Querida Luci: 

Los nardos (Compre usted nardos, caballero…) que Celia Gámez cantara en los años treinta del siglo pasado y los triángulos que los nazis forzaban a llevar a sus prisioneros comparten, además de la proximidad en el tiempo, que unos y otros se lucían en la solapa o en el lugar que esta debería ocupar si el infeliz portador aún vistiera el traje de chaqueta o el abrigo que le cambiaron por un pijama de rayas. Un pijama de esos que roban el sueño y todos los sueños. Los primeros los colocaba la florista de la calle de Alcalá, a petición del interesado, buscando eso tan nuestro: la envidia del personal. Los triángulos que regalaban los nazis, sin que nadie se lo hubiera pedido, como ciertas señales de tráfico y asociados a determinados colores, indicaban: ¡Peligro! preso político (rojo), homosexual (rosa), gitano (marrón)… y, con dos triángulos amarillos formando la estrella de David, sus prisioneros estrella: Los judíos.  

La colocación de tales distintivos provocaba que la sola solapa gritara quién era aquel individuo y que éste quedase, de un vistazo, reducido a terrorista, maricón, gitano,… o perro judío. Por añadidura, tan llamativas insignias desencadenaban en quienes miraban de frente al portador, un torrente de emociones y prejuicios que la cultura y una información parcial e interesada se encargaban de potenciar. El señorito de la calle de Alcalá suscitaba la envidia entre los paseantes, mientras que la estrella del judío acrecentaba el odio entre quienes lo miraban, que no por ello quedaban exentos de recibir su propio regalito. Hitler guardaba triángulos para casi todos. Repasar la lista de los colores, aparte de comprobar si aún nos queda conmiseración por algo, quizá nos alerte frente a lo siniestro de convertir en delito lo que no lo es o de clasificar a los seres humanos con esa crueldad.

Cuando la complejidad de una persona queda reducida de manera tan patética e injusta cobra vigencia la enseñanza evangélica: Por sus obras los conoceréis. Junto con los sentimientos, es eso lo que se debe explorar en los hombres y en las mujeres y no dejarse engañar por las “condecoraciones” gratuitas o forzosas que muchos lucen en su pecho, pues, aunque vivamos en la cultura de lo urgente y lo inmediato, para conocer a una persona se necesita –irrenunciablemente- tiempo y convivencia.

Lo anterior me trae a la cabeza (con distinta significación) esta guerra de banderitas, chapas y lazos de colores como símbolos reivindicativos de otras tantas causas. No pocos se deslazan o caen mustios al abismo, apenas sus portadores abren la boca y con las palabras emergen su pensamiento e intenciones. Es tal el uso y abuso de distintivos que, en determinadas situaciones, quienes comienzan a llamar la atención son los portadores de la no-bandera o del no-lazo. Si la propaganda hace bien su trabajo (y lo hace), es posible que pronto dichos provocadores, que se atreven a salir a la calle con su solapa huérfana, sean percibidos de un vistazo y sin concederles más oportunidad, como individuos anómalos y bajo sospecha, de los que nada bueno cabe esperar.

Querida Luci, ante el interesado y bochornoso espectáculo de la confusión entre lo que parece y lo que es, expresado en solapas y pecheras, este puede ser un buen momento para decir basta a tantas simplificaciones. Toda la vida manoseando eso de que Las apariencias engañan y… ahora nos caemos en lo más llano, porque no es nardo todo lo que reluce: Por sus obras (que no por sus banderitas, chapas ni lazos) los conoceréis.

Acaba la copla de Celia Gámez con: Nardos no cuestan dinero // y son lo primero para convencer. Quiero creer -necesito creer- que tras esas pecheras con-insignia-libremente-elegida, que conforman grupos de individuos aborregados y fanáticos, seguidores sin rechistar de la voz de su líder o de su patrón o de las consignas de determinado grupo o partido político, existen personas únicas, irrepetibles, inteligentes, buenas, con opiniones propias, con criterio, con voluntad, con valentía, con empatía, con determinación,… aunque viendo ciertas conductas y movidas, callejeras o en el propio parlamento, me cueste mucho creerlo.

Siempre en la solapa lo que quiera y siempre tuyo.