Querida Luci:

Seguramente, alguna vez habremos escuchado o leído de forma más o menos literal y ajustada al contexto, la reflexión de John F. Kennedy, extraída de su discurso de investidura: «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país». Y es posible que, en el trajinar nuestro de cada día, se nos antoje más retórica que de aplicación práctica y la reservemos solo para grandes héroes que salvan a niños o ancianos de morir ahogados o abrasados en un incendio o los que logran medallas y, rebozados en bandera, dan vueltas de honor o… Es posible que, así mirado, si se nos ocurrió alguna acción que acometer por nuestro país, se tratara de una propuesta de innegable relevancia para la comunidad.

Nos va lo sonoro, lo rimbombante y nos ponderaron tanto las grandezas del glamour y concedimos innúmeras horas a alfombras rojas de personajes de plástico exhibiendo chorradas, vestidos y maquillajes tramposos. Nosotros mismos nos entregamos a atrevidas poses para selfies debidamente enmarcados que, cuando quieres darte cuenta, te hallas en las inmediaciones -si no el mismo núcleo- del denostado y, a un tiempo, anhelado postureo. A lo anterior hay que sumar el descrédito en el que ha sucumbido el esfuerzo de cada día por realizar, lo mejor posible, la parte que nos toca, por ser razonablemente honrados (complicado en el país del Lazarillo) y por mirar sin demasiada mala leche a nuestros semejantes. Transitamos desorientados por un mentiroso decorado de cartón piedra, donde lo cotidiano es sinónimo de cutre y lo sencillo se confunde con lo sin valor.

Ocurrió hace unos días, delante de mis narices, en mi propio pueblo. Nuestros gestos, sobre todo aquellos que no estudiamos demasiado, nos delatan: Una señora, que -por indumentaria y complementos- supuestamente volvía del gimnasio en compañía de unas amigas, al tiempo que se despedían, hurgaba con las manos en un macetero público. Preguntada por una compañera acerca del extraño proceder, contestó que quitaba las hojas secas de los geranios porque le daba pena verlos así y porque, de esa forma, lucirían más bonitos.

En una sociedad organizada y con las tareas repartidas (es un decir), podemos argumentar que esa es faena de los jardineros municipales y nada nos impide despreciarla por innecesaria y hasta, erróneamente, descalificarla con la etiqueta de: ocioso marujeo. Entiendo que no es conducta merecedora del Nobel al cuidado de las plantas, si tal distinción existiera, pero tampoco me parece un asunto menor. A mí, que iba a lo mío, la explicación de aquella mujer me cogió por sorpresa pero, cual secuencia de dibujos animados, al instante se me encendió la bombilla (esa que nos venden como original y la mayoría copian del ojo-bombilla del Guernica) y comprendí que, después de muchos años sin encontrar respuestas a la proposición de J.F. Kennedy, me la acababan de servir en bandeja, sin dejar de andar ni esfuerzo por mi parte: ¡Se trataba de las hojas secas! Llevaban ahí toda la vida y ni se me había pasado por la cabeza.

Querida Luci, primero, no solo observó el conjunto: con otra mirada, supo ver más allá y se percató de que, entre las verdes, molestaban las hojas secas. Segundo, no dudó en retirarlas con sus propias manos, convencida de hacer un favor a la planta. Tercero, fue capaz de anticipar una mejora en la belleza de los geranios, del macetero y del entorno. Y, por último, no tuvo ninguna duda en saber y sentir lo público como propio y realizar, con el mayor cuidado y naturalidad, una tarea de la que se beneficiarían otros vecinos, además de ella misma.

Al llegar a casa, hubiera escrito gustoso al presidente de los Estados Unidos para comunicarle mi descubrimiento pero, no parecen tiempos propicios para que un español hable de «descubrimiento» a ningún presidente americano, además, Kennedy murió asesinado en Dallas hace años y el actual se encuentra recién aterrizado, ventilando y poniendo orden en la Casa Blanca… Pensé publicarlo en prensa, radio, televisión o, al menos, en alguna red social y recoger una buena cosecha de «Me gusta» y algún «Me encanta». Sin embargo, no tuve valor, en lugar de eso salí al patio, me acerqué a las macetas y traté de echarle una mano a la naturaleza, aunque solo fuera como entrenamiento… Acababa de caer en la cuenta de que nunca había arrancado ni una sola hoja seca.

Me contaron que en un conocido parque temático en la prueba para la contratación de los camareros, a los candidatos les pedían que se presentaran y definieran a sí mismos en inglés y en francés. A mí se me ha ocurrido que, para trabajar en mi empresa, los aspirantes -en las lenguas que deseen- me expliquen si alguna vez, con la delicadeza de aquella mujer, arrancaron las hojas secas de los geranios de algún macetero público de su pueblo. Personas como esa cuentan con una estupenda cualificación de partida y resultan imprescindibles para mi negocio y para nuestros pueblos.  

Jardinero voluntario y siempre tuyo.

 

Gracias a todas las personas que en estos tiempos nos hacen la vida más fácil con su trabajo y su esfuerzo generoso, que ya dura muchos meses. Y a quienes sufren por la Covid-19 en nuestros pueblos de Los Pedroches, un fuerte abrazo y todo mi ánimo.