Mi relación con la Mezquita Catedral de Córdoba, para mí “La Mezquita”, se inicia desde que tengo uso de razón. Ya de pequeño me fascinaba cuando la encontraba en los libros de ´Sociales´ con sus arcos rojiblancos y sus innumerables columnas. Ésta relación se intensificó a comienzos de los años 80 del pasado siglo. En esos años estudio en la cercana Facultad de Filosofía y Letras, en el antiguo e imponente –y entonces también vetusto- hospital del Cardenal Salazar. Son muchas las visitas en esta época, tanto al interior del edificio como al Patio de los Naranjos, donde algunos fines de semana compartíamos cigarrillos y litronas los compañeros de piso, mientras escuchábamos a los guiris tocar con la guitarra canciones de los Rolling. Niños de corta edad juegan a nuestro lado a la pelota y los turistas se refrescan en la fuente mientras lo fotografían todo. Esto que describo sería ahora imposible de llevar a cabo. No es nostalgia pero los tiempos cambian.
Estudiante por aquella época de Geografía e Historia, me fascinaba la tranquilidad y la paz que sentía entre su bosque de columnas, todas ellas diferentes. Por entonces el turismo no se había masificado y podías recorrer las distintas partes, tanto de la Mezquita como de la Catedral, sin apenas molestias. Siempre me preguntaba por qué las numerosas capillas cristianas que comenzaron a construirse tras la conquista de la ciudad por Fernando III en 1236, y la magnífica catedral que se inserta en su centro, no podían haberse construido en otro lugar. Tal vez si eso hubiera sucedido no hubiera llegado la Mezquita en el buen estado general que se encuentra. Pero no especulemos con lo que pudo haber sido y no fue. El caso es que tenemos una Mezquita Catedral única en el mundo, Patrimonio de la Humanidad, y símbolo indiscutible de una ciudad que no se entiende sin este monumento.
Pues todo esto que cuento estuvo a punto de pasar a la historia el pasado viernes. Cuando vi algunos de los vídeos que circulaban por Facebook no podía creerlo, las llamas saliendo por encima de las cubiertas, unas cubiertas en su mayoría de madera y que arden como la yesca. La pronta actuación de los bomberos –no hay oro en el mundo para pagar su denodado trabajo- redujo al mínimo posible los daños. Mientras los expertos y la policía científica estudian la causa del siniestro –aunque parecen claros- y determinan los daños causados, se me ocurren, como a muchos cordobeses, muchas preguntas y reflexiones.
Comencemos por su difusión en los medios de comunicación, que, en líneas generales y salvo excepciones muestran un desconocimiento grande del monumento. Aunque ya se ha dado a conocer sobradamente, sigo noqueado con la reacción de la televisión autonómica Canal Sur (¿la nuestra?) a quien no le da la gana cortar la emisión de una corrida de toros –que iba a ser si no- para ofrecer una noticia de tal calibre e importancia para el patrimonio de nuestra tierra. Por el contrario, la televisión pública catalana estaba al pie de la noticia y dio el incendio en directo. Me lo expliquen.
También, en líneas generales, ese mismo día la respuesta de los medios nacionales fue bastante limitada. Al día siguiente, el sábado, la Primera -la cadena dónde yo veo los informativos- abría su telediario del mediodía con el incendio de la Mezquita. Pero hete ahí que, durante la noticia, aparece una catedrática de Historia de la UNED hablando de que la actual Mezquita Catedral de Córdoba está asentada sobre la antigua basílica cristiana de San Vicente. Anonadado volví a quedarme. Esta teoría, descartada una y otra vez por la arqueología, apenas tiene ya defensores entre los historiadores relevantes de nuestro país. Las últimas excavaciones llevadas a cabo en el monumento, concretamente en el Patio de los Naranjos hace pocos años, como las que llevó a cabo en los años 30 del pasado siglo Félix Hernández, nada han encontrado de esta basílica de leyenda. Ahora se habla de un “complejo episcopal”, todo para seguir haciendo creer que la Mezquita Catedral pertenece a la Iglesia. Igualmente en el interior de la Mezquita se puede observar un mosaico que erróneamente interpretan como ligado a la supuesta basílica de San Vicente, cuando los estudios más recientes apuntan a unas estructuras de tipo doméstico, de una vivienda no de un lugar de culto. En virtud del conocimiento arqueológico existente, no hay argumentos de peso que certifiquen la presencia en la zona de edificios cristianos previos. Pero, con la Iglesia hemos topado.
Al día siguiente, domingo, el incendio vuelve a ser portada en la primera cadena de la televisión pública nacional y volvemos a constatar cómo, a pesar de su importancia y valor, el monumento Patrimonio Mundial de la Humanidad sigue siendo un gran desconocido. El presentador de la noticia habla de que el mismo se ha originado en la zona conocida como ampliación de Abderramán I, cuando se originó en el otro extremo, hacia el este, en la llamada ampliación de Almanzor, entre los años 976 y 1002.
Pero dejemos los fallos periodísticos y a los expertos en historia. El incendio de la Mezquita ha abierto otro debate o más bien reabierto, porque lleva tiempo y a buen seguro seguirá: ¿debe ser la Iglesia la única gestora de un monumento Patrimonio Mundial de la Humanidad como la Mezquita Catedral de Córdoba? A mi juicio, y al de muchos expertos, está claro que no.
Dejando a un lado lo que sobre su propiedad han apuntado los más reputados historiadores, o la ladina artimaña de Aznar sobre las inmatriculaciones que aprovechó el ilustre –léase con toda la ironía del mundo- obispo Demetrio: escriturar por 30 euros el edificio a nombre del obispado, no es de recibo que la Iglesia católica administre este preciado bien. En primer lugar porque la Iglesia católica, a través de su obispo emérito le ha faltado siempre el más elemental respeto al monumento. Desde 2006 y con su inmatriculación, se borró el nombre de Mezquita de toda la publicidad sobre la Mezquita Catedral, que hasta 2016 solo se denominó Catedral de Córdoba. Por si esto fuera poco, desde entonces se está llevando a cabo un intento de borrado del origen andalusí del edificio inundando toda la Mezquita de elementos cristianos fuera de contexto. Comenzaron quitando la hermosa celosía de Rafael de la Hoz y a pesar del duro informe en contra de la Unesco y del fallo del Tribunal Supremo, siguen sin reponerla, solo por el “pormigüevismo” del obispo. Y todo para permitir el paso por el interior del edificio de pasos de Semana Santa con cientos de cirios y candelería que suponen un peligro evidente de incendio.
Pero eso no es todo. Retrotraigámonos a 2001 cuando se produjo un incendio en una de las salas del archivo, cercana al mihrab de la Mezquita, la parte más relevante del monumento. Por suerte la rápida intervención de nuevo de los bomberos impidió la propagación del fuego. Ardieron unos 25 documentos y entre las hipótesis que se barajan de las causas se apuntó a que dichos legajos se habían dejado junto a una ventana cuyo cristal pudo hacer de lupa. También se señaló que los documentos podían haber tenido algún tipo de líquido inflamable procedente de la sala de encuadernación, anexa al archivo.
Y ahora, mientras esperamos el dictamen de los expertos sobre la causa, sabemos que se almacenaban en una capilla sillas de madera y plástico, junto a barredoras con sus baterías eléctricas cargando, todo ello arropado y tapado con una enorme cortina preconciliar que fue al parecer la primera que ardió y subió el fuego hasta las cubiertas. ¡Qué hubiera pasado si en lugar de en una parte del perímetro exterior el incendio hubiera comenzado en el centro del monumento!
Mejor ni pensarlo pero, para mí, está claro que el Cabildo Catedral de Córdoba no merece custodiar un legado tan importante de nuestros antepasados. Porque fueron nuestros antepasados, cordobeses como nosotros, por mucho que pataleen los rancios ultraderechistas, los que construyeron el monumento y los que lo han custodiado hasta ahora. Alguien que le falta al respeto, como hemos visto, a la Mezquita Catedral, no merece ser su custodio.
Es como poner al zorro a cuidar de las gallinas.
No hay comentarios