Este verano nuestro –pese a la Covid- de abrazos y de furtivos besos, de tertulias y de encuentros y encontronazos toca a su fin. No me lo anunció septiembre, lo hizo el huir de las palabras en busca de otros sueños. No me lo ha dicho el calendario, me lo ha mostrado el pasto pajizo y roto, a la espera de una orden del viento y las tormentas, que lo habrán de arrastrar por entre las encinas, vueltas plañideras. Tras esta feria, no-feria, o como quiera que se llame y que cada uno nos contará según le haya ido en ella, como una puerta al norte, que deja entrar los olvidados fríos, se abre de golpe un nuevo otoño.  

Caminamos de regreso a nuestros cuarteles de invierno y, a nuestro paso, volvemos a encontrar los viejos conocidos de siempre. Alguien me contaba días atrás que, pasados estos meses casi sin seguir las noticias, al ver de nuevo un telediario, se había topado con que, como en una novela de muchísimos capítulos, tras dejar de seguirla una temporada, descubres que no te has perdido gran cosa y que, prácticamente, todo y todos los personajes continúan donde y como los dejaste antes del verano. Pedro y Pablo, cual buenos picapiedra, siguen a lo suyo, abrazados a un pueril egocentrismo que no acaban de superar,… (Lo que encierran estos puntos suspensivos me aburre hasta lo insoportable) y ¿Carles? al que, al bajar de los aviones en sus paseos por Europa, solo le falta desplegar una pancarta con un: ¡Deténganme, por favor! A falta de discursos más consistentes y robando protagonismo a volcanes y mesas de diálogo. ¿Le vas pillando el hilo? Verás que, aunque nos lo vendan como nueva temporada, es lo mismo de siempre. 

Más allá de nuestras preferencias estacionales o de estados de ánimo de bajón, al otoño lo acompaña la esperanza de pulir para el próximo, los proyectos que en este pasado verano tampoco pudimos concluir. La esperanza de ver crecer la hierba frágil que comienza a dar color a nuestros campos pobres y agradecidos. De que, con él, termine esta condenada sequía que nos agosta, también las ilusiones. El otoño recorta los espacios y nos mete un poquito más adentro. Nos obliga a seguir las tardes detrás de un cristal y, tal vez, con suerte, nos reúna con familia y amigos y nos regale un tema de conversación, una buena película o un entretenido juego de mesa. 

Se me viene a la cabeza  aquel anuncio en el que varios jugadores, en un alarde de tragar lo que fuera preciso y con tal de que su dueño no los dejara tirados y se marchara con el juego de su propiedad, se mostraban, como única opción (por desesperada) razonable, decididos a aceptar “pulpo como animal de compañía”. La exageración del publicista no puede, sin embargo, ocultar como los juegos de la vida, igualmente, se hallan repletos de concesiones y de un agachar la cabeza y desfilar bajo las Horcas Caudinas de quién, de momento, parece ser más listo o más fuerte que nosotros. Ahora que la climatología y el cambio de hora nos van a meter más ratos en casa, me pregunto, a qué tenemos tanto miedo para aceptar no solo pulpo, sino incluso iPhone o microondas, como animales de compañía. No he sabido responderme, pero un amigo filósofo me ha soplado al oído que la soledad busca, permanentemente, novios de conveniencia y hace guiños al otoño para acorralarnos. 

Como en una revelación he recordado que la soledad no deseada se puede combatir con buena lectura; con charlas sesudas o intrascendentes con quien tengo al lado; con un perro al que deseo llamar con nombre propio; con paseos o deporte de verdad, en buena compañía;… y si, a pesar de todo, la soledad amenaza con derrotarme, no me quedará otro remedio que asumir, con deportividad y como la cosa más natural del mundo, que el pulpo es un perfecto animal de compañía, aunque a mí me guste mucho más a la gallega.

Querida Luci, regresa san Miguel para cerrar septiembre y, con mis armas de andar por casa, planto cara a este irremediable otoño -también de melancolías- dispuesto a casi todo. Espaciaré el visionado de los capítulos de esa novelona infinita que titulan: La actualidad y, respecto a los bichos que dan compaña, solo a mis amigos, (estás incluida) les aceptaré cualquier cosa como tal. Bueno, cualquier cosa no, de momento, no me encuentro preparado para aceptarme a mí mismo como animal de compañía: Lo negaré, aunque me amenacen con llevarse el juego y tú y yo, como la prima Viridiana (la de Buñuel), debamos conformarnos con jugar una partida de tute, mientras llueve -¡Ojalá!- detrás de los cristales.

El verano ha cerrado su puerta, no me lo ha dicho el calendario, fueron nuestros jóvenes que, como los niños de Hamelín, se marcharon siguiendo la música de unos estudios en la capital o de un sueño de trabajo o de un Erasmus o de una huida.

Libre y otoñalmente, siempre tuyo. (Y que no me faltes)  

 

Gracias a todas las personas (de manera especial a los sanitarios) que en estos tiempos nos hacen la vida más fácil con su trabajo y su esfuerzo generoso, que ya dura muchos meses. Y a quienes sufren por la Covid-19 en nuestros pueblos de Los Pedroches, un fuerte abrazo y todo mi ánimo.