Dormir y despertarte y mirar al techo y mirar al reloj: las dos, las tres… Y otra vez que no sabes si va a funcionar. Y pensar que llegas tarde y al final no hacerlo. O no llegar. Dos minutos más y se acaba; y no se acaba nunca. Nunca se acaba. Y los domingos por la mañana a las diez cuando en realidad no tienes nada que hacer. O hacer tiempo. O esperar y estar de resaca. Y parir. Todo esto es lo mismo, pero respirando a ritmos distintos. La vida corre entre suspirar y jadear. Inspirar y expirar. Dolor, pausa, placer. Y llorar o no llorar y aguantar la respiración.
Correr y pensar. Empezar un nuevo trabajo o enfrentarte a la conversación de tu vida: todo empieza respirando profundo para tomar impulso. Todo cambia cuando resoplas y sueltas aire después de tomar la decisión que ya es inaplazable y de la que vienes huyendo hace demasiado tiempo: díselo. Díselo o continua en ello sabiendo que no te quedan fuerzas y que nadie verá nunca jamás el esfuerzo que has hecho de aguantar todo eso sin fuerzas. Nadie, nunca.
Lo peor de respirar es no hacerlo; o no poder hacerlo cuando quieres sino cuando te dejan. Ahogarte o que te ahoguen. A la gente que no te deja respirar quítatela: ellos siguen y tú, tomas aire. Que no se te olvide y hazte un puto favor a ti misma o a ti mismo. No tomarte un respiro o ese respiro que tienes que tomarte cuando tienes que hacerlo. Todo te pasa una factura tan grande que no te das cuenta de los intereses que pagas: años de dudas y terapia; y eso en el mejor de los casos. No le dejes ganar. No te dejes perder.
Hay aires que son distintos y eso es una cosa de la que te das cuenta cuando llenas los pulmones en el pueblo o en la avenida que sea de la ciudad que sea donde tienes la oficina. La cosa juega entre la seguridad y el desencanto. No me paro a explicarlo, pero sabes qué digo. Hay más aire puro en la conversación con un mayor de tu pueblo sentado al fresco que en el aire enrarecido del pub de moda donde tienes que ir a hacerte la moderna los jueves por la tarde; y pagando cervezas a precio de oro. ¿A que sabes lo que digo? ¿Ves? Lo moderno no siempre es lo nuevo ni lo nuevo lo moderno o mejor que lo anterior. A veces sí, pero no siempre, ojo.
Luego están los aires viciados que llevamos respirando demasiado tiempo o casi una vida entera y que nos llenan los pulmones de prejuicios y que nos llevan a otro tiempo o quizás al tiempo del que nunca quisieron moverse. O algunos o algunas no quisieron moverlo. Humo de tabaco viejo que ya pasó y aún huele: tus ex, tus malos amigos casados o tus malas amigas solteras o gente que te pregunta cuando te vas a unir a la nueva moda de turno y sobre todo te preguntan por qué no lo has hecho ya como ellos o como ellas. Tranquilo respira y piensa: ¿qué hace esa gente aquí? Y es que hay gente que no se merece un suspiro y por la que llevamos suspirando media vida. Insisto, no les dejes ganar.
Los seres humanos respiramos de media unas veintitrés mil veces al día (23.000) desde que nacemos. Y es el entorno donde haces este simple gesto día tras día, año tras año, lustro tras lustro y década tras década lo que te hace ser como eres. Y es impresionante y es apabullante. Y emocionante si tienes el detalle de tener claro de que estar vivo y vivir es un lujo que no todo el mundo se puede permitir. Al menos con decencia.
Lo dije más arriba: Inspirar y expirar. Dolor, pausa, placer. Y llevo contando esta historia mucho tiempo, quizás demasiado; y no es que me guste contarla, que también, es que me veo en la obligación de seguir combatiendo la estupidez. Y no es que todo sea más sencillo así: es que a veces basta con tomar aire donde estés y respirar.
A Julia López por su premio y por como es ella.



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