y la justicia que desparramas es para mí sagrado. Eres, maestra, una persona de criterio, de principios e ideas claras. Buena. En el sentido machadiano. Eso es lo que más me ha ayudado. Aquí y en todos los sitios eres cabal. Lo eres, y eso no se encuentra todos los días en la vida. Gracias.
Tanto esfuerzo tiene que tener, maestra, una recompensa. Tienes que tener el pago que te mereces. Has trabajado como nadie. Has cumplido hasta la saciedad. Has dirigido y enseñado a muchos y muchas de los que te hoy te acompañan en la docencia. Tienes la prebenda magnífica de poder pasear por la calle y encontrarte con quienes nos has enseñado la vida. Tendrás siempre la dignidad de Maestra, con Mayúscula. Porque una maestra no termina nunca. Eres mi maestra. Siempre lo serás. Gracias
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