Por Raúl Fernández Herrero 

 

Llevo escuchando la misma monserga desde que en 2012 me fui a estudiar fuera: “En este pueblo no se hace nunca nada”. Nunca nada es ninguna vez, cero, inexistencia, ausencia absoluta. Yo mismo lo he dicho y difundido, no me vaya a autoproclamar ahora máximo defensor de la exquisita y amplia oferta cultural que nos ofrecen nuestros gobernantes. Pero, ¿nunca nada? Eso me parece poquísimo. Realmente decimos más de lo que queremos decir con una sola frase. En el caso del título de este texto, no solo usamos una lapidaria hipérbole –nunca nada, por si acaso alguien se pierdesino que también omitimos el sujeto y conjugamos el verbo en la tercera persona. Ojo, que yo creía ya que el análisis sintáctico no servía de nada. Es decir: Exageramos, no nos atrevemos a señalar responsables y tampoco nos queremos hacer responsables. Yo sí me voy a atrever a señalarlos. 

Los primeros responsables somos los –voy a llamarnos jóvenes aún – de entre veintidós y treinta y pico años. Año arriba, año abajo. Me refiero a aquella población que ya hemos acabado nuestra aventura académica fuera del calor del brasero de nuestras casas, pero que todavía no tenemos brasero propio ni tiesto donde echar raíces. Esa gente que nos encontramos en un limbo geográfico y estamos pensando en dónde poner el huevo. Puede ser, que realmente la intención de lo que queremos expresar es que “En este pueblo rara vez se hace algo que a mí me guste”, pero tampoco hacemos nada por contribuir a que se haga algo. Ya no solo organizando ni proponiendo, sino asistiendo o apoyando a lo que otros pocos valientes han creado. Igual necesitamos premiar la iniciativa con nuestra asistencia para que la oferta privada crezca en número, en frecuencia y en calidad. Por estadística, a mayor número de eventos culturales, mayor probabilidad de que se haga algo que a ti, con tan exquisito y refinado gusto, te agrade. Y si no fuera así, danos la oportunidad de deleitarnos con tus propuestas a los demás, a ver si no vamos las mismas cuarenta personas de siempre. 

Pareciera también que, en esta zona, si te encuentras entre esos años intermedios de los que hablaba antes, tu oferta ocio-cultural pública quedara limitada a un par de eventos en verano con la misma fórmula de siempre. No sé ustedes, pero yo al menos estoy harto de Manolos Garcías, de Planetas 80, de Longplays y de nosecuántos grupos de versiones que oligopolizan el panorama cultural de la comarca año tras año. Verano tras verano, más bien. Pues el resto del año ya sí que te tienes que dar con un canto en los dientes para hacer algo diferente dentro de la zona. La cultura se supone que existe para desarrollar el juicio crítico. Con sota, caballo y rey ya me dirás qué desarrollo experimentamos. 

Aparte de eso, nuestros líderes políticos parecen sufrir de una presbicia artística aguda: traemos refritos uno tras otro, año tras año y no le dejamos un mísero metrito cuadrado de tablao a nuestros artistas locales. Es alarmante que lo insólito de nuestra agenda cultural local, sea ver a nuestros propios artistas cantar en su tierra. Será que eso no es cultura. Quizá mucha menos gente del segmento del que hablaba antes, huiría a otras zonas sin mirar atrás si encontrara por aquí alguna excusa para quedarse. Menos gente que volviera sólo en verano y, mucha más que regresara para quedarse. No sólo buscando trabajo y oportunidades, que eso da para otro texto, sino buscando cubrir esa ridícula necesidad de tener algo que hacer un fin de semana cualquiera. Quedamos unos pocos que, por suerte, o bien tenemos trabajo o bien tenemos la oportunidad de trabajar desde donde queramos. Y hemos decidido regresar, pero nos ponen muy difícil el quedarnos. De nosotros no se acuerdan. Pues a ver quién sostiene la velita dentro de una década. Ya no es solo una queja a la clase política o a la nuestra. Es una advertencia. Porque, al final, el que regresa al pueblo es porque quiere, y el que se va… es porque lo echamos entre todos. Empezando por ese ‘En este pueblo no se hace nunca nada’.