Salió mal o eso creo. Y es que no llegar ni a intentarlo es peor que decidir hacerlo y no ganar. Perder es no intentarlo, es quedarte con las ganas, con la incertidumbre de qué hubiera pasado. Sobre todo, cuando has tenido una vida entera llena de oportunidades y nunca, nunca, nunca te atreviste.

Pablo era un tipo cualquiera que podía haber nacido en un pueblo cualquiera en una época cualquiera y podía haber tenido una vida como cualquiera con sus más y sus menos pero no fue así. Nació en este pueblo, nació con el milenio en 2001 el mismo año y en el mismo pueblo que nació Ana Luz. La casualidad hizo que sus madres, en 2002, decidieran llevarlos a la guardería municipal porque la madre de Pablo tenía que volver a trabajar y la madre de Ana Luz tenía que cuidar por las mañanas del abuelo de la niña, su padre, que estaba en cama y se repartía los días y las noches con otra hermana suya. Y allí se conocieron con poco más de un año.

De los tres a los seis años fueron juntos a la misma clase de la escuela infantil y fue allí donde se hicieron amigos. Siguieron juntos durante toda la primaria e incluso, ya en 2010, el año que nació Instagram, hicieron juntos la comunión. Compartieron cumpleaños propios y ajenos durante aquellos años de la infancia donde de gestan amistades para toda a vida.

En torno al 2014 la cosa era ya insostenible para Pablo. Adolescentes de pueblo, parque va, plaza viene y la bomba de relojería de tener un smartphone entre las manos cargado de hormonas y con ganas de lucirse y de impresionar. Aquello era como coger un coche sin saber conducir. Y Pablo enamorado de Ana Luz como si no existiese otra mujer en el universo. Claro que su universo era muy pequeño entonces. Nunca se lo confesó y aunque al principio se notaba el decidió darse por derrotado antes de dar la batalla y se convirtieron en buenos amigos. Un amor platónico en la era de Instagram.

A Pablo el universo se le hizo un poco más ancho porque, primero terminada la ESO, dejó de ir a clase con Ana Luz que quiso estudiar el bachiller y él decidió que iba a estudiar en la Escuela de Hostelería de Málaga y que iba a ser cocinero. Y claro que se abrió el universo. Imagínense tener 17 años y estudiar en la capital de la Costa del Sol un par de años en pleno 2018 cuando la crisis de 2008 tocaba a su fin. No tardó en encontrar trabajo que le daba para compartir piso y pagarse los gastos del coche que había heredado de su abuelo.

Trabajo, coche, casa. Lo tenía todo o casi todo. Y ese casi se lo recordaba el Instagram de Ana Luz que estaba estudiando Trabajo Social en Jaén gracias a las becas que año a año conseguía y a las copas que ponía en el pub de moda del centro de la ciudad que le dio mucha mucha calle. Un día Pablo le respondió a una historia que había subido Ana Luz con sus compañeros de trabajo en el pub con Supersubmarina de fondo con un mensaje que decía: “teníamos que montar un bar, tía. Yo cocino. jajaja”. Esa fue la única declaración de amor que fue capaz de hacerle después de casi veinte años y una pandemia de por medio donde los dos lo pasaron regular. Todos los pasamos regular. Pero hubo mucho WhatsApp: el hombro donde llorar del siglo XXI con un jajaja al final.

Luego la cosa se enfrió, como era de esperar: ni a Ana Luz le gustaba Pablo como a Pablo le hubiese gustado y éste seguía atado su decisión adolescente de haber perdido aquella batalla antes de darla. Y claro, Ana Luz se echó novio y Pablo pues también tenía sus cosas. Y así pasaron estos últimos cinco años, viéndose de verano en verano o coincidiendo en el cumpleaños de algunos amigos en el pueblo, como cuando eran niños; y charlando un ratito para contarse y ver qué tal pero poco más. Todo el mundo tenía alguien ya al otro lado del teléfono.

A principios de este verano me senté con Pablo en la mesa de una terraza del pueblo que estaba llena y se notaba ya que había ambiente como todos lo veranos y también había salseo como todos los veranos. Pablo me contaba que estaba a pico y pala por Whastapp con una chica que había conocido en Málaga. Y en estas llegó Ana Luz. Entonces vi como Pablo la miró con un descaro increíble. Y mirar con descaro es una ciencia que pocos dominan. Y Pablo la dominaba. El descaro es elegante, algo fino; y no tiene porqué salirte bien dos veces seguidas o en la misma noche. Sin embargo, se nota. Y se nota porque el descaro viste más que un perfume bueno. Es ácido y dulce a la vez; y escaso. Y a Pablo se le daba genial.

Qué cosas tiene la vida: el WhatsApp se lo mandas a otra, pero la mirada cómplice e imposible y descarada es para quien es. Y la de Pablo era para Ana Luz. Y se nota. Vaya si se nota –y Ana Luz lo notó– y sobre todo se notaba que a Pablo ya le daba igual todo y le daba igual recordar que hacía quince años que había dado la batalla por perdida antes de librarla. Y, quizás, de eso trata un poco la vida: de tenerlo claro y no mentirte demasiado.

Aquella noche, cuando me iba, los vi echándose una foto y por la mañana la vi colgada en una historia de Pablo en Instagram con un corazoncito rojo pequeñito abajo a la izquierda justo debajo de un texto en blanco que ponía “desde 2001”. La canción que sonaba en aquella historia era Ana de Supersubmarina.