Reparar en lo más cotidiano lleva, muchas veces, a reflexiones profundas. El discurrir diario en nuestro medio, con nuestras gentes, hábitos y costumbres nos hace creer con ingenuidad que nos conocemos bien y atinadamente en lo más hondo. El espejo del tiempo nos advierte a menudo, sin embargo, sobre la realidad fehaciente. Casi siempre es buena la mirada detenida, consciente o inconscientemente provocada, en el derrotar de nuestras existencias. Es un ejercicio humano esporádico de mayor trascendencia, aunque sea puntualmente en el espejo ondulante del agua o en fijeza del espejo doméstico que nos deja meditabundos.

También los pueblos y colectivos realizan –o deben hacerlo– miradas furtivas al devenir del tiempo. Las conmemoraciones institucionales son a veces puntos de incisión, con mayor o menor profundidad, sobre el haber de nuestras  esencias. La conmemoración del Día de Andalucía casi siempre nos sitúa en el análisis retrospectivo de nuestros legados más hermosos (arte, formas de vida, filosofía y pensamiento) y los tradicionales  tópicos que siguen siendo un marchamo de digestión difícil. El día 28 de febrero celebramos la fiesta de la comunidad en razón de hechos políticos y reivindicativos, con felicitaciones y orgulloso sentimiento, pero también tiene que ser de retroalimentación y reflexión constante.

Mirarse en el espejo puede resultar un aliciente de congratulación colectiva en nuestras señas de identidad y aquiescencias en lo positivo, claro, pero supone asimismo el aprecio de las grietas del tiempo, la observación de las cicatrices, manchas y desvanecimientos; conviene sopesar con racionalidad lo guapos o feos que somos, lo que prevalece o queda de lo que fuimos o creímos ser. El espejo es también un espacio de introspección del alma, es una mirada profunda  hacia lo más hondo de nosotros mismos. Claro que es fundamental lo físico (sin grandes alardes ni vanaglorias fatuas…), lo andado y desandado, con prolífico recorrido diverso; también lo que ven los otros de nosotros, y lo que nosotros no queremos ver. Entiéndase que lo que somos no es solamente lo que creemos ser, sino cómo nos ven los demás. Poner entre la espada y la pared las complacencias y discrepancias de interpretación de nosotros mismos es muy saludable, porque los baños de realidad nos hacen mejorar, reajustar bien nuestro perfil. Ante todo es un ejercicio que hacen y deben realizar los pueblos a menudo.

El legado de Andalucía es tan abrumador que obnubila cualquier mirada. Mucho más si se quiere comprender en el concierto de un país complejo en realidades físicas, políticas, económicas y culturales. Ponderar las señas de identidad de cada cual, sin embargo, es necesario y satisfactorio, porque la diversidad enriquece y reafirma colectivos, define pueblos y  pondera futuro de perspectivas anchurosas. Andalucía es un producto del tiempo, del espacio y de los pueblos que la ocuparon, que la definen en lo esencial. Desgraciadamente ha estado supeditada no poco a la percepción dieciochesca y romántica de tópicos que tanto daño han hecho (fiesta y pandereta, holgazanería…). Hoy día caminamos en la complejidad de un mundo globalizado de redes que nos embarga en formas de vida, valores y tendencias uniformadoras de un no se sabe qué. En esta encrucijada completa se dirimen también las defensas de las identidades, asumiendo lo de otros (lo de todos), pero valorando y definiendo lo propio, que no es fácil de determinar.

Nuestras realidades históricas, la estereotipada imagen de nuestra mochila y un mundo en ebullición se encuentran en constante pugilato. Redefinir lo andaluz en el espejo de casa con buenas dosis de sensatez y realidad es un ejercicio no solamente interesante, sino necesario. Muy especialmente por las nuevas generaciones de jóvenes, que tienen y deben tener una mirada limpia y amplia de lo que somos y queremos ser; jóvenes formados (que todos deseamos) en la comprensión de los legados históricos, de los principios y esencias de la multiculturalidad recibida, críticos con los prejuicios y manipulaciones al uso (de lo andaluz); jóvenes capaces de dilucidar horizontes en los que nuestras señas de identidad sean ajustadas.

Todos los andaluces tenemos que mirarnos en el espejo para confrontar rasgos definitorios, calibrar cicatrices y aplicar ese trépano de reflexión y aceptación satisfactoria que pueda hacernos pergeñar un futuro mejor. Obviamente, la realidad andaluza transita por los problemas y avances generales del país y del mundo, pero también es consciente de un legado muy especial, con elevadas expectativas de caminar en la senda del desarrollo, futuro prometedor y juventud de reivindicativas aspiraciones en los ámbitos científicos, dimensiones lingüísticas (hablando idiomas) y en amplias perspectivas de relación y conocimiento de mundo que nos rodea. Andalucía tiene que reflejar en el presente, haciendo realidad, las grandezas de su legado sin necesidad de falsos prejuicios.