Hay voces y actitudes muy claras en la Historia. Clara Campoamor es una de ellas. La conmemoración reciente del voto femenino (1 de octubre de 1931) ha sido recordada en estos días por los mass media como efeméride destacada. No es para menos. La igualdad que tanto se promueve en círculos políticos, y de tanta precariedad en realidades varias, precisa constantemente de acicates ejemplificadores. Parece mentira que haga solamente noventa años que la mujer consiguiera, con no pocos detractores, alcanzar el vértice de la igualdad ciudadana en el marco jurídico. Ciertamente no resulta tan extraño por cuanto son y siguen siendo tantas las circunstancias en las que la mujer aún no ha alcanzado principios de igualdad en todas las esferas. Todos tenemos en nuestras existencias ejemplos sonados de desigualdades de género: porque no hemos visto nunca mujeres en las cúspides del poder político; porque las grandes empresas siguen siendo lideradas por hombres; porque en las altas jefaturas de nuestras profesiones aún no han llegado nunca las mujeres, etc. Sin necesidad de atender a los desaliños más mezquinos y escabrosos que prosiguen sobre la violencia de género, que indudablemente tiene mucho que ver con esa percepción machista tradicional, con estilos de vida trasnochados y principios existenciales sembrados de iniquidad de otros tiempos. Más allá de todos esos fantasmas que siguen existiendo en nuestras vidas, la recurrencia cuasi-centenaria de la proclamación y lucha de la igualdad es un tema relevante. El recuerdo de Clara Campoamor pone sobre la palestra las extremas dificultades por las que aún caminaba España en un tema que hoy nos parece tan natural, normal y prácticamente asumido por la mayor parte de la población y generaciones más jóvenes. La igualdad de la mujer en términos personales, políticos y morales no es, entendemos, motivos de discusión en nuestros días . Hace poco más de cien años no solamente era una panacea, sino que había que jugarse la vida para defender una realidad que a ojos vista parece evidente. La Historia, sin embargo, nos enseñó y acostumbró de forma interesada (claro) la asimilación de diferencias de género inexistes, discriminaciones, disparidades, oposiciones, rivalidades e inferioridades inexplicables. Tiene que llegar el s. XX y las grandes contiendas bélicas para que la mujer (sufragistas) se alce en Europa y América, después de demostrar con creces la igualdad y valía frente al hombre en las mismas circunstancias, con el empoderamiento necesario para reivindicar su papel en la vida. Era el comienzo de una larga lucha, que aún sigue, para vindicar con contundencia su papel en la Historia. Ardua tarea cuando todo el legado histórico está sembrado con perversos principios de desigualdad de género.

La lucha española por la igualdad tiene un hito muy claro de voz y actitud, como digo, en la figura de Campoamor. La defensa incontenida de la igualdad por el voto no es un tema insignificante. Es una lucha en el vacío de un país de pensamiento tradicional, política trasnochada y marcadas diferencias sociales con modelos sociales inamovibles. La lucha por el voto femenino es, quizás, una de las que más y mejor reflejan ese avance hacia una nueva concepción en la comprensión humana (de hombres y mujeres), dignidad (de la mujer) y organización política democrática con participación equitativa de la mujer. Campoamor lucha contra viento y marea no solamente en la esfera más personal, que le incumbe, sino en la policía que representa no solamente de una ideología, sino por principios humanos que entiende que están muy por encima. Clara lucha contra la tradición, contra modelos de vida y existencia; lucha contra la cultura machista preexistente y los principios políticos dominantes; lucha por una transformación conceptual que no es siguiera entendida por un buen elenco de sus correligionarias. La mayor confrontación de la Historia, no solamente frente al elemento masculino (conservador, y no tanto), sino a la colega parlamentaria (Victoria Kemp) que se deja llevar por los intereses ideológicos presumiendo derrotas electorales al socaire del manipulado voto femenino. Clara Campoamor no pierde el resuello de una lucha infructuosa porque entiende, bien, que la pugna por el voto de la mujer no es una lucha política, ni ideológica, es la defensa de unos principios que se asientan en la dignidad de la mujer (gane o pierda la partida política). Clara alza su voz muy alto con argumentos contundentes; con actitudes firmes hacia un fin que hoy consideramos todos completamente natural.

Nada fácil en un mundo consolidado en desigualdades, desajustes sociales y discriminación tradicional. Un legado histórico (machista) que resulta muy difícil de tambalear con un argumentario intelectual, toda vez que se pugna por romper valores implantados sine die.  A ella se debe la inclusión del sufragio femenino en la Constitución de 1931. Tal consecución se consigue con un argumentario potente que emana de una experiencia propia, de una vida esforzada, un posicionamiento inédito (fue de las primeras abogadas españolas) y una actitud política contundente en defensa de uno de los derechos fundamentales de la mujer. Clara Campoamor es la primera voz femenina en el parlamento español que consigue el voto femenino.