Todo cambia y todo pasa. 

Todo fluye, somos y no somos. 

El fundamento de todo está en el cambio incesante.

Así afirmaba el filósofo presocrático Heráclito de Éfeso.

Desde que se tiene conciencia, los seres humanos en su permanente e inquietante deseo de controlarlo todo (incluso aquello que está fuera de nuestro alcance), consciente o inconscientemente, siempre tuvimos la necesidad de controlar el tiempo para constatación de la  realidad de nuestra existencia.

Con conciencia de que el paso del tiempo nos afectaba de una forma directa. Se nace (se crea) se crece y se muere (se destruye) y todo ello trae causa del tiempo, esa realidad inapreciable, indefinible y casi siempre imperceptible.

Sabedores de que pasaban ante nosotros los días, salía el sol y se ponía, volvía a salir y con idéntica realidad volvía a ponerse, nacía y se destruía, salía y se perdía, volviendo a salir. Fenómeno que se repetía incesante y constantemente con relativa y corta frecuencia. Antes tales evidencias, tomamos conciencia de que el tiempo se repetía cíclicamente.

Tenía un comienzo y, tras un determinado estadio, se volvía de nuevo al comienzo, pareciendo que nada se movía en línea recta, hasta que vemos como la lozanía de nuestros cuerpos jóvenes van envejeciendo sin retorno. ¿Algo hay que no vuelve? y no obteniendo respuesta, quizás con propósito inquietante, por no comprender el paso del tiempo, pretendemos atraparlo para controlarlo (el cuento del caballito blanco tomado por las crines en el sueño de niño, que al despertar, voló)

Tal vez por esta razón u otras similares inventamos un instrumento que nos sirviera para redistribuir ese tiempo ya que no podíamos detenerlo ni atraparlo, buscando la adecuación entre la realidad y lo incomprensible. Nunca nadie consiguió detener, ni desviar el curso del universo, por ello ante la insatisfacción de conseguirlo, nacerían los mitos religiosos basados en dogma de fe para dar razón a lo incomprensible.

Josué dijo “Sol no te muevas” para poder concluir una batalla victoriosa  contra los reyes del país de Canaán. Más reciente, en  la historia medieval, el maestre de la Orden de Santiago, Pelay Pérez, implora a la Virgen: “Santa María detén tu día” con similar propósito de vencer a los sarracenos. Dogmas de fe, como medicamento contra la enfermedad de pensar, al que también  de alguna forma aludió Machado: «Todo pasa y todo llega, pero lo nuestro es pasar…»

No está mal algo de filosofía para alimento de nuestra mente, pero  ahora toca dar rienda suelta a los placeres que también conforman una corriente filosófica post-socrática y tanto la una como la otra debemos practicar para no dar ni quitar razones sino compartir sensaciones, emociones, recuerdos y abrazos en la firme esperanza de que el tiempo lo cura todo y por tal, también dará fin con esta pandemia si todo se produce, como hasta ahora, de forma cíclica y no  se repite con una frecuencia demasiado corta para los que no tenemos mucho tiro de tiempo ni tampoco prerrogativas para pedir que el tiempo se detenga.

Pero como el tiempo nos pertenece por ser el trazo indeleble de nuestra vida, también nos corresponde hacer buen uso de él y no dejárnoslo robar por los demás ni desperdiciarlo por nosotros mismos  desde la contemplación pasiva acomodados en un sillón ante la “caja tonta”.

Ortega y Gasset dijo: La vida es un fluido indócil que no se deja retener apresar, salvar… Mientras va siendo, va dejando de ser irremediablemente….La vida no es una cosa estática que permanece y persiste: es una actividad que se consume a sí misma”

Existe otro mundo imaginario en que el tiempo, por ser ideal, no existe. Podemos hacerlo desaparecer de nuestra realidad sumiéndonos en la lectura de un libro adecuado y darnos cuenta de la no necesidad de controlar el tiempo;  tras haberlo leído, diremos: ¡cómo se me ha pasado el tiempo sin darme cuenta!

Es solo un consejo, que me permito como contribución a evadirnos durante un tiempo  a la situación que tanto nos  agobia, en la confianza, como ya ha ocurrido  multitud de veces en la historia, que el tiempo borrará este horrible sueño del que me cuesta despertar ante la realidad de haberse llevado por delante uno de mis seres queridos, mi hermana Petra.