Todo lo que voy a contar aquí, y que es absolutamente cierto, y que por otro lado me parece increíble que ocurriera; pasó en uno de esos momentos navideños o casi navideños que los que vivimos en los pueblos tenemos la suerte de vivir. Y digo en los pueblos porque aquí nos conocemos todos y todas y la cosa es un poco más larga. Y si no te conocen te preguntan que tú de quién eres, que es lo que me pasó a mí en el comercio de Paco González en Hinojosa.

Hace unos días me planté allí para arreglarle una cuenta que debía en esa casa en la que todavía se fía a la gente del pueblo y para dejarle una papeleta de la lotería de navidad que yo llevo. Esa tienda, que es un autoservicio de barrio de toda la vida donde la gente compra y cuenta lo que se necesite en ese momento y donde se atiende y se conoce a cada cliente y su circunstancia, está habitada por vecinas de las calles aledañas a la portá de Belalcázar justo frente a la Plaza de España de Hinojosa del Duque. Y quizás porque yo no soy del barrio, pero por allí aparezco de vez en cuando, Luisa no me conocía.

Cuando entré en la tienda Luisa, que tiene unos ochenta u ochenta y tantos años y está estupenda y lúcida, estaba sentada en su andador mientras le pedía a Paco langostinos, jamón y otras compras que yo supuse navideñas por las fechas y además conversaba a la vez con otras clientas de su confianza que allí había antes de que yo entrara. Como estaba sentada de cara al mostrador y yo me quedé un poco más atrás porque mi asunto era bastante sencillo y Paco sabía a lo que yo venía (probablemente es una de las cosas que más gusta de ser de pueblo: que la gente sabe a lo que vienes cuando vienes y te da su sitio) al principio no la reconocí. Pero la oí hablar de su marido que ya no está y de su hijo Luis al que yo conozco de sobra y ya no hacía falta más presentación al menos para mí.

Luisa regentó en Hinojosa del Duque junto a su marido Tomás el Bacalao un local mítico o mitiquísimo de Hinojosa en el que se preparaba el mejor bacalao rebozado del mundo cerca de la casa de mis abuelos maternos. Y así entre dimes y diretes con las clientas y con Paco, y yo callado, Luisa giró la cabeza y me preguntó si tenía prisa a lo que le di las gracias y le dije que no. Al rato entre gambas van, caña de lomo viene y Luisa hablando de lo suyo y de los suyos se volvió a girar y me preguntó: ¿niño tú eres del pueblo? A lo que yo le respondí que de toda la vida y que nacido y criado. «Yo es que a la gente la joven ya no os conozco». 

Y fue entonces ocurrió una de las cosas que ocurren en los pueblos y cuando me ha sucedido uno de los momentos más bonitos que voy a tener estas navidades porque en ese momento le dije «pero a mi abuelo Lázaro y a mi abuela Angelita sí los conoces». Y fue justo ahí, en ese instante cuando me sonríe y me dice que no me digas, que qué guasona era tu abuela, que lo era y mucho, y que cómo se reían juntas y como mis abuelos eran unos fijos de su bar y como en carnaval dejaba la cocina y se iba con ella a la Plaza a bailar y hacer corros y se le iluminó la cara y fue un momento muy bonito porque ambos recordamos a los que ya no están en Navidad y con alegría.

Después de quedar claro quién era cada quién en esta historia entró casualmente por la puerta Antonia, que era la panadera que llevaba el pan a mi abuela y que la conocía bien, y también me conoce a mí y conoce a Luisa y le contamos la casualidad. Y allí estuvimos un rato más hablando mientras Paco terminaba de despachar a Luisa y ella se reía con él al cobrarle. Al despedirse Luisa nos felicitó a todos las pascuas y entonces me dijo algo que yo no me esperaba y que es el germen de toda esta historia y que me emocionó mucho y me pareció muy de verdad; dijo: «niño dame un beso, como si fuera tu abuela». Si el espíritu navideño existe tiene que ser algo muy parecido a esto.

Nadie tiene claro cuando empieza la Navidad más allá del día de la lotería. Sin embargo, hay ciertos momentos previos o quizás no son ciertos momentos si no costumbres que nos traen a este momento del año. Y esto lo digo yo que combatí la Navidad con una fiereza terrible durante años hasta que asumí que nada o casi nada tiene que ver con Dios. Pero sin lugar a dudas tiene que ver con nosotros y nosotras los hombres y mujeres que seguimos el legado que nos enseñaron los que vinieron antes que nosotros: ser amable, tener memoria y recordar a los tuyos con alegría como hicimos Luisa y yo el otro día.

Aquí termina esta historia, pero, el año que viene volveré a llevarle a Paco la lotería, porque la Navidad tiene mucho de eso de volver y de hacer costumbre, a ver si me encuentro a Luisa, que ya si me conoce, y nos felicitamos las fiestas y mientras ella compra los langostinos para los suyos y yo dejo la lotería damos por inaugurada nuestra Navidad.

 

Felices fiestas a todos y todas.