«Tengo muchas ganas de que esto acabe, yo tengo a mi madre en la residencia, pero no puedo darle un beso, un achuchón». Un achuchón, un abrazo, una forma de relacionarse tan común antes del coronavirus como casi prohibida en la actualidad. Las normas de distanciamiento social dejan a familias sin poder verse físicamente y esa sensación de vacío también puede tenerse incluso cuando apenas hay metros de distancia. La afirmación que encabeza este artículo la dice Dioni Moreno, una de las trabajadoras de la residencia Santa Ana de El Guijo que durante diez días se confinó junto a los residentes del centro. A pesar de lo duro de la situación, lo cuenta con alegría y dejando muy claro que fue, ante todo, «una experiencia gratificante». 

El hecho de haber finalizado el confinamiento en su lugar de trabajo permite a Dioni Moreno hacer un balance más pausado, con algo más de perspectiva, aunque hay cuestiones inamovibles al paso del tiempo. Hay ideas que se mantienen intactas desde el momento que se tomó la decisión hasta ahora, cuando se pide analizar el paso dado, entre esas ideas se impone el sentimiento del deber, un deber entendido como «ir más allá de trabajar para ganar un sueldo, la gratificación han sido días de antes y después, pero más allá queda la experiencia gratificante que te llevas de haber protegido a los tuyos y a nuestro trabajo». 

Dioni Moreno es guijeña y como muchas personas en la comarca de Los Pedroches conoce de primera mano lo que supone para el empleo de la zona los centros y residencias de mayores, lugares con los que el coronavirus no ha tenido piedad en numerosas ciudades del país. Con la seguridad de que ningún residente presentaba síntomas quedaba tomar la decisión de cerrar el centro durante un tiempo para minimizar el riesgo de contagio porque las trabajadoras son conscientes de que «las únicas personas que podemos contagiarles somos nosotras, cuando llegas a tu casa claro que lo piensas, seguimos las medidas de protección, pero esa presión está ahí». 

Una situación que se lleva mejor con el apoyo de la familia y que tiene su recompensa cuando las pruebas marcan que los esfuerzos contra el coronavirus han dado sus frutos. «Dio la casualidad de que el día que finalizábamos el confinamiento nos hicieron los test y todos dieron negativos, nos pusimos muy contentas», explica Dioni Moreno. La trabajadora, que agradece la implicación del Ayuntamiento y la dirección de la residencia, así como de las diferentes plataformas que vienen donando material, valora la experiencia también como un nexo de unión que se bifurca en dos, el establecido con los residentes y el reforzado con las compañeras. 

«Ha cambiado todo, ahora se vive todo con mayor intensidad, nosotros éramos ya un equipo, pero es que nos hemos ayudado mucho las unas a las otras, yo me he venido muy contenta», detalla a la par que recuerda que «los mayores se lo han pasado muy bien, hemos hecho procesiones, hemos vivido la romería, hemos hecho dulces, ha sido muy bonito». «Ellos al principio de la crisis estaban raros, son personas que han vivido una guerra, una posguerra y no comprenden que un bichito que no ven les esté cambiado tanto la vida con lo que llevan ya vivido, pero después te preguntaban cuándo te vas y les decías que te quedabas allí con ellos y estaban muy animados, a pesar de que les ha cambiado la rutina». Una rutina que esperan recuperar y donde contarán con el compromiso de trabajadoras que han dado un paso de gigante para abordar la crisis sanitaria.