Querida Luci:

En un libro de lecturas breves de mi infancia aprendí la historia de aquel que en el mercado se sintió atraído por un tenderete de gafas para leer. El individuo se probó muchas y, con ellas puestas, miraba atento un libro a disposición de los clientes y exclamaba: ¡Con estas no leo! Tras repetir no pocas veces el gesto y la frase, el vendedor se atrevió a preguntar: Pero ¿Usted sabe leer? a lo que el otro, visiblemente sorprendido, respondió: ¡Claro que no. Si supiera leer para que iba a necesitar las gafas!

La maestra o la mamá mandan al niño al rincón de pensar, intentando apartarlo del ruido, para que él solo recapacite y pueda discernir lo más oportuno. Necesita construir su pensamiento para crecer. Ahora que las mascarillas (Ya hay quién, más allá de su función esencial, desvía la atención, hablando de fantasía, formas y colores) son de uso obligatorio, tal vez, sirviéndonos de la denominación de origen de madres y maestras, podíamos llamarlas mascarillas de pensar. Como en aquel rincón, este respirar la vida a su través, nos aísla, además del virus, del exceso de ruido que nos asedia y no me negarás que nuestro actual ser o no ser, con mascarilla, da mucho qué pensar. Desde el instante en que te la pones y has de salir así a la calle, puedes reflexionar acerca de los que han de llevarla durante horas en su trabajo o puedes tomar decisiones más prudentes o comprender que los problemas difíciles (este lo es) no se corresponden con soluciones facilonas ni mágicas… ¡Yo que sé!…. De esta situación anómala en la que nos sitúa la mascarilla, quizás podamos extraer otros beneficios que vendrán asociados al pensamiento si, previamente, se sabe (y se quiere) pensar. 

Ese sosiego indispensable, tal vez nos guíe al convencimiento de que podemos lograr algo mucho mejor y que vaya más allá, por ejemplo, de las simplezas y reedición de fórmulas que la mayoría de nuestros próceres (¡Sálvese quien pueda!) propone. Fórmulas que, muchas de ellas, se ha demostrado no funcionan pues pertenecen a la “su antigua normalidad” y conducen inevitablemente a la confrontación estéril. Necesitamos justamente lo contrario: una buena dosis de audacia, visión de futuro y altura de miras. Reunir y unir las fuerzas que nos queden, más allá del dolor, del color de nuestro voto y de nuestro barrio de procedencia: Lo que los españoles de a pie (hoy, ayer y mañana) realizamos a diario. Ni más, ni menos.

Hace unos días escuché este proverbio africano: “Si quieres llegar rápido ve solo. Si quieres llegar lejos busca compañía”. ¿A dónde queremos llegar?  Porque, más allá del ruido de cacerolas; de los gritos que tratan de ahogar a otros gritos; de presuponer que el otro es malo porque es distinto; de andar perdidos buscando culpables sin asumir ni encontrar responsables; de no tener dudas de que, quien no piensa como yo, se equivoca,… más allá de todo ese alboroto y enlodamiento, cuando me ponga la mascarilla, trataré de pensar en cómo sumar, para encontrar alguna solución. Ya ves, a mis años y prefiero seguir soñando que cuando me haga mayor, quiero ser: un ingenuo.

Con lo que se nos ha venido encima y escuchando perplejos las mezquinas y pobrísimas aportaciones de quienes nos representan como gobierno central, taifas de primera y de segunda, socios por amor o por conveniencia, oposición interesada, frontal oposición,… y a lo que tú digas yo lo contrario, además de voceros y contertulios afines y desafectos, uno experimenta un sentimiento en el que se mezclan el miedo, la vergüenza y la pena, y desconfía y duda mucho que, con estas mimbres pueda trenzarse cesto alguno.

Y con la Pena, penita, pena, de plena actualidad, (Se han cumplido 25 años de la muerte de Lola Flores) viene a mi memoria la boda de su hija Lolita. A la iglesia acudió tanta gente (no eran tiempos de mascarilla y la distancia social era otra cosa) que resultaba imposible, ni tan siquiera, celebrar la ceremonia. Ante la confusión y la angustia de los novios, Lola avanzó decidida, cogió el micro y sin ponérselo en el canalillo de su escote para improvisar un zapateao, con el semblante serio, se dirigió a sus incondicionales y, como el que espanta moscas, dejó una frase para la historia: “Si me queréis, ¡Irse!”

Querida Luci, mi falta de pericia con la mascarilla de pensar me lleva a disparatar y mezclar materia de merinas y churras. No hay duda de que debo entrenarme para mejorar mi pensar enmascarillado, pues, ahora que llego al final, me cuesta establecer relaciones entre las gafas de leer, la mascarilla de pensar, el sosiego, la vuelta a qué normalidad, el comportamiento de la clase dirigente y la pena y la perla de La Faraona, Torbellino de colores. Supongo que serán piezas de un puzle que, en algún momento, terminarán por encajar.

Desde detrás de mi mascarilla: Siempre tuyo y si me quieres, ¡No te vayas!