Resulta imprescindible incidir, una y mil veces, en estas palabras que desgraciadamente están tan manidas y manoseadas, sin que nos detengamos demasiado en su profundidad. Es necesario volver sobre ello, especialmente en estos días en los que comienza el curso escolar, la vuelta a la cotidianidad del estudio, el regreso de los jóvenes a las universidades, e infinidad de personas (mayores, jubilados…) a los avatares de aprender esto y lo otro.  La insistencia en esta tarea evidencia la notoriedad del asunto del enseñar y aprender, pues como dice el refrán, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Mucho tiene que ver con la Educación y la Cultura, aunque también requiere un punto grave de detenimiento la cuestión en el tenor de la complejidad del mundo actual. Vivimos en unos tiempos de profundas transformaciones que alteran no solamente nuestras vidas en el quehacer diario (cuestiones de estilo de vida, profesión, diversión…), sino en aspectos profundos como son los principios existenciales que nos mueven. Lógicamente la vida cambia a pasos agigantados redefiniéndose continuamente, y las formulas de pasado (pensamientos, estilos de vida, necesidades, aspiraciones…) quedan completamente desfasadas.

Los cambios operan también, especialmente en la Cultura y Educación que nos ocupa. Las aspiraciones de hoy nada tienen que ver con las de ayer (en niños, niñas y mayores…), porque como vemos a diario, lo que nos mueve son intereses y motivaciones de distinta naturaleza; nos arrastran actos y profesiones distintos, y los niños proyectan cauces diferentes para sus vidas muy alejados de los de antes. Hoy priman en lo más intenso el mundo tecnológico, los nuevos medios de comunicación (redes, influencers, Facebook, YouTube, WhatsApp, Instagram, TikTok, y WeChat, …), los hábitos intensificados de deporte (forma física, cuerpo…) y forma externa (vestir, aún en ese aparente desaliño…), la vida de vértigo de ver y conocer todo, estar al día en segundos de lo que pasa en el mundo, etc.  En definitiva, las motivaciones existenciales han cambiado de la noche al día. Sin embargo, es imposible ignorar que el ser humano es siempre el mismo (en lo esencial, el de las cavernas: amor, lucha), y se mueve con los mismos resortes de siempre (afectos, deseo de conocimiento…), a pesar de los graves cambios de las formas, que son irrefrenables y apenas si nos podemos subir al carro de todo lo que se transforma diariamente.

En este mare magnum de trueques materiales y espirituales (pensamientos, intereses materiales, expectativas…) la Educación y la Cultura siguen siendo piezas fundamentales. La formación sigue siendo la herramienta fundamental para entender nuestro mundo, para comprender una realidad cada vez más compleja; para definir nuestros intereses y expectativas. El complejo mundo de la tecnología y la comunicación (con los potentes resortes de la Inteligencia Artificial), nos envuelven cada vez más en una realidad llevadera de soluciones fáciles (o complejas, que no entendemos); nos arrastran hacia modelos aparentemente libérrimos y sistemas democráticos donde todo es posible (con el contrapunto de guerras, que no queremos ver; o sistemas autoritarios y manipuladores encubiertos en formulaciones democráticas). Lógicamente, todos estamos encantados. El mundo parece haberse revestido de rosa en avatares de avance y progreso; de amabilidad y disfrute.

Tal vez todo sea una maraña muy bien urdida donde se esconden escabrosas espinas. Fácilmente se entenderá que esa cinta trasportadora de felicidad constante tiene una dirección y posee un motor que alguien mueve, y no somos nosotros. Poco hay que reflexionar para percatarse de que la inconmensurable realidad es compleja y tiene muchos flecos; poco hay que pensar sobre la indefinición de una materialidad que corre rauda sin saber hacia donde vamos. Por todo ello sigue siendo fundamental la Educación y la Cultura. Claro que sí, entendidos en el sentido tradicional más profundo. Conceptos que hablan de la formación personal en todos los aspectos (cognoscitivos, afectivos, físicos…), del asentamiento de principios y valores fundamentales (Igualad, respeto, solidaridad…), del conocimiento de nuestros resortes históricos y culturales, de la forja del sentido crítico, etc. La Cultura sigue siendo, en sentido amplio y neto de término, un pilar fundamental para entender nuestros mundos y definir nuestro presente y futuro. Son conceptos que nos sirven para construir nuestra personalidad en contextos cambiantes, para convivir con satisfacción con los demás, pero especialmente para forjar sendas personales de libertad en los anchurosos senderos de nuestras vidas. La construcción de nuestras vidas personales satisfactorias está, qué decir, directamente en relación con la Educación y la Cultura.