Antonio Torrico es un joven pozoalbense que este verano decidió sumarse a un programa de voluntariado que le ha permitido llevar su profesión a un lugar tan lejano como Nepal. Un país que ofrece más posibilidades que recorrer los montes del Himalaya o sus innumerables templos, aunque esto sea parte de su atractivo y reclamo turístico. Bajo la asociación Fisios Mundi, este joven, fisioterapeuta de profesión, cambió sus vacaciones familiares y con amigos para embarcarse en una aventura de aprendizaje de ida y vuelta.
Su trabajo lo desarrolló en una escuela de cuidados especiales en la capital de Nepal, Katmandú, un lugar donde los pasillos se llenan cada mañana de niños con diagnósticos varios como el autismo o el síndrome de down. Y lo hacen en un lugar donde la distanciada sigue siendo un tabú cultural y donde la fisioterapia apenas tiene recorrido profesional. Sin embargo, Antonio decidió aportar su experiencia para dejar algo más que intervenciones puntuales: sembrar formación.
«Lo que me gustó del proyecto es que no se trata solo de estar allí y hacer terapia con los niños, sino de dejar aprendizaje para que lo sigan aplicando el resto del año», explica a este periódico. Su viaje fue posible gracias a Fisios Mundi, una asociación que colabora con fundaciones locales para llevar profesionales sanitarios a Nepal. Tras una entrevista y su elección como voluntario, aprovechó sus vacaciones para embarcarse en la experiencia.
Las jornadas eran intensas: de nueve de la mañana a tres de la tarde trabajaba con los niños junto a los fisioterapeutas locales. Al terminar, llegaba el turno de seguir con la formación de los profesionales locales. «Tratábamos de que entendieran qué les pasa a esos niños y cómo enfocar la rehabilitación. La clave era darles herramientas que luego pudieran aplicar por sí mismos», puntualiza. En Nepal, como en muchos otros países, la discapacidad no tiene aceptación y está vinculada a cuestiones religiosas o culturales por lo que el trabajo con las familias es igual de importante que la terapia. «Por mucho que hagamos en la escuela, si la familia no cambia su mentalidad, el niño deja de ir y la rehabilitación se pierde», señala.
Las diferencias materiales también marcan distancia con España: mientras en Madrid los centros se equipan con la última tecnología, en Katmandú se recurre a recursos básicos y elaborados por los propios equipos locales. «Te das cuenta de que se puede hacer rehabilitación con mucho menos y que las personas allí están muy capacitadas para llevarlo adelante, la chica que lleva esta asociación es local y es una auténtica crack», afirma.
Una experiencia que engancha
Antonio Torrico no sabía que el trabajo con niños iba a ser su opción cuando empezó a estudiar fisioterapia, pero unas prácticas le condujeron hacia un lugar que tiene claro que es el suyo. Esta sensación la ha reafirmado en la experiencia vivida en Katmandú, un mes que le deja, de igual manera, un profundo aprendizaje personal. «Crees que vas para ayudar, pero al final eres tú el que aprende y te llevas mucho tanto a nivel profesional como personal», confiesa. De regreso a España, lo tiene claro: repetirá la experiencia, quizá en Nepal o en otro país con necesidades similares. «Merece la pena emplear el mes de vacaciones así porque ves las cosas de forma diferente», sentencia.
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