Existen eventos sociales que conjunta sobremanera la tradición y religiosidad. La coronación canónica de la Virgen de Luna de Pozoblanco y Villanueva constituyen un ejemplo paradigmático. Este domingo 7 de diciembre, en el Santuario de La Jara, las referidas poblaciones vivirán una de las jornadas más significativas de su historia espiritual y civil, timbrada de grandilocuencia. El acontecimiento, largamente esperado (desde hace décadas), no es solo un acto litúrgico de rango mayor, sino una proclamación solemne del vínculo que une desde siglos a dos pueblos con su Patrona compartida, síntesis perfecta de identidad, memoria y tradición. Pocas devociones en Los Pedroches poseen (aunque las hay en su rico acervo, como las vírgenes de Guía y Alcantarilla) el arraigo ancestral de la Virgen de Luna. Desde la Baja Edad Media, cuando la leyenda sitúa su aparición entre encinas y arroyos de la dehesa de La Jara, la imagen mariana se convierte en estandarte espiritual y símbolo de protección para dos comunidades hermanadas incluso en sus antiguas rivalidades.

La devoción se nutre tempranamente de un imaginario de caminos, ritos y paisajes: el santuario, la dehesa, el tamborilero, los ciclos de Traída y Llevada. Todo ello conforma un universo ritual que ha atravesado generaciones enteras hasta fundirse con la vida cotidiana de Pozoblanco y Villanueva. La Coronación es, por tanto, la culminación de un proceso histórico que no empieza ahora. A la declaración de patronazgo y al nombramiento de alcaldesa honoraria —hitos civiles que certificaron el arraigo popular— se suma hoy el reconocimiento eclesial más alto para una advocación que ha sido consuelo en epidemias, amparo en guerras, memoria en tiempos de escasez y esperanza en cada regreso desde la Jara. No se corona solo una imagen: se corona una historia. Pero también se corona una sensibilidad literaria, porque la Virgen de Luna ha sido fuente inagotable de poesía: leyendas, romances, plegarias, himnos, versos anónimos y poemas firmados por sacerdotes cultos, periodistas, maestros, artesanos y gentes del pueblo. La lírica mariana constituye sin duda un archivo sentimental donde quedan grabadas las emociones profundas de dos localidades que encontraron en María no solo un refugio espiritual, sino un modo de retratarse a sí mismas. Desde las evocaciones legendarias del arcipreste Rafael Rodríguez Blanco hasta el lirismo luminoso de Enrique Gonsálbez Bermejo, pasando por la voz juvenil y estremecida de Bartolomé Blanco, o las prolíficas plumas de Hilario Ángel Calero, Diego Higuera Gómez y todas las generaciones han querido cantarla para perpetuar su presencia. 

La dehesa de La Jara, escenario de la ceremonia, es en sí misma un santuario natural. Allí donde la tradición sitúa el hallazgo, donde cada año se renueva el rito de la despedida y el reencuentro, habrá mañana coronas de oro, luz y plegaria. Bajo sus encinas centenarias se hará visible la continuidad de un culto que ha sobrevivido a los siglos, sostenido por un pueblo que nunca dejó de acudir a su Madre. La defensa de los pastos de antaño, sembrada de rivalidades entre las poblaciones, se ha ritualizado de forma consensuada con el ensalzamiento de una imagen e infinidad de protocolos que la Iglesia ha definido en el espectro de la religiosidad. Durante más de cinco centurias las ceremonias y tradiciones se han consolidado de forma indeleble como sello de un pasado fehaciente en la defensa del territorio. En un tiempo en el que las identidades se diluyen y las raíces se tambalean, la coronación de la Virgen de Luna es mucho más que un acto religioso: es la afirmación serena de un legado común. Pozoblanco y Villanueva celebran, juntas, no solo a su patrona y alcaldesa, sino la permanencia de aquello que las une desde siempre: la fe compartida, la memoria transmitida y el latido profundo de la tierra. En La Jara, este domingo, la historia se hace presente. Y la Virgen de Luna será coronada no solo por la Iglesia, sino por el corazón agradecido de dos pueblos que la han llevado siempre en su palabra, en su camino y en su vida.