Hay una canción de Sanguijuelas de Guadiana, que se llama Revolá, que tiene un verso que comienza así y que al completo dice: “Suerte la tuya de poder vivir [d]onde naces”. Y me emociono mucho cada vez que lo oigo porque para mi desgracia poder vivir donde has nacido y sobre todo si es en un pueblo y sobre todo si es en un pueblo chico al que te sientes orgullos de pertenecer (hay mucho en esa palabra); no es una decisión. Y si decides hacerlo en muchas o en la mayoría de las veces hay que pagar un precio que no todo el mundo se puede permitir o al menos no se lo quiere permitir. Sé de lo que hablo.
Isabel, que es de aquí, pero no vive aquí, aunque nunca se ha ido; me dijo el otro día: “para mí ser de pueblo es el sitio en el que soy”; y dijo: porque yo aquí no soy Isa, soy Isabel y tengo unos padres, unos hermanos y unos abuelos y me conocen desde chica; y me siento en un sitio en el que se me reconoce como la persona que soy”. Y yo le dije que eso es muy importante y añado que eso en Madrid no pasa, ni pasa en Sevilla, ni en Edimburgo. Pertenecer. Y Rubén que también estaba allí lo sabe también y lo sabe bien.
Las sociedades pequeñas tienen un elemento de valor que no tienen las grandes: sentirte reconocido por la mayoría de tu entorno social y esto forma parte de la calidad de vida de los pueblos (alcahueteos aparte); al igual que poder aparcar en la puerta de tu casa y que te lo respeten. Es decir, en el pueblo no eres un Don Nadie. Suerte la tuya.
Y eso último es clave y ahonda en la parte de bienestar que tiene vivir en el pueblo frente a la capital (porque médico decente ya no hay en ningún lao): el tejido social. Si se sabe quién eres y de dónde vienes y tienes un arraigo personal, social y familiar en el pueblo donde vives, y por alguna circunstancia se deja de saber de ti o caes malo: las vecinas preguntan y van a verte y te mandan todos los bizcochos y tapergüeres del mundo. Y eso es ser de pueblo y yo lo veo todos los días desde mi ventana. Suerte la tuya.
En aquella mesa estaban también Lourdes que tenía clara y positiva la influencia de que haberse criado en un pueblo era una ayuda para vivir en la capital y nos hacía ser más hábiles: “hay que buscársela más”; y Julio y Julia que confrontaron visiones sobre la cultura que hay en nuestros pueblos y debatieron en torno a lo identitario que hay en la gran mayoría de manifestaciones culturales populares, sobre todo teatrales, y la escasez de otros referentes artísticos que más allá de lo identitario nos hagan avanzar.
Y todo esto es suerte la mía por haberlos tenido sentados a todos y todas en una radio para debatir qué es ser de pueblo y haberlo grabado para que podamos escucharlo aquí y hacerle una despedida bonita a esta columna.
Gente normal, haciendo cosas extraordinarias donde nadie pensaría que se pueden hacer y no es el centro de una gran ciudad. Grandes ciudades inundadas del talento que aquí no se puede retener porque Madrid es una aspiradora de seres humanos que explotar con la promesa de un sueño que cumplir. Me cago en trabajar de lo tuyo. Quizás exagero, pero la cosa va por aquí o quizás como a cada uno o una le va. Como la feria, pero sin abrazos.
La canción de los Sanguijuelas del Guadiana seguía diciendo: “Muchas las flores que se mueren al no regarse / Todos los domingos de vuelta a las capitales”. Hay que haberlo vivido para decirlo así: cortito, con cara dura, rock ´n roll y mucha verdad. Y ahí, justo ahí, en vivirlo y en darse cuenta de que algo está pasando con el orgullo de ser de pueblo, donde las cabezas ya no miran al suelo y donde no hay nostalgia, ni romanticismo sino la verdad de quedarse y cuidar lo que hay o de irse y volver constantemente aún con nuestras miserias. Y todo sabiéndonos con la suerte de ser de pueblo, sabiendo que: “suerte la tuya de poder vivir donde naces”.
Gracias a Radio Hinojosa Cadena SER y a Pedro Pérez y María Ángeles Aranda
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