“Imagina un plato con una montaña de nueces apiladas. Si acercamos nuestra mano y quitamos una sola de esas nueces, la montaña se derrumba y, aunque vuelva a levantarse, nunca será igual que la primera. Con toda seguridad, las nueces se configurarán de manera distinta y, aunque la apariencia pueda resultar semejante, la nueva montaña es otra y, nunca, la que fue antes de nuestra intervención”. Con este ejemplo y parecidas palabras, ilustraba una estupenda profesora de psicología evolutiva su explicación acerca de lo que sucede en la mente de un niño, cuando se actúa sobre él con intención educativa. “El pensamiento del alumno –aseguraba- se modifica sustancialmente y nunca vuelve a ser el mismo”.

No he olvidado aquella imagen de la pila de nueces derrumbándose y recomponiéndose que, más allá del ámbito educativo, seguramente, se puede extender a lo que sucede cuando interactuamos o nos relacionamos, por el motivo que sea, con otros (amistad, trabajo, amor, rivalidad,… interés común). Si el contacto con los iguales no nos resbala, como la lluvia en el impermeable, las relaciones humanas nos cambian y regeneran: Jamás volveremos a ser los mismos, aunque sigamos siendo los de antes. Sin perder la esencia, la montaña de nueces de lo que éramos, se torna en otra distinta.

De la misma forma que nos deshacemos de la ropa cuando se nos queda pequeña o anticuada, no tendría sentido crecer y conservar intactos nuestra conducta y nuestro pensamiento, idénticos a los que nos guiaban siendo niños. Y, pues nos renovamos, se hace necesario -a mí me lo parece- perder el miedo a dejar de ser lo que fuimos. Toca asumir los cambios, aunque con ello se renuncie a la seguridad que otorgaba la pertenencia a determinado grupo, de convertirnos en los nuevos “nosotros mismos”.

La expresión “cambiarse de chaqueta”, que siempre nos han vendido con un sentido peyorativo, en referencia a personas que modifican sus posiciones y son etiquetadas de peleles sin personalidad, cuando no de traidores a una causa, merece una revisión a fondo. ¿Y si, desde hoy, la gente pudiera cambiar de chaqueta, cada vez que lo necesitara o le viniera en gana? ¿Y si no hubiera de parecernos ni bien ni mal? ¿Y si asumimos que (por hombres y mujeres) evolucionamos y hemos de adaptarnos al medio para sobrevivir? Si piensas en lo anterior, la montaña de nueces comenzará a tambalearse…

Querida Luci, mientras me esforzaba en escribirte mis teorías acerca de… se ha presentado, de pronto, una mano abierta y me ha dado una bofetada de tal calibre que las nueces han salido volando por los aires en todas direcciones. No solo no sabré reconstruir tal cual mi pensamiento pasado, ignoro si me quedará pensamiento alguno al que agarrarme. No he podido verle la cara pero, otros a los que les ha sucedido, me aseguran que se trata de un asesino en serie que responde al alias de: El Coronavirus. 

Mientras recojo las nueces e intento no perder ninguna -lo de levantar montañas queda lejos- me vienen a la cabeza visionarios autores y sus novelas: La peste de Camus, que me impresionó a los veinte años y, más reciente: Ensayo sobre la ceguera de Saramago, que me llenó de inquietud, dos décadas más tarde. Hoy, pasados otros veinte años me conmociona la banalidad y frivolidad de algunos de los que, se dice, tienen en sus manos nuestros destinos, cuando priman lo accesorio frente a lo relevante, vomitando estupideces relativas a vendettas barriobajeras o infantiloides y guardándose cartas y facturas para el día después… manteniendo las mismas estructuras mentales del día de  antes de… Como si a la humanidad, cuando esto termine, le fuera a resultar sencillo arrancar con un: “Decíamos ayer…” sin ser, ninguno de nosotros, Fray Luis de León.

Con algunas nueces en las manos, me hago preguntas simplonas: ¿Me tocará a mí o a alguien de los que quiero? ¿Cuánto habremos de sufrir? ¿Podré comer todos los días?  ¿Cuánto tiempo va a durar?… ¿Tendré fuerzas para soportarlo? Y me consuela y me infunde valor saber que quienes, de verdad, me tienen en sus manos son gente como tú y como yo, seres humanos que reponen en los supermercados, transportan en camiones los alimentos, vigilan para que todos cumplan lo que a todos obliga, mantienen los hospitales en pie, dispensan alimentos y medicinas, cuidan a otras personas, siembran y recogen patatas, alimentan y ordeñan a las vacas,… a los que les están dando bofetadas idénticas a la mía y que, sin olvidar su responsabilidad y arrimando el hombro, luchan por reinventarse a cada momento.

Recomponiendo montañas de nueces y siempre tuyo.