Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Neruda sentenciaba con la poesía de más alto voltaje emocional, también, la grandeza de la soledad y el aislamiento. La Historia está llena de ejemplos del hombre en las peores situaciones, personales o de un colectivo, que son el caldo de cultivo perfecto para grandes proezas. El más eximio escritor de nuestra literatura, Don Miguel de Cervantes, nos demuestra con el universal Don Quijote de la Mancha que no hay muros lo suficientemente espesos para privar al hombre de libertad del alma y pensamiento; la genialidad de la obra, en cautiverio, deja de manifiesto el potencial humano, al igual que hicieran tantas lumbreras de nuestra literatura: Fray Luis de León, Tomás Moro, Miguel Hernández, Jovellanos, etc.

Del aislamiento y la miseria salió boyante el Siglo de Oro español, que en términos de colectividad y personalismos sentencia con mucha fuerza el ímpetu creativo, dejándonos uno de los mayores elencos creativos de literatura, pintura y escultura, etc.; igualmente se aprecian en ámbitos políticos en la Historia eclosiones gigantescas de soluciones varias tras períodos con marcado declive o funestas guerras, como ocurre con el eminente clasicismo griego, tras la debacle de las Guerras Médicas en el s. V,  o el espectacular renacer de Napoleón maltrecho y desahuciado en la Isla de Elba, que le sirvió de trampolín bullanguero para el Imperio de los Cien Días. Parejas analogías pueden mencionarse en otros campos de la Historia, como el renacer económico que propició el colosal Keynes, surgiendo del marasmo interminable de la Depresión del 29; asimismo los principios de Justicia a ultranza, que nos canta la literatura con la hermosa gesta de Montecristo. Entiéndanse, pues, con manantial interminable de desgracias, y subsiguientes levantamientos, que encuentran las mejores soluciones de la humanidad.

Tal es y será el tráfago del acuciante Coronavirus, que actualmente atenta nuestra normalidad existencial. En nuestra reclusión actual percibimos diariamente brotes de genialidad por doquier; ejemplos abultados de lecciones de superación de situaciones aciagas, en las que en encierro y la clausura alargada, con espacios limitados y convivencia difícil (con muchos; o por el contrario, con el imperio de la soledad) asfixian aparentemente nuestra libertad. Sin embargo, como decimos, no faltan soluciones que aminoran nuestras limitaciones desde distintas perspectivas.

Notorios son los gestos de solidaridad y respecto en los balcones para quienes nos defienden (sanitarios, cuerpos de seguridad, profesionales diversos, etc.), que se han convertido en rituales de sustentación diaria y esparcimiento. Parejas a esas eventualidades diarias han surgido infinidad de tablas de salvación a nuestro encierro, como los profesionales o voluntarios músicos (trompetistas, violinistas, disyoquey…) que desde sus casas y balcones amenizan puntualmente nuestro aburrimiento; así como infinidad de ventanas que nos abre el orbe tecnológico (telefonía, redes..), que nos dejan de facto el mundo a nuestros pies; aunque sea virtual.

En esas plataformas es donde la creatividad se vuelve infinita, porque infinitos son los usuarios que –amén de las mediocridades…, que caminan en pareja situación– explotan posibilidades multitudinarias de creación: con la grandes talentos musicales que nos dejan anonadados; magníficos ilustradores; geniales creativos de vídeos; brillantes escritores, etc. Es sin embargo en la parcela más personal e íntima de la casa donde cada uno de nosotros descubre su potencial creativo. No hace falta ser ni un genio ni una eminencia para descubrir la infinidad de esencias de la vida. Poseemos lo principal, porque como bien dice el refranero, el tiempo es oro, y ahora lo tenemos en nuestras manos.

Quien disfruta con la escritura puede hacerlo a su placer, iniciándose en ello; también, quienes nunca tuvieron el tiempo y el desparpajo de lanzarse a la piscina; poetas y actores que ahora disponen de un público asegurado; los compositores de las mil y una proezas del arte y la farándula; quienes ven el trabajo y teletrabajo bien hecho con la satisfacción del deber cumplido; aquéllas y aquéllos que no encuentran problema alguno en satisfacer sus entrenamientos físicos en los reducidos espacios del salón o la cocina, porque más que nunca importa el proverbio clásico de men sana in corpore sano, o simplemente porque quieren mantener muy alta la consideración de ser atleta; así como la infinidad de maestros y aprendices de la cocina, que en esta situación tan propicia han encontrado el ramalazo de cocineros y cocinillas en ciernes, ejerciendo todos de oficio la imperiosa necesidad de subsistencia, o yendo más largamente en la elaboración primorosa de platos de alto standing, porque en casa puede estar “El Bulli”.

En este dispendio de creatividades y entretenimientos, de genialidad factura, el juego familiar se ha convertido en un recurso de postín. Siempre lo fue, pero ahora se ha revitalizado con apremiante impronta social y afectiva: porque es sin duda el más ameno y dicharachero recurso; porque conjunta a todos los de la casa como nunca; porque excita inteligencia, desafía reencuentro de géneros y afectos varios. Nada como los juegos, existentes o creativos de nueva factura, para ganarle la partida al tiempo. Nada como la creatividad humana para salvaguardar las esencias netas de las personas.