Desayuno mientras miro de soslayo un reportaje en la televisión en el que se hace referencia a los zulos, minipisos, antros, trasteros, buhardillas, entresuelos y demás covachas que se ofrecen en las grandes ciudades como espacios acogedores y coquetos, con un toque bohemian chic –dicen, en algunos casos-, por los que te soplan 600 euros para dormir sobre un cajón de madera o dentro de un armario empotrado. Y se hace cruces Susana Griso mientras comenta lo dura que está la vida junto a los todólogos que la acompañan cuando debaten de temas que van de la política a la real politik de la economía del pueblo. Casi al instante, me salta una información de Ángel Robles en El Día de Córdoba sobre los censos de población de Instituto Nacional de Estadística (INE) actualizados al cierre de 2021 en los que se cifra que la provincia de Córdoba pierde en una década más de 24.000 habitantes, una sangría demográfica que se substancia en la capital y en los municipios más pequeños, sobre todo, en los del norte de la provincia. Peñarroya-Pueblonuevo es uno de los pueblos de más de 10.000 habitantes que más población pierde de España, mientras que se adivina que pronto veremos localidades como Conquista, Fuente La Lancha o El Guijo por debajo de los 300 vecinos. El debate de Griso y los datos del INE me han llevado de forma automática a consultar el portal inmobiliario Idealista para concluir que, en la comarca de Los Pedroches, existen más de 150 inmuebles de distintas categorías por menos de 60.000 euros, una cantidad con la que no podríamos comprar ni una maceta en Madrid, pero ahí están. Y hay de todo: casas solariegas de más de 300 metros cuadrados, con amplio patio, con cocina de leña… pisos en el centro de las poblaciones e incluso algún solar de casi 400 metros cuadrados. Incluso por debajo de 30.000 euros se muestran viviendas prácticamente para entrar a vivir o solo necesitadas de una escasa reforma. Y no crean que todas estas casas se ubican en las localidades más pequeñas, que va. En Pozoblanco, una agrociudad con todos los servicios, se anuncian 26 casas y pisos por debajo de ese precio. Menos de diez millones de las antiguas pesetas.

Los tres impactos que expongo: debate con la Griso, datos del INE y oferta inmobiliaria en Los Pedroches llevan a una obligada reflexión sobre lo que está ocurriendo en nuestra sociedad y acerca de cómo es posible que exista una dicotomía tan enorme entre optar por el minipiso de Madrid o por la casona de Villaralto. La respuesta simplista, la que se nos viene a la mente, es la de las oportunidades: es que en Madrid hay trabajo, hay oportunidades; en Villaralto o en Cardeña, no. Pero el problema es mucho más profundo. Durante los últimos años, los representantes públicos no han parado de hablar de la España despoblada (me niego a llamarla vacía o vaciada): revertir la tendencia, vertebrar soluciones, implantar nuevas tecnologías, apoyar a los emprendedores, generar sinergias… con una sucesión de palabros varios. Y mientras, cierran sucursales bancarias, la última en Torrecampo, con lo que ello supone para las personas que necesitan ir a la oficina porque sufren la brecha digital; y mientras, se cierran colegios o se eliminan líneas porque no nacen niños –un centro de nuestra zona se mantiene gracias a la llegada del hijo de los guardas de una finca de caza mayor-; y mientras, se comparte médico, cartero y cura entre varios núcleos de población. Podríamos deducir, por tanto, que, si Idealista anuncia 151 inmuebles de Los Pedroches en condiciones que están a años luz de las que se ofrecen en la ciudad y ni se venden ni se alquilan, es porque en el medio rural no hay oportunidades. Eso puede ser cierto, pero con muchísimos matices. De primeras podemos contar un puñado de sectores que no encuentran personal. Pero este no es  el debate pues considero que el caso es más grave: no existen posibilidades porque no se quiere que existan y no las hay porque no hay una voluntad clara por vencer clichés, estigmas acerca de la visión del pueblo, normativas absurdas –en el apartado agroganadero son imposibles-, falta de ayudas reales. Además, tampoco se abordan de verdad los déficits seculares de infraestructuras. Casos como el del AVE de Villanueva de Córdoba son sangrantes, la enorme demanda que existe de una vía de gran capacidad en el espacio comprendido entre Badajoz, Ciudad Real y Córdoba viene de tiempos de los romanos y que nos vayamos a quedar sin agua en los grifos cualquier día es síntoma de la auténtica dejadez de un sistema que trata lo rural con una mezcla de olvido, hipocresía y condescendencia; en determinados aspectos, ya somos poco más que una rareza romántica de fin de semana. “Esto es vida”, dicen los turistas mientras posan las chuletas de cinta de lomo del súper en la barbacoa. ¿Qué esto es vida? ¿Y por qué no te quedas? Así, al menos, sabrás donde venden el ibérico de verdad a un precio asequible. Sobre el fondo del problema, este último caso podría ser una metáfora del desconocimiento que existe, en general, del mundo rural y de sus ventajas reales, que no son las impostadas del fin de semana.

El debate es amplio, complejo. Pero se resume, a mi juicio, en un hecho: falta de voluntad. Y ya lo de las oportunidades ciudad versus pueblo, lo mantenemos, pero convenimos en que está en su segundo plano. Se vio en la pandemia. Muchos de los que pudieron se fueron a la casa del pueblo, a trabajar online. Existe un sinfín de posibilidades para tener la oficina en la cámara –ahora buhardilla- de una vieja vivienda de Añora, pero es necesario comunicar y potenciar las bonanzas de esa opción por tierra, mar y aire.  No hay más. Y para terminar, vuelvo a lo de  Susana Griso, que también ha hecho una bonita encuesta callejera en la que una osada señora ha aparecido para decir: “Es que todos no podemos vivir en la gran ciudad, ¿por qué no se tiene en cuenta que hay muchos pueblos vacíos?”. Los gurús del plató no han dado recorrido al argumento. Claro, no interesa. Igual es que todavía sigue extendida la idea de que vivir en un pueblo es una catetada y residir en una caja de cerillas en Madrid es la esencia del bienestar y de la magia del bohemian chic, cuando en realidad no hay nada más bohemio ni más chic que ver atardecer desde el castillo de Santa Eufemia.