La vida moderna por definición es sobre-expuesta y cansada. La brillante mentira de la red social desvía nuestra tendencia humana natural y sobrecarga nuestro día a día de impostura y anti-naturalidad recubiertas de una pátina de falsa prosperidad. Si quieres saber más pregunta por Byung-Chul Han (Seúl 1959) y te dirán mucho más. 

De Él dicen que dispara ideas como que el hombre moderno es un ser tristemente fatigado por un atracón de estímulos que lo hacen implosionar hasta ver su esencia totalmente desvirtuada en favor de un ente de ojo triangular, al que llaman neoliberalismo. En esa atmósfera de asfixia, nuestros espejos se vuelven convexos y lo que resulta es que veamos natural auto-explotarnos y auto-exigirnos a niveles exponencialmente crecientes. Estamos interiorizando rapidísimamente la obligación de llevar una vida sana, de contar nuestros pasos, calorías, pulsaciones, secreciones, de producir, de crear, de innovar, de emprender, de viajar hasta el último rincón del mundo, de exponernos a los demás como si tuviéramos entre las manos la más idílica de las dichas, de tener una definición muscular exquisita, de comprar positividad con frases precocinadas, de figurar como seres actualizadísimos, de consumir emociones, de ser quien da el último grito… y lo más importante, hemos asumido la obligación de dejar constancia de todo ello en las pantallas del resto. ¿Sí o no? 

Todo esto que huele de lejos a distopía, a nosotros, nos lleva con remordimiento a la socorrida idea de sociedad Orwelliana de 1984. La pena es que comparando la suya con la que nos pinta el surcoreano-alemán, la nuestra es mucho peor, ya que por lo menos la humanidad de Orwell era consciente de que estaba siendo dominada. Ahora nada, antes de pensar eso, sucumbimos ante el inabarcable abanico de obligaciones mainstream, la auto-exigencia agotadora y ante la montaña de ser cada vez más intenso, visible y rentable. Pero es una trampa, el deseo sólo termina con otro deseo, jamás con la satisfacción. Programadísima secuencia que acaba, fíjate por dónde, en sed de consumo y a todos los niveles imaginables. El resultado ya sabes cuál es, tu insatisfacción, tu frustración y su respuesta consumista. Respuesta que al final de los finales interesa y enriquece a muuuuchos terceros y oye resulta que el plan es redondo porque mientras haces o intentas hacer todo eso, no molestas. ¿Brillante no? 

Tranquilo/a. Te preguntarás qué lío es este. Pues mira sí. Pero permitidnos esta reflexión porque lo que realmente nos duele es hay en todo esto una falsa idea de libertad. La inconsciencia de la manipulación se basa en tenernos distraidísimos, si puede ser consumiendo mejor, casi o totalmente drogados y a toda velocidad, sin tiempo y casi sin la posibilidad de …… PARAR……. Es tal la crispación y confusión que como no sabes qué hacer te dejas arrastrar. Y ahora dime, ¿Qué libertad existe en hacer, hacer y hacer sin reflexionar? (Silencio). 

El esclavo de hoy es el que ha optado por el sometimiento, por dejarse distraer, confundir y agobiar por la frenética necesidad de estar al día. El esclavo de hoy es el que ha perdido el contacto con el entorno para adorar su ombligo y su productividad y ponerlo todo muy bonito con el último filtro de Instagram. El esclavo de hoy no sólo sigue al rebaño, sino que ignora su condición de ganado pensando que todo lo que hace es un acto de libertad. Jajaja, guay ¿Eh?. Y si quieres respuestas sigue el dinero. El mar revuelto y entretenido siempre fue el mejor clima para quien el ganado le renta, pueda mover ficha. Y así, se invierten modelos, se le da la vuelta a la tortilla, se tergiversa y hasta te pueden llegar a vender tu propia miseria. ¿Ah no? Espera. 

Tenemos los espejos tan curvos y empañados por nuestro frenesí diario de redes y consumo que nos tragamos todas las pautas que nos echen. Como si fuera el oxidado Juego de la Oca, vamos siguiendo todos y cada uno de los caminitos que nos van indicando con lucecitas y con una gran pajita absorbiendo modas, ideas, conductas, challenges, aplausos grupales y hasta donativos que se estiman políticamente correctos. ¡Basta! ¿De dónde sale esta idea? ¿Cómo puede ser moda que el ciudadano de a pie recaude dinero y bienes para donarlo a instituciones públicas en plena crisis sanitaria y económica? Obsérvese que además existe una vanagloria de ello al colgarlo obviamente en redes sociales. (Suspiro). 

Aguanta un segundo más, escucha. Resulta que un ciudadano medio, que vende su tiempo (que es su único bien vital) a cambio de dinero, tiene como poco casi la mitad de su existencia hipotecada entre impuestos que vienen de un lado o de otro. Estos impuestos, que no olvidemos son el tiempo que jamás recuperaremos, se entregan con bondad para fines tan nobles como el bien común presente y futuro. Este motivo, debería bastar para que esas instituciones que las reciben actuaran con la mayor de las sensibilidades y gestionaran los recursos como migas de pan en casa del pobre. 

Hemos llegado. Ya solo te queda reducir la ecuación en la que equis tiende a infinito. La sociedad del cansancio ha triunfado y en lugar de pedir explicaciones de por qué una institución pública acepta donativos y no tiene recursos para gestionar una crisis económica y sanitaria, vamos y ponemos de moda vía redes darles aún más. La intención imaginamos que será la de figurar como un honroso ciudadano que tirando de la más absurda idea de lo políticamente correcto no hace más que tapar, sin darse cuenta, la situación que vivimos. (Silencio de Réquiem). 

Como la flor que emerge en el asfalto, o la rama que brota del árbol viejo de Machado así queremos hacer brotar estas hojas y alumbrar la idea de que en lugar de donar y postear, quizá haya que solicitar porqués. Pedir al menos explicación de por qué cuando hace falta nunca hay, por qué si siempre damos nunca recibimos. Quizá también, sea porque no se tratan con el debido respeto los recursos y aportaciones que sacamos de nuestra vida para ponerlos en sus manos…. En lugar de eso preferimos ser benefactores 3.0 de quienes malgastan nuestra vida y nuestro esfuerzo. (Fundido en negro y final).