Querida Luci:

Al cine, entre otras referencias, aludimos como una mentira maravillosa. Los relatos de las películas se distancian del espectador con una invisible barrera que aleja pantalla y patio de butacas, pero, en ocasiones, ya sea el guion o el director o la mirada a cámara de actrices y actores y los besos ¡Los besos!, las historias adquieren verosimilitud y nos resultan tan próximas que –jugándonos la vida- nos empujan, cual valla fronteriza, a saltar la barrera y sentir que no existe distancia entre la pantalla y nosotros y que el cine es la vida misma. “Cine, cine, cine,… ¡Más cine, por favor!” cantó Aute.

Uno de los prodigios infinitos del séptimo arte es que después de haberlos visto morir -pero morir, morir- envenenados, por un disparo certero, una caída o de muerte natural, nos los volvemos a encontrar en alfombras rojas, reportajes o entrevistas, vivitos y coleando y tan felices: Como en una resurrección glamurosa, reservada para las grandes estrellas, de la que quisiéramos participar. Y es que la gran pantalla (y la pequeña) obran el prodigio de que los personajes y los actores que les prestaron su cuerpo, para nosotros, son uno, de por vida: No creemos a un Rick que no lleve la cara de Bogart o a Ilsa si no nos mira desde los ojos de Ingrid Bergman. A Chanquete si no se ríe como Antonio Ferrandis o a santa Teresa si no es encarnada en Concha Velasco. Ni a don Juan Tenorio (de Estudio 1 en blanco y negro) si no posee el decir único de Paco Rabal.

Y aquí quería yo llegar, ya trataremos de cine otro día. Empieza noviembre y, aunque muchos festejen Jalogüin, estos días en mi casa y en mi calle y en mi pueblo son días de los santos y de los difuntos. Me parece bien que nos hayamos sacudido aquella carga tristona de campanas doblando desde por la mañana y de un día gris de medioluto y de responsos y misas por el alma de… pero de eso, a vivir la jornada tuneando calabazas (desperdiciadas para la morcilla), disfrazados en un carnaval fuera de fecha, como el próximo en Cádiz y, cual político interesado, planteando un referéndum histérico y tramposo con la pregunta: ¿trick or treat? (truco o trato), media un abismo.

No es indispensable representar, cada noche de difuntos, Don Juan Tenorio y, sin embargo, es injusto y triste que a los jóvenes (y no tan jóvenes) no se les dé, siquiera, la oportunidad de saber quién fue José Zorrilla y de que los versos que muchos conocen, pero no ubican: “No es verdad, ángel de amor // que en esta apartada orilla…” le pertenecen. No es indispensable echar mano, cada momento, de nuestro acervo cultural, pero resulta desafortunadamente cateto y ridículo, despreciar nuestras raíces para cambiarlas por importaciones de dudosísimo nivel.

Revisemos lo que haya que revisar y pasémoslo por los tamices que nos parezcan necesarios y no por ello nos avergoncemos (no existen razones que lo justifiquen) del bagaje cultural y el legado recibido, muchos lo querrían para sí. No es necesario defender una trinchera a lo Agustina de Aragón y el Empecinado juntos, para salvaguardar los valores patrios, frente a la invasión extranjera pero, tal vez, no nos vendría nada mal una mejora sustancial de la autoestima, sin echar mano de ardores guerreros ni más banderazos.    

Querida Luci, en realidad, deseaba aprovechar esta oportunidad para decirte que he aprendido que mi familia, mis amigos y yo no somos especiales y tenemos adjudicado nuestro momento. No necesito visitar el cementerio el día de los difuntos, aunque lo hago, para recordar a personas muy queridas que un día me dejaron un poco más solo y se aventuraron en ese Más allá que a todos espera. No necesito visitar el cementerio, porque su partida, tras una enfermedad real y dura, los condujo a una muerte sin trampa y sin retorno. No necesito visitar el cementerio para sentir la muerte como algo cercano y asumir que si, tras ella, continúas estando vivo para alguien, no será en alfombra roja o reportaje televisivo, sino como un prodigio del amor.

No quería ponerme fúnebre ni transmitir mal rollo pero, además de los grandes temas como la niña de Jesulín, la novia de Paquirrín o la próxima detención de Puigdemont, a veces, conviene desempolvar nuestras pequeñeces de seres vivos que nacen, crecen, se reproducen (si pueden) y mueren. Y, más allá, de las mentiras maravillosas y del personaje que nos haya tocado interpretar, estos asuntos cada uno los resuelve tratando de no hacer demasiado ruido.

Te prometo que en terminando esta carta, nadie pagará caros sus gritos más, cuando las tradiciones y las importaciones no te dejan descansar en paz, hasta yo me atrevo a preguntar: ¿Cuál gritan esos malditos?  

Sin truco ni trato, pero siempre tuyo.

 

Gracias a todas las personas (de manera especial a los sanitarios) que en estos tiempos nos hacen la vida más fácil con su trabajo y su esfuerzo generoso, que ya dura muchos meses y aún no ha terminado. Y a quienes sufren por la Covid-19 en nuestros pueblos de Los Pedroches, un fuerte abrazo y todo mi ánimo.