Ahora nos rasgamos las vestiduras. Resulta, cuando menos, un tanto hilarante que los gerifaltes del mundo se reúnan para manifestar las urgentes alarmas de que lo que pasa en el mundo es muy grave; y mucho más vergonzoso aún que dejen entrever sus vergüenzas. Las voces altisonantes de la Asamblea General de la ONU, que se escucharon estos días, se han convertido en mensajes virales sobre el cambio climático, que vienen subrayándose de forma grave y machacona organizaciones serias y especialistas medioambientales desde hace muchas décadas. Las voces de los políticos no son, en realidad, más que un eco completamente huero de palabras que  no dicen nada, ni  convencen a nadie. Casi todo el mundo sensato, con una mínima información, es conocedor de que el deterioro del globo constituye prácticamente en primer problema mundial. Durante las últimas centurias el desarrollo económico occidental se ha  sustentado en sistemas productivos fundamentados en la agresión contra el medio. Desde los primeros estadios del desarrollo industrial se pudo calibrar muy bien que ambas cosas eran en gran medida incompatibles, al menos en la manera que se desarrollaban. No obstante, más allá de la conciencia clara del problema, se mantuvieron los parámetros de desarrollo por las mismas sendas, con avances gravosos que no vislumbraban nada bueno. A las primeras políticas concienciación le siguió el siempre útil (políticamente) mensaje de hablar alto y no hacer nada, con lenguajes banales de sordos y necios. Con un importante insulto a la ciudadanía, que parece que fuera la que no entiende nada o a la que groseramente se le quiere engañar con el lenguaje maniqueo de digo esto y algo lo otro. La realidad es y sigue siendo la misma, pero con consecuencias mucho más graves, con alteraciones importantes del planeta y necesidad inminente de cambios en nuestras formas de vida, explotación, consumo, etc. El planeta se desangra por cientos de frentes aflorando miles de resortes de urgencia: por lo alto y por lo bajo. La atmósfera envolvente, completamente recalentada, ya no puede más y grita sin cesar en espectáculos dantescos de nuestras ciudades (“viseras”), a los imponderables lamentos de unos hielos árticos que están surtiendo a chorros sus lágrimas en períodos cortísimos, en un cómputo de deshielo que debería ser milenario. Fruto de esta inminente descongelación es ya, sin remedio, la avezada carrera el Ártico por convertir el desastre en ganancia y descarado beneficio, pues a las ingenuas exploraciones del pasado ahora se suman los interés de los mastodontes mundiales para abrir puertas al agua helada, explotar sus recursos, crear ruta devastadoras, etc.; con el subsiguiente enfrentamiento político que ha de crear tensiones entre los magnates de la política y del dinero. Así está el mundo. Hemos convertido el cielo y el mar, que constituyen nuestros principales sostenes vitales, en vertederos con una alegría bobalicona insultante; las inmundicias residuales gigantescas al agua provocan la inmensidad de bacterias que consumen el oxígeno. De otra parte, el cambio climático resulta elocuente  en los incendios del sur de Europa (Portugal, España, Francia, Italia, Grecia, Turquía…), que vivimos anualmente como pecata minuta, cuando resulta una alerta de primerísimo orden: vinculados, claro está, a las despoblación (de la que tanto se habla y poco se hace), abandonos del uso de los suelos, los nefastos modelos urbanísticos, etc.  Los records de temperaturas extremas que experimentamos anualmente el cielo y la tierra precisan de pocas explicaciones, pues los modelos económicos exacerbados nos mantienen contenido el aliento en este constante polvorín.

A la altura de hoy día resulta ridículo el enfrentamiento entre los mastodontes  de la política mundial. Los grandes actores se pavonean en los grandes escenarios dando lecciones, conminando a ésto y aquéllo, sin que se aprecie en sus actos una miajade sinceridad. Estos (desgraciados) padres de la humanidadnos hacen creer que son los auguresmás concienciados del mundo, que sus críticas son sinceras y sus actos son inminentes. En fin, que sus palabras y políticas salvíficas nos protegerán del enemigo invisible (¡qué graciosos…!) que a corto plazo se presume invencible. El ciudadano de a pie fácilmente aprecia en esta escenografía de alto copete que el medio ambiente se encuentra en peligro: en manos de cuatro políticos inconscientes que controlan las inercias económicas, y directrices mundiales de geopolítica. Sus voces (Trump), enfrentamientos (EE.UU, Irán…) y ausencias (Putin, Xi Jinping, Trudeau o Netanyahu …) resultan completamente estridentes. Hablamos, claro está, de los grandes problemas del mundo, que se encuentran inexorablemente unidos al medio ambiente, como las guerras y posesiones de armas nucleares, las emulsiones y desvaríos que ocasionan los dislates de los colosos del desarrollo desbocado. Ante el obscuro panorama que nos presentan los mandatarios, con engolado lenguaje sembrado de mentiras e incertidumbres, solo queda que arraigue de verdad la concienciación ciudadana, que nazcan con fuerza los brotes de conocimiento, estilos de vida y respeto en las jóvenes generaciones. El futuro es está en juego.